“En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo:
todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios.”
(1 Juan 3:10)
El apóstol Juan nos da aquí las dos grandes marcas características que poseen todos los verdaderos creyentes, y por las cuales podemos reconocer a los que son de Dios: “la justicia” y “el amor”, la señal exterior y la señal interior, respectivamente. Ambas deben ir juntas. Algunos cristianos consideran que el amor, así llamado, es todo; otros, que lo es la justicia. Según Dios, el uno no puede ir sin el otro. Si eso que llamamos amor existe sin la justicia práctica, en realidad no será sino debilidad de espíritu y relajación, dispuesta a tolerar toda clase de error y de mal. Y si lo que llamamos justicia existe sin el amor, será una disposición del alma severa, orgullosa, farisaica, egoísta, que sólo se preocupa de su reputación personal. Pero allí donde la vida divina actúa con energía, hallaremos siempre la caridad interior unida a una verdadera justicia práctica. Estos dos elementos son esenciales para la formación del verdadero carácter cristiano. Es necesario que haya el amor que se manifiesta mediante todo lo que es de Dios y, al mismo tiempo, la santidad que retrocede con horror frente a todo lo que es de Satanás.