Cuando estamos con Dios, no tenemos miedo. Si nuestro estado espiritual es malo, tenemos miedo, porque nuestra conciencia no está tranquila. Si marchamos con el Señor, nuestra conciencia está tranquila y, estando en armonía con Dios, su bendición queda asegurada. Cuando somos rebeldes, demos por seguro que Dios no nos bendecirá. Tengamos la seguridad de que Dios pondrá en orden todas las situaciones, en su tiempo y a su manera. Bienaventurado aquel que se dirige a él para pedirle que ordene sus caminos, porque Dios tiene siempre la última palabra, aunque no estemos de acuerdo con él. No ganamos nada en luchar contra Dios; el que tiene la osadía de hacerlo, ya sea que se trate de un inconverso o de un creyente, sufrirá una gran pérdida.