¡Qué privilegio poder regocijarse siempre! Es importante situar las circunstancias del apóstol Pablo en relación con lo que dice en sus epístolas.
Cuando escribió a los filipenses: “Regocijaos... siempre” (4:4), estaba prisionero en Roma. Estaba limitado en su servicio y, cuando miró a su alrededor, tuvo que decir: “Todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús” (2:21). Más tarde, también tuvo que decir: “Me abandonaron todos los que están en Asia” (2 Timoteo 1:15). Pero poseía algo que elevaba su corazón por encima de todo esto. No era insensible a las circunstancias que podrían agobiarle, sino que conocía un poder superior a ellas. Consistía en el hecho de que miraba a Cristo y no a las circunstancias. Por eso podía regocijarse. En la epístola a los Gálatas, dice: “Estoy perplejo en cuanto a vosotros” (4:20), y un poco más adelante: “Yo confío respecto de vosotros en el Señor” (5:10).
El camino del Señor fue parecido. Encontraba decepciones y penas por todas partes; y, no obstante, deseaba que Su gozo estuviera en sus discípulos y que pudieran regocijarse de vivir en un poder mayor que el mal. Si no vivo en este poder, en lugar de regocijarme siempre, me veré arrastrado por la corriente del mal que fluye en mí y a mi alrededor. Para regocijarse siempre, el corazón debe estar unido a Aquel que ya venció y que está sentado a la diestra de Dios.
Un primer rasgo de este poder es la perseverancia. Nada podía turbar la paz del alma del apóstol. Así, estaba capacitado para pensar en los demás —por ejemplo, en Evodia y Síntique (Filipenses 4:2), así como en otros— o para escribir una carta a Filemón a causa de un esclavo que huyó. Atravesó el valle de lágrimas y lo cambió en fuente (compárese con Salmo 84:6). Hacer de las pruebas un motivo de acción de gracias, es más que dar gracias por las bendiciones. “Bendeciré a Jehová en todo tiempo; su alabanza estará de continuo en mi boca” (Salmo 34:1). En todas las diferentes circunstancias que vivió, Pablo pudo experimentar que Cristo era suficiente. Poseía una felicidad interior que lo capacitó para decir al rey Agripa en presencia de Festo: “¡Quisiera Dios que por poco o por mucho, no solamente tú, sino también todos los que hoy me oyen, fueseis hechos tales cual yo soy” (Hechos 26:29).
¿Tenemos nosotros también un gozo semejante en nuestra alma que nos permita expresarnos de la misma manera?
Quizás diga usted: Tengo problemas en mi familia; los creyentes que están a mi alrededor están en un mal estado espiritual… Entonces, la Palabra le recuerda: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios con toda oración y ruego, con acción de gracias” (Filipenses 4:6). Vaya a Él y dígale todo. Deje todo delante de Dios en lugar de atormentar su espíritu. No se dice que le dará todo lo que pida, porque podría no ser para su bien; sino que le dará Su propia paz. Eche sus preocupaciones sobre el corazón de Dios y Él pondrá Su paz sobre el de usted. Lo que turba su corazón ¿conseguirá perturbar la paz de Dios? Preséntele sus peticiones “con acción de gracias”. Si yo pongo mis asuntos en manos de una persona y le pido que se ocupe de ellos en mi lugar, le agradezco cuando se decide a hacerlo. Si nos encontramos en este estado de alma, nuestros corazones están libres para regocijarse en los efectos de la gracia que vemos en los demás.
Nuestros corazones tienen una inclinación natural a vivir en los negocios del mundo, y en éstos no tenemos a Cristo con nosotros. Pero Pablo nos dice: seguid el camino por el cuál yo ando “y el Dios de paz estará con vosotros” (4:9). El gozo fluctúa fácilmente; aparece y desaparece, mientras que la paz es estable y no se deja perturbar tan fácilmente. Dios nunca ha sido llamado el Dios de gozo, sino más bien el Dios de paz.
¡Qué felicidad en la vida de la fe! Dios puede hacernos pasar por pruebas, porque es bueno y necesario para nosotros, pero él estará con nosotros.