A través de nuestras necesidades aprendemos a conocer a Cristo, su poder, su amor, su interés por nosotros. Y es probablemente la explicación de la mayoría de nuestras pruebas. El Señor nos obliga a buscar socorro en él al permitir un suceso desagradable en nuestra vida. Al tener la respuesta, no sólo hará nuestra fe más firme, sino que nos dará un conocimiento de él que no hubiésemos adquirido jamás de otra manera. Se necesitan lágrimas para conocer a Aquel que consuela; inquietud para encontrar a Aquel que tranquiliza; peligro para encontrar a Aquel que protege y que libera. En el cielo, donde no habrá más pena ni angustia, ni obstáculos que sobrepasar, ni enemigo que vencer, no tendremos más la ocasión de encontrar a Jesús, a Aquel que es la respuesta a todas esas necesidades. Sí, la tierra, por medio de esas mismas dificultades, es la escuela irremplazable para que adquiramos este conocimiento práctico de nuestro Señor Jesús que tendrá su prolongación en una alabanza eterna.