Sofía y Mateo miraban cómo caía la lluvia; llovía desde hacía ocho largos días...
— Mamá, ¿crees que es el diluvio?
— No, Dios dijo que no habría más diluvio.
De repente un torrente inmenso de barro cae sobre la aldea, con un estruendo terrorífico, arrastrando todo lo que encuentra a su paso: el coche, la caseta del perro... Padres e hijos, aterrorizados, suben al piso de arriba: se salvaron porque la casa quedó en pie. Pasaron los bomberos. Vinieron los vecinos: ellos también lo perdieron todo. Tenían ojeras y el rostro despavorido. ¿Cómo salir de este barrizal? Todos reaccionaron arremangándose, con energía, ayudándose unos a otros.
Este episodio dramático, auténtico, es como la imagen de un torrente de lodo más poderoso, que quiere arrastrar a nuestros hijos: el de la inmoralidad y el rechazo de la fe cristiana. ¿Cómo protegerlos?
No podemos actuar sobre las inclemencias del tiempo, pero, como primera medida, es importante que la casa esté edificada sobre cimientos sólidos.
Padres cristianos, debemos poner a nuestros hijos en contacto con la Palabra de Dios. Ella sola debe ser la base de nuestras convicciones y de nuestras acciones, no la moral de la sociedad. Nuestros hijos verán las cosas claras si realmente buscamos poner en práctica las enseñanzas de la Biblia. Debemos separarnos del mal de modo resuelto. Enseñemos a nuestros hijos a confiar en Aquel que es la “roca”, “el refugio” del creyente, Jesucristo, nuestro Señor. Él es poderoso para guardarlos (2 Timoteo 1:12).
“Job… era… perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal.”
(Job 1:1)
Dios “solamente es mi roca y mi salvación. Es mi refugio, no resbalaré.”
(Salmo 62:6)