Esdras subió a Babilonia. Sabía que la mano de Jehová su Dios estaba con él, tenía la certeza de ello, lo cual le daba coraje, energía y fuerza, pero también le hacía sentir la necesidad de quedar humildemente en Sus manos. “Había preparado su corazón para inquirir la ley de Jehová”, su Palabra, para conocer Sus pensamientos y Su voluntad; pero también había preparado su corazón “para cumplirla”, es decir observarla, seguirla, y, más aún, “para enseñar en Israel”, su pueblo (7:10).
Descendiente de Aarón, fue designado por Dios, predestinado, para cumplir la misión que le fue confiada: la de subir a Jerusalén para despertar al pueblo infiel, traerlo a la obediencia y purificarlo.
Esdras presentó al rey su pedido, quien le concedió “todo lo que pidió” (7:6), y aun mucho más de lo que esperaba. No solamente autorizó a todos aquellos del pueblo de Israel que quisieran ir a Jerusalén, sino que además dio la orden a todos los tesoreros de conceder “prontamente” todo lo que Esdras pedía y darle plata, trigo, vino, aceite y sal sin medida (7:13-23). Las circunstancias eran muy favorables para Esdras: las autoridades, el mundo, estaban a su disposición para ayudarle a fin de realizar lo que Dios había puesto en su corazón. Estas ventajas podrían haber sido un peligro para él y haberlo tentado a buscar apoyo en ellas y a utilizarlas para llevar adelante con éxito su proyecto; pero tenía en su corazón un pensamiento diferente que encontramos a menudo en su relato: “la mano de mi Dios sobre mí” (véase 7:6, 9, 28; 8:18, 22, 31), y quedará en las manos de Dios.
¿Qué mal podría haber significado para él aprovechar el apoyo del rey, ya que Dios mismo había inclinado el corazón del monarca en su favor? ¿Qué mal hay —oímos decir a menudo— en el hecho de que nosotros, los cristianos, aprovechemos la ayuda y los recursos que podamos encontrar en el mundo para facilitar nuestro trabajo y el cumplimiento de las obras que hacemos para el Señor? Pueden surgir varios obstáculos y dificultades; ellos ejercitan nuestra fe, son útiles, y a menudo de gran bendición. Al pasar por ellos, disfrutamos la agradable experiencia de que Dios es por nosotros aunque el mundo esté contra nosotros.
En relación con esto, Esdras nos da un hermoso ejemplo. Tenía que hacer un viaje peligroso, enemigos que afrontar, emboscadas. Hubiese podido pedir al rey tropas y caballerías; y seguramente que el rey se las hubiese dado; pero él había dado este testimonio: “La mano de nuestro Dios es para bien sobre todos los que le buscan; mas su poder y su furor contra todos los que le abandonan” y dijo: “Tuve vergüenza de pedir al rey tropa y gente de a caballo que nos defendiesen del enemigo en el camino” (8:22).
Ante el mundo, tenemos que dar ese mismo testimonio, esto es, que nos apoyamos en Dios. Mostremos en la práctica, como el fiel Esdras, que la ayuda de Dios nos basta y que toda nuestra confianza descansa en Él. Tengamos también esa misma vergüenza.
¿Qué hizo Esdras cuando Dios le concedió su pedido? Oró y dio gracias y, después de haberlo hecho, fue fortalecido. Nuevamente se acordó de que la mano de Dios estaba sobre él y comenzó su trabajo en plena dependencia de Dios, contando sólo con Él (7:28). Sin embargo, aunque la mano de Dios estaba sobre él, ¿era ello una razón para precipitarse y dirigirse de inmediato hacia la meta, hacia Jerusalén? Esdras no actuó así; empezó por la aflicción y el ayuno (8:21). ¿No es lo que debemos hacer cuando el Señor nos confía un servicio para él, o para los suyos? Tenemos que considerar nuestra debilidad, la ruina en la cual se encuentra la cristiandad y de la cual participamos, y debemos humillarnos de esto.
Esdras quedó tres días al borde del río que viene a Ahava (8:15) para preparar la partida, para completar el número de los que faltaban, y en esto también declaró: “la buena mano de nuestro Dios sobre nosotros” (v. 18). ¡Qué precioso es, cuando somos fieles, sentir la mano de Dios que dirige todo en nuestro andar! ¡Qué confianza nos da esto! ¡Qué felicidad en esta dependencia!
Entonces, todo estaba en orden; sólo había que ponerse en marcha. Pero aún faltaba algo muy importante: solicitar de Dios “camino derecho” (v. 21). El camino derecho, ¡cuán a menudo lo dejamos de lado!; tomamos nuestro propio camino, el camino de la voluntad propia, que corresponde a nuestros deseos, a nuestros razonamientos carnales. Muchos caminos pueden presentarse delante de nosotros para alcanzar una meta, con las mejores intenciones; pero hay tan sólo un camino derecho. El “camino derecho”, es el que Dios nos indicará, el camino de la dependencia y de la fe.
Antes de poner los pies en el camino, se necesita la oración; durante todo nuestro camino también se necesita la oración para no desviarnos del camino derecho. Esdras lo experimentó. “Ayunamos, pues, y pedimos a nuestro Dios sobre esto” (v. 23). En este versículo, anticipaba el final del relato del viaje que tuvo lugar entre la oración y la llegada a Jerusalén, agregando en seguida: “y él nos fue propicio”. “Y ésta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho” (1 Juan 5:14-15). Imitemos a este fiel siervo Esdras, en su humillación y aflicción, en sus oraciones y en su fe.