La Biblia, resumen de sus 66 libros /12

1 Juan – 2 Juan – 3 Juan – Judas – Apocalipsis

1 Juan

“Sabemos que el Hijo de Dios ha venido,
y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero;
y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo.
Este es el verdadero Dios, y la vida eterna.”

(1 Juan 5:20)

La primera epístola de Juan habla mucho y de forma hermosa de la gran verdad de la vida eterna que mora en el creyente, la vida que es la naturaleza misma de Dios y que fue perfectamente manifestada en la bendita persona de su Hijo. Aprendemos a conocer las características de esta vida eterna en toda la historia del Señor Jesús sobre la tierra en la cual brillan radiantemente.

Dos importantes expresiones resumen la bendición de esta naturaleza divina: “Dios es luz” y “Dios es amor” (1:5; 4:16). Así pues, tres maravillosos misterios esenciales de la naturaleza divina —la vida, la luz y el amor— se vuelven símbolos de misterios espirituales infinitamente mayores, los cuales, no obstante, conocemos y gozamos por medio de la fe en el Hijo de Dios.

Las palabras «saber» y «conocer», y sus derivadas, aparecen con frecuencia en esta epístola, haciendo de su verdad una realidad viviente y absoluta en los corazones de los creyentes. No debe caber ninguna duda de que el Hijo de Dios ha venido y que ha dado conocimiento a los creyentes, no meramente de reglas y doctrinas, sino de la gloria personal de Aquel que es verdadero, y de nuestra posición “en Él”. Esta obra infinita y bendita también nos muestra la perfecta unidad del Padre y del Hijo.

Qué valiosa es, pues, esta epístola al proveer al creyente de una firme convicción de la realidad de su relación vital como hijo de Dios. También lo estimula a apegarse a su Dios y Padre, y a amarle.


2 Juan

“Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios;
el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al Hijo.”

(2 Juan 9)

La segunda epístola de Juan es la única en la Escritura que está dirigida a una mujer. La primera epístola estableció los benditos principios de la verdad (o de la luz) y del amor revelados en la persona del Hijo de Dios. Ahora esta epístola subraya la necesidad de mantener fielmente la verdad, incluso para una mujer amable y de tierno corazón.

En aquel tiempo del apóstol Juan, muchos engañadores circulaban por todas partes, y el objetivo principal de Satanás era el hogar. Intentaba seducir especialmente a las mujeres con su naturaleza cortés y receptiva. Si bien Juan tenía la intención de visitar pronto a esta mujer y a su familia, Dios sin embargo requirió de él que escribiese sin demora. Esta mujer piadosa debía ser protegida de tal maldad insidiosa.

Tales engañadores se han multiplicado hoy en día, aquellos que no confiesan que Jesucristo vino en carne. Su eterna deidad y su humanidad, verdadera y perfecta, son temas fundamentales. Si alguno “se extravía” en cuanto a esto, pretendiendo poseer verdades y un conocimiento superiores a los que están revelados en la persona de Cristo, el tal “no tiene a Dios” (v. 9). Muchas personas de varios grupos (o sectas) procuran introducirse en los hogares con sus doctrinas sutiles y peligrosas.

“La señora elegida” no solamente debía rehusar la entrada a su casa de estos engañadores, sino que ni siquiera debía saludarlos (v. 10). Si hiciese esto, “participaría en sus malas obras”. Ella no debía mostrar amor al mal, ya que el amor debe ser “en la verdad” (v. 1).

Mantengámonos lo más lejos posible también de todo este tipo de males en una fidelidad verdadera para con Aquel que es el “Hijo del Padre, en verdad y en amor”.


3 Juan

“Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas,
y que tengas salud, así como prospera tu alma.”

(3 Juan 2)

La tercera epístola de Juan tiene también mucho que decir acerca de la verdad y el amor, pero pone énfasis en el amor que acompaña necesariamente a la verdad, ya que una nueva forma de mal se había suscitado: un hombre en la iglesia que reclamaba estar actuando en la verdad pero que, no obstante, expulsaba a otros rehusando recibir incluso al apóstol Juan. Si el amor por los hijos de Dios es ignorado de esta manera, entonces ningún reclamo de “la verdad” pueden mantenerse en pie. La verdad y el amor deben mantenerse juntos, como complementos el uno del otro, ya que en esto consiste la naturaleza misma de Dios.

Juan escribe a Gayo; le encomienda para que su alma sea prosperada, y expresa también el deseo de que sea prosperado en salud. Puede que no haya tenido demasiada fuerza física para soportar controversias; pero su caminar en la verdad y su fiel cuidado y amor para con los que habían salido por la obra del Señor, son altamente elogiados.

En este caso, los “desconocidos” (que se mencionan en el v. 5) son muy diferentes de los “engañadores” de 2 Juan (v. 7). Los primeros eran hermanos, previamente desconocidos para Gayo, quienes se dedicaban desinteresadamente a la obra de Cristo, no tomando nada de manos de los gentiles, esto es, naturalmente, de los incrédulos. Si bien, por un lado, se debía rechazar totalmente a los engañadores, por el otro, se debía recibir plenamente a los verdaderos siervos de Cristo.

Cultivemos esta piadosa calidez de afecto en un apropiado equilibrio con la verdad, teniendo en cuenta la enseñanza de esta epístola. Nuevamente el apóstol escribe que tiene la intención de ir a verle en breve.


Judas

“Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros
acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros
exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe
que ha sido una vez dada a los santos.”

(Judas 3)

Judas («alabanza»), aunque profundamente deseoso de escribir, no había tenido en absoluto la intención de hacerlo de esta forma. Sin duda que habría sido una tarea mucho más agradable y preciosa escribir “acerca de nuestra común salvación”, pero Dios, quien le había dado el deseo de escribir, había decidido que el mensaje de Judas debía consistir en una muy seria exhortación a que los creyentes “contiendan ardientemente por la fe”.

Se ha dicho que su libro contempla «la decadencia y la muerte del cristianismo en el mundo». En efecto, su tema es la apostasía, que consiste en la transformación deliberada de la gracia de Dios en “libertinaje” (o “lascivia”, V.M.) llevada a cabo por hombres impíos que entran sutilmente en el círculo de la cristiandad profesante.

Su lenguaje es fuerte y profético. Utiliza la historia de pasadas ocasiones de rebelión contra la autoridad llena de gracia de Dios para ilustrar la condición que se desarrollaría en los últimos días de la cristiandad. Aunque la nación de Israel había sido bendecida por el hecho de ser salvada de Egipto, muchos perecieron en el desierto a causa de la incredulidad. Incluso ángeles, grandemente bendecidos por Dios, fueron “guardados bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día” (v. 6). Sodoma y Gomorra, Caín, Balaam, Coré, todos sirven de terrible advertencia del justo juicio de Dios.

Todo esto puede parecer de un pesimismo negativo, pero las palabras finales de Judas, que comienzan con “pero vosotros, amados”, constituyen un maravilloso estímulo positivo para una fe que confía en el Dios viviente. El último versículo consiste en una alabanza a Dios, que es la actitud apropiada de los hijos de Dios cuando el gran nombre de Dios ha sido deshonrado.


Apocalipsis

“Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias.
Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana.”

(Apocalipsis 22:16)

Apocalipsis («revelación») fue escrito por el apóstol Juan, y consiste en un resumen profético de los caminos de Dios con el hombre. Una historia que comenzó en Génesis, con serenidad y sencillez puras, ahora finaliza con grandes consecuencias y complicaciones ocasionadas por la abultada culpabilidad y el obstinado desorden del hombre.

Pero nuestro gran Dios, en deliberación tranquila y majestuosa, desenreda la madeja; juzga en orden y tiempo perfectos, conforme a su divina sabiduría.

Tres divisiones principales (1:19) en el libro serán de gran ayuda al que lo estudia:

  1. “Las cosas que has visto” (cap. 1);
  2. “Las que son” (cap. 2 y 3);
  3. “Las que han de ser después de estas” (cap. 4 al 22).

La primera es el pasado; la segunda el presente, que tiene aplicación a la época de la Iglesia; y la tercera es futura. En los capítulos 2 y 3, se ve al Señor Jesús que juzga soberanamente y con discernimiento el estado de las siete iglesias, las que representan un cuadro profético de la historia completa de la Iglesia desde su inicio hasta la venida del Señor. En efecto, el juicio debe comenzar por la casa de Dios.

La victoria del Señor Jesús sobre todas las cosas, su reino de mil años, su juicio en el gran trono blanco, la eterna gloria de Dios en el cielo nuevo y tierra nueva, son algunos de los grandes temas del libro. ¡Gloriosa culminación de los magníficos consejos de Dios!

Cuán apropiada y oportuna es también esta palabra de parte de Dios, que declara bienaventurados a los que leen, oyen y guardan estas sagradas verdades (1:3).