Pepitas de oro /4

Las perfecciones de Cristo

Las perfecciones de Cristo

…y todo Él codiciable.”
(Cantares 5:16)

  • El Señor Jesús es en sí mismo el resumen de toda belleza y perfección.
     
  • ¿Cómo fue la vida de este Jesús, el “varón de dolores, experimentado en quebranto”? (Isaías 53:3). Una vida de activo trabajo en la oscuridad, haciendo penetrar el amor de Dios hasta los más escondidos rincones de la sociedad, en todas partes donde mayor era la necesidad. Esta vida no se ponía al abrigo de las miserias del mundo, sino, ¡maravillosa gracia!, hacía penetrar allí el amor de Dios.
     
  • Mientras que la primera acción de Adán es la de hacer su propia voluntad, Cristo aparece en este mundo de miseria, ofreciéndose en amor para hacer la voluntad de su Padre. El Señor vino al mundo, despojándose a sí mismo. Por un acto de consagración a su Padre, vino hasta nosotros a fin de que, por mucho que le costara, Dios fuera glorificado.
     
  • Adán fue culpable del único acto de desobediencia que pudo cometer. Pero Aquel que disponía de todos los recursos de la potestad, utilizó ésta sólo para manifestar un servicio más perfecto y una dependencia mayor. ¡Qué precioso es para nosotros el espectáculo de los caminos del Señor!
     
  • Cuanto más fiel era el Señor, tanto más era despreciado y contradicho; cuanto más humilde se mostraba, menos estimado era. Pero todo esto no cambiaba en lo más mínimo sus designios; pues todo lo hacía para Dios solamente. Ya en relación con las multitudes, con sus discípulos o con los que lo acusaban con injusticia, nada cambiaba la perfección de sus caminos, porque Él, en toda circunstancia, lo hacía todo para Dios.
     
  • El Hombre Jesucristo, “crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Lucas 2:52). Siempre fue el siervo de cada uno. Lo primero que me llamó la atención, cuando leí los evangelios fue: ¡He aquí un Hombre que nunca hizo algo para sí mismo! ¡Qué milagro hallar aquí abajo semejante Hombre! Dios era su única porción.
     
  • Los evangelios nos hacen conocer a Aquel en quien no había egoísmo alguno. Nos abren su corazón, siempre accesible a todos. Aunque su sufrimiento fuese profundo, siempre pensaba en los demás. Podía advertir a Pedro en Getsemaní y llenar de certeza al malhechor arrepentido crucificado a su lado. Su corazón estaba por encima de las circunstancias; jamás se dejó influir por ellas, sino que siempre las atravesaba según la voluntad de Dios.
     
  • La autosatisfacción, el ensalzamiento y la propia voluntad, suelen ser siempre la fuente de las obras del hombre. En nuestro precioso Salvador, había una verdadera consagración de corazón, un afecto, un servicio exento de la más pequeña parcela de búsqueda de sí mismo. Aquello que el hombre siempre anhela, no existía en absoluto en Él. Podía decir: “Gloria de los hombres no recibo” (Juan 5:41).
     
  • En los apóstoles encontramos afectos admirables y, como dijo Jesús, obras mayores que las Suyas (véase Juan 14:12). Había en ellos ejercicios de corazón y, por gracia, el conocimiento del amor que no se puede medir, pero no vemos en ellos esta permanente igualdad que era propia de Cristo: Era el Hijo del Hombre que, incluso estando aquí abajo, estaba en el cielo (Juan 3:13). Un hombre como Pablo era como un instrumento de cuerdas que Dios tocaba y del cual sacaba una maravillosa melodía; pero Cristo era la melodía misma.
     
  • Quiera Dios que sepamos apreciar la perfecta belleza de este Jesús que vino hasta nosotros.