Este salmo nos presenta la experiencia de David “cuando estaba en el desierto de Judá”, “en tierra seca y árida donde no hay aguas” (v. 1), en una época en que huía de delante de los hombres que buscaban su alma (v. 9), sin duda, de Saúl y sus tropas. Eran circunstancias de las más penosas, ¡cuando era todavía joven!
¡Pero qué recursos tiene en Dios! No sólo en Su protección —“en la sombra de sus alas” (v. 7)— sino en Dios mismo. Conoce a un Dios personal: “Dios, Dios mío eres tú” (v. 1). Lo ha “mirado en el santuario” (v. 2). Ciertamente, aquí hace alusión a un lugar espiritual, el lugar de la presencia de Dios, en el cuál ha habitado a solas con él, y donde lo ha “mirado” por la fe. Allí aprendió a conocerle, y en particular a conocer su misericordia, que es “mejor... que la vida” (v. 3).
Así, de “madrugada”, “busca” a su Dios. “Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela” (v. 1). Las circunstancias externas, es cierto, lo mueven a buscar a su Dios y a refugiarse en él, pero su deseo, por encima de todo, es aprender a conocerle, —“para ver tu poder y tu gloria” (v. 2)— para aprender todavía más lo concerniente a Aquel a quien ya conoce bien.
Aun cuando está en su lecho, “en las vigilias de la noche”, su meditación lo acerca a su Dios (v. 6). Y allí, en el desierto de Judá, Dios es para el fugitivo “por un pequeño santuario” (compárese con Ezequiel 11:16). No le falta nada más: “Como de meollo y de grosura será saciada mi alma, y con labios de júbilo te alabará mi boca” (v. 5). La alabanza desborda de su corazón; brota de su boca en un profundo gozo (v. 3-5). “Porque has sido mi socorro, y así en la sombra de tus alas me regocijaré” (v. 7).
Lo que será al día siguiente, sólo Dios lo sabe. Pero lo que cuenta para David, es permanecer muy cerca de Dios, dar cada paso con él. “Está mi alma apegada a ti; tu diestra me ha sostenido” (v. 8). Deseo seguir tu camino, y conozco un poco mi debilidad al andar; pero conozco muy bien tanto tu fuerza como tu misericordia. La una y la otra me sostendrán en este camino, hasta el fin. ¡Dichoso David!
El mundo en el cual nos encontramos es un desierto espiritual, un lugar hostil en el cual reina Satanás. Para el cristiano fiel, es “tierra seca y árida donde no hay aguas”. Pero, como David y aún mejor que él, tenemos acceso al “santuario”, y podemos contemplar allí a Dios, quien se manifestó en Jesucristo. Sigamos el ejemplo de David. Tendremos la misma experiencia que él.
“Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!
Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca.”
(Filipenses 4:4-5)