Las pruebas y las dificultades son útiles porque nos enseñan a conocernos a nosotros mismos; ponen al descubierto nuestras insuficiencias y faltas. Forman parte del trabajo de despojo que Dios debe cumplir en nosotros para nuestra formación. Nunca podremos llegar a conocernos a nosotros mismos sin la prueba. Entonces, la fe y el ánimo, que se manifiestan como una gran llama en los momentos de entusiasmo, encuentran su verdadero nivel. Y el alma, consciente de su incapacidad e insignificancia, se encomienda a Cristo solamente para encontrar todo en él.
Las pruebas de Jacob lo llevaron a terminar con su «yo». Las aflicciones de Job hicieron desaparecer sus sentimientos de propia justicia y de confianza en sí mismo. La caída de Pedro quebrantó su orgullo y su elevada estima de sí mismo; lo llevó a encontrar su fuerza fuera de él, en Cristo solo. Por similares razones, el Señor no cesa de ponernos a prueba. Trabaja para convencernos de que la estimación que tenemos de nuestra propia fuerza es grande, y quiere llevarnos al punto en que podamos decir en verdad: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gálatas 2:20).
Cuando Dios nos hace pasar por pruebas y situaciones difíciles, actúa en nosotros y por medio de nosotros mucho más de lo que pensamos.
Las pruebas nos enseñan:
- a descubrir los recursos de Dios,
- a creerle,
- a orar,
- a amar,
- a tener paciencia y valor.
- Nos hacen capaces de ayudar a los demás,
- son ocasiones de victoria.
Las pruebas nos enseñan a descubrir los recursos de Dios
Sólo en las circunstancias difíciles aprendemos a conocer que Dios es suficiente para todo. Frente al mar Rojo, el pueblo de Israel en primer lugar debía quedar tranquilo; de esta manera podía contemplar la liberación de Dios (Éxodo 14:10-14). Luego, Él los condujo en el desierto, lugar donde faltaban todos los recursos naturales, para enseñarles que él podía proveer a todas sus necesidades.
Según la medida de nuestras necesidades —las que Dios satisface— sentimos la realidad de Dios. Así, cada situación difícil es una ocasión para que Él manifieste su sabiduría infinita, su fuerza y su gracia. Dios permite dificultades en nuestra vida, hasta el momento en el cual Cristo viene a ser tan real como las lágrimas que vertimos, como las angustias que nos oprimieron, como las preocupaciones que parecieron aplastarnos y como las dificultades que se presentaron delante de nosotros como montañas.
Pablo nos dice que sufría toda clase de debilidades a fin de que el poder de Cristo habite en él, para responder a todas sus necesidades. Por lo tanto, recibía con gozo cada situación difícil como una ocasión en que el Señor le decía: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9).
¿Somos de aquellos que experimentaron que el Señor es suficiente para todas las circunstancias de la vida? ¿Podemos proclamar delante del mundo que “Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús”? (Filipenses 4:19).
Las pruebas fortalecen nuestra fe
Las pruebas son la tierra fértil en la cual germina la confianza. Son el estímulo divino que demanda y desarrolla nuestra confianza en la fidelidad y el amor de Dios. El águila enseña a sus polluelos a volar, empujándolos fuera del nido y arrojándolos al vacío; una vez que se los deja allí solos, no pueden sino volar o caer. En ese momento, aprenden a conocer la fuerza aún no desarrollada de sus pequeñas alas. Mientras que las agitan en una lucha desesperada, encuentran el secreto de una vida nueva. Aprenden poco a poco a volar y a encontrar su camino en el cielo.
Así también Dios enseña a sus hijos a emplear las alas de la fe, empujándolos fuera de su nido, quitándoles sus propios apoyos y echándolos a veces en un abismo de angustia. En ese momento, sin recurso alguno, deben aprender a poner toda su confianza en Dios. Él está dispuesto a socorrerlos, como el águila que extiende sus alas debajo de sus polluelos, para llevarlos sobre sus plumas (Deuteronomio 32:11).
Siempre tenemos la tendencia a apoyarnos en cosas visibles, y descubrimos que es una experiencia enteramente nueva mantenernos de pie sin apoyos humanos y andar con un Dios invisible. Sin embargo, es una lección que debemos aprender si nuestras almas quieren permanecer en la paz de Dios, en la cual la fe es nuestra única razón de vivir y Dios es todo para nosotros.
Dios adapta la prueba a nuestras débiles fuerzas con ternura y sabiduría; luego, cuando somos capaces de soportar más, nos conduce más lejos. “Fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir” (1 Corintios 10:13). ¿Nos confiamos a él en las dificultades de la vida? ¿Crecen nuestras fuerzas mientras participamos de los sufrimientos como buenos soldados de Jesucristo? (2 Timoteo 2:3).
Las pruebas nos enseñan a orar
Las pruebas nos obligan a pasar mucho tiempo a solas con Dios. Condujeron a Jacob a ponerse de rodillas en el vado de Jaboc (Génesis 32:23-30). Enseñaron al salmista a encontrar el “abrigo del Altísimo” (Salmo 91:1). Produjeron en la vida de Pablo una dependencia continua de Dios. Nos llevan a buscar y alimentar la comunión con Dios, que aprendimos a conocer como nuestro recurso supremo y nuestro refugio.
Es humillante ver que Dios debe emplear los sufrimientos y las pruebas para atraer hacia Su corazón a sus hijos. Demasiado a menudo, el bienestar y las comodidades nos llevan, por lo menos en parte, a no depender del Señor. Los momentos en los cuales hemos realizado la mayor proximidad a Dios son aquellos en los que pudimos decir: “Has visto mi aflicción; has conocido mi alma en las angustias” (Salmo 31:7).
Las pruebas nos enseñan a amar
Dios desea responder a nuestras oraciones, pero quiere también afinar y suavizar nuestros caracteres, enseñarnos el amor. A veces permite que seamos maltratados, que suframos daños e injusticias, para que aprendamos a depender solamente de él. Entonces, nos damos cuenta de que no tenemos ese amor que lo soporta todo (1 Corintios 13:7). El Espíritu Santo nos muestra lo que nos falta y nos conduce a la fuente del amor. Y mientras aprendemos gradualmente esta humillante lección, somos llevados a pasar por pruebas más profundas, que producen en nosotros algunos reflejos de Su gracia y de Su amor.
Las pruebas nos enseñan la paciencia y el valor
En la escuela de Dios, aprendemos pacientemente a resistir. Y la paciencia es el más hermoso ornamento de la vida cristiana. Cuando la paciencia tiene su obra completa, entonces somos “perfectos y cabales, sin que nos falte cosa alguna” (Santiago 1:4). Pero las mayores lecciones de nuestra vida espiritual, a menudo, son aprendidas en la escuela del dolor.
Cuando hacemos la experiencia de la gracia divina que nos mantiene de pie, las pruebas nos sacan el temor del sufrimiento y del dolor. Por la fuerza que viene de Dios, ellas nos hacen capaces de elevarnos por encima de ese temor, hasta que podamos vislumbrar el combate y la victoria como buenos soldados de Jesucristo.
Las pruebas nos vuelven aptos para ayudar a los demás
Cuando, con la ayuda del Señor, triunfamos sobre las dificultades de una manera que le honra, mostramos al mundo lo que Cristo puede hacer por los suyos y en los suyos. Dios desea que seamos “cartas de Cristo” “conocidas y leídas por todos los hombres” (2 Corintios 3:2-3). Tenemos que mostrar mediante nuestro ejemplo que Cristo puede guardar a los suyos en toda situación y que el poder de su gracia es suficiente para cada aflicción humana.
Las pruebas nos vuelven aptos para ayudar a los demás por medio de las lecciones que hemos aprendido (2 Corintios 1:3-4). El corazón que le falta sensibilidad y madurez no está en condiciones de consolar, ayudar y ser de bendición a los que sufren. Primero Dios debe producir en nosotros lo que él desea que transmitamos a aquellos que nos rodean. Una prueba difícil y dolorosa nos prepara para reconfortar, alentar y fortalecer a las almas que Dios pone en nuestro camino. Podemos testificar: Pasé por allí y puedo decir por experiencia: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Filipenses 4:19).
Las pruebas son ocasiones de victoria
Las pruebas de las cuales salimos victoriosos darán lugar a coronas perdurables. Cuando la historia de este mundo será pasada y olvidada, los resultados eternos de nuestras pruebas brillarán para la gloria de nuestro Señor, en los nuevos cielos y la nueva tierra.
¿Procuramos aprender algo de nuestras tribulaciones? ¿Pensamos en las coronas mediante las cuales Dios quiere alentarnos? ¿Intentamos sacar provecho de todo lo que Dios tiene reservado para nosotros por medio de nuestras pruebas presentes? ¿Deseamos ser “más que vencedores por medio de aquel que nos amó”? (Romanos 8:37). ¿Estamos dispuestos a sufrir penalidades, como buenos soldados de Jesucristo? (2 Timoteo 2:3). Si es así, un día lo oiremos decir: “Bien, buen siervo y fiel... entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25:21).