Durante la explicación del capítulo 4 de la carta de Pablo a los Efesios, un amigo cristiano relató la siguiente historia, verídica:
Un día entró un joven en una sala de reuniones donde se anunciaba el Evangelio. Tocado de un modo extraordinario por el mensaje de la gracia divina, confesó sus pecados y recibió la plena certidumbre del perdón de Dios. Salió completamente liberado, con paz en su alma. Al día siguiente, como de costumbre fue al taller de forja donde trabajaba. Cuando llegó, tomó su martillo y dijo a sus compañeros: «Amigos míos, mi corazón era tan duro como este yunque». Luego, lo golpeó con fuerza y añadió: «¡Dios ha quebrantado mi voluntad!» Los días siguientes soportó muchas burlas de los obreros no creyentes. Pero siguió mostrando una fe viva y un gozo apacible. Cuando dejó ese taller para ir a otro trabajo, un burlador escribió en la puerta de su taquilla vacía: «Jesús se ha ido». ¡Qué testimonio dado a la completa transformación del joven!
Antes de su conversión, el corazón de ese joven era, como el de sus compañeros, dominado por la incredulidad y rebelde a la voluntad divina. Pero ¿no es la Palabra de Dios “como martillo que quebranta la piedra”? (Jeremías 23:29).
Su conducta totalmente cambiada probó que pertenecía a un nuevo amo. Pasó “de la potestad de Satanás a Dios” (Hechos 26:18), y “vistió del nuevo hombre”, es decir, Cristo (Efesios 4:24).