Para hablarnos del gran tema de “la vida”, la Biblia utiliza varios símbolos. Además del árbol de la vida y el libro de la vida, está el manantial de la vida (Salmo 36:9; Proverbios 14:27), el agua de la vida (Apocalipsis 22:17), el pan de vida (Juan 6:35), etc. Es un tema inagotable, que va ligado muy de cerca con Cristo mismo. En efecto, él dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (Juan 14:6). En Colosenses 3:4 leemos: “Cristo, vuestra vida”, y en 1 Juan 5:11-12: “Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida”. Estas cosas, que forman las bases de la fe cristiana, son reveladas con claridad en el Nuevo Testamento. Pero encontramos las primeras luces ya antes de la venida de Cristo, por ejemplo en los salmos: “Porque contigo está el manantial de la vida”, o en los Proverbios: “El temor de Jehová es manantial de vida” o también, en forma simbólica, por el hecho de que en Edén había un árbol de la vida.
El libro de la vida
En la escena del gran trono blanco, en Apocalipsis 20:11-15, “los libros” son abiertos, en los cuales se hallan escritas las obras de aquellos que son juzgados, y hay “otro libro... el cual es el libro de la vida”. Es como el registro de aquellos que tienen la vida de Dios. En este libro, en lugar de obras, hay nombres; en Apocalipsis 13:8 y 17:8, son nombres que están escritos “desde la fundación del mundo”. En el capítulo 21, “solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero” entran en la santa ciudad (v. 27). Este libro es mencionado una vez por el apóstol Pablo, cuando habla de “colaboradores míos, cuyos nombres están en el libro de la vida” (Filipenses 4:3), y podemos pensar que el Señor se refiere a él cuando dice a sus discípulos: “Regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos” (Lucas 10:20).
En Apocalipsis 3:5, se habla del libro de la vida en un sentido algo diferente: “El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida”. Uno podría extrañarse de que haya nombres que puedan ser borrados de allí. Pero esta declaración se halla en la carta dirigida a Sardis, iglesia a la cual se le reprocha: “Tienes nombre de que vives, y estás muerto” (v. 1). Se trata, pues, de personas que profesan el cristianismo y que, en su mayor parte, no tienen la vida divina. El nombre de los vencedores será conservado en el libro de la vida; mientras que el nombre de los demás, será borrado. Para expresarnos de un modo simple, podemos decir que aquí se trata del libro de la vida de la profesión cristiana.
El ejemplo del libro de la vida muestra que el mismo símbolo, utilizado en diversos pasajes de la Biblia, puede tener varios significados ligeramente distintos, aunque relacionados entre sí.
El árbol de la vida
Este árbol es mencionado en Génesis, Proverbios y Apocalipsis. El significado general es el mismo, pero hay una variedad de sentido. En Génesis, es un árbol que da la vida al que come de él (2:9; 3:22, 24). En Proverbios, la expresión tiene un significado muy general: es un manantial de vida (3:18; 11:30; 13:12; 15:4). En Apocalipsis, es un árbol del cual comen aquellos que tienen la vida (2:7; 22:2, 14, 19, nota: V.M.).
En el huerto de Edén, el árbol de la vida era un árbol absolutamente real, así como lo era el del conocimiento del bien y del mal. Pero, al mismo tiempo, esos dos árboles tenían un valor simbólico: uno evocaba la vida, y el otro la responsabilidad. En los demás pasajes de la Biblia que hablan del árbol de la vida, no hay nada material; se trata tan sólo de símbolos e imágenes.
En Edén, si el hombre hubiera comido del árbol de la vida, habría vivido para siempre (no se detalla qué clase de vida habría sido). Adán y Eva, por haber pecado, son privados del acceso al árbol de la vida. Creo que es simplemente otra manera de expresar que la sentencia de muerte se halla sobre ellos. (A mi entender, no conviene preguntar en qué condición habrían estado si, después de pecar, hubiesen comido del árbol de la vida. Se trata de la suposición de algo imposible).
Si bien en el paraíso terrenal había dos árboles, en el “paraíso de Dios” (Apocalipsis 2:7), hay uno solo: el árbol de la vida. Sobre el principio de su responsabilidad, el hombre lo perdió todo, pero la obra de Cristo coloca al hombre en un terreno enteramente nuevo, en el cual toda bendición deriva de lo que Cristo hizo y de lo que es. En el mensaje dirigido a la iglesia de Éfeso, el Señor promete al que venciere: “Le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios”. Esto evoca el alimento que Cristo da o, mejor aún, que es él mismo para los suyos. En el evangelio de Juan, se presenta ya como aquel que responde plenamente a la sed y al hambre del alma, como el que satisface sus más profundas necesidades (véase Juan 4:14; 6:32-35, 51-58).
En el capítulo 22 del Apocalipsis, donde se describe la santa ciudad, volvemos a encontrar el árbol de la vida. Se trata de un árbol cuyos frutos alimentan a los redimidos: “El árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto” (v. 2). Tenemos allí un cuadro del milenio; aún no es el estado eterno, puesto que hay todavía naciones que sanar: “Y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones”. Como en el capítulo 2, pero de un modo más rico aún, el árbol de la vida evoca ese alimento completo y variado que Cristo tiene para los suyos, y que es él mismo para ellos.
En el versículo 14 leemos: “Bienaventurados los que lavan sus ropas” (y sólo pueden ser “emblanquecidas en la sangre del Cordero”; 7:14), ellos tendrán “derecho al árbol de la vida” y entrarán “por las puertas en la ciudad”. Tal es la bendición de los redimidos.
Los últimos versículos del capítulo contienen una advertencia solemne (v. 18-19). ¡Ay de aquel que “añadiere” algo a “este libro” —o sea, el Apocalipsis, pero el principio se extiende a toda la revelación divina— o que “quitare” algo! Este llamamiento se dirige a “todo aquel que oye las palabras”, es decir a todos, cristianos verdaderos o no. Para expresar la sanción divina contra aquel que “añadiere” o que “quitare”, el Espíritu de Dios utiliza las mismas palabras “añadir” (o “traer”) y “quitar”, pues uno cosecha aquello que sembró. Y menciona la maldición añadida, o la bendición quitada, con los términos característicos del Apocalipsis: “Las plagas que están escritas en este libro” o “su parte del libro (nota: V.M. árbol) de la vida y de la santa ciudad”.