La carta de Pablo a Filemón

Filemón

La carta de Pablo a Filemón, escrita hacia el año 60 después de Cristo, es como un rayo de luz que surge en un mundo tenebroso. Mundo de tinieblas que, después de haber crucificado al Señor de gloria que Dios había enviado como Salvador (1 Juan 4:14), apedreó a un testigo fiel como Esteban (Hechos 7), mató a espada a Jacobo, hermano de Juan (12:2), maltrató y ató con cadenas a Pedro (v. 3-6) y encarceló al gran apóstol de las naciones. La lectura de esta epístola que desborda de amor, de humildad, de delicadeza, es muy interesante. Por mucho que la meditemos, nunca podremos agotar su riqueza.

El autor y el destinatario de la carta

Pablo expone sus títulos: “Prisionero de Jesucristo”. No se considera como prisionero del emperador romano sino de Jesucristo. Él es quien permitió esta prueba y él también le pondrá fin cuando le parezca bien. Es él quien hará que sea una fuente de bendición para las generaciones futuras, porque precisamente durante esta cautividad Pablo escribirá a Filemón, a los colosenses, a los efesios y a los filipenses, y también a nosotros.

Es también un “anciano” (v. 9), envejecido prematuramente por el servicio, débil y limitado en su actividad.

Filemón era un hermano de Colosas, seguramente rico, ya que poseía un esclavo; era un amado colaborador de Pablo, y en su casa se reunía la iglesia que estaba en Colosas.

El motivo de la carta

El apóstol no desarrolla una doctrina ni una enseñanza colectiva. Quiere ocuparse de un hecho que consideraríamos fácilmente como un detalle. Pero para Dios no hay detalle. A sus ojos, nada de lo que toca a sus amados es insignificante. Quiere mostrarnos, a nosotros también, cómo hay que solucionar nuestras pequeñas dificultades diarias. Onésimo, esclavo de Filemón, huyó, tal vez llevándose algo. Pero ¿a dónde huir lejos de Dios? “¿Y a dónde huiré de tu presencia?” (Salmo 139:7). “¿Se ocultará alguno, dice Jehová, en escondrijos que yo no lo vea?” (Jeremías 23:24). El hijo pródigo pensó haber encontrado este escondrijo en una provincia apartada (Lucas 15), pero Dios lo encontró. Onésimo, el esclavo fugitivo, pensó encontrarlo en Roma, la capital del gran imperio, lejos de su amo y lejos de Dios.

Y allí, en un calabozo, estaba encerrado el apóstol Pablo. ¿Cómo hizo Dios que estos dos hombres se encontraran? Sólo conocemos el resultado del encuentro: Onésimo se convirtió; Pablo dirá: “a quien engendré en mis prisiones”. Dios quiso que el prisionero anciano tenga este aliento, que así beba “del arroyo... en el camino” (Salmo 110:7). Tales son los caminos de Dios, a menudo inesperados, que escapan a nuestra comprensión, pero siempre maravillosos. Dios se sirve de un rey, Nabucodonosor, para castigar a su pueblo infiel y de otro rey, Ciro, para librarlo.

Pablo desea dos cosas: que Onésimo vuelva hacia su amo, humillado y arrepentido, y que Filemón lo reciba con amor. ¡Qué hermoso servicio el ser empleado por Dios para reconciliar a dos hermanos separados por una desavenencia! Pablo y Filemón conocen el mandamiento de la ley: “No entregarás a su señor el siervo que se huyere a ti de su amo” (Deuteronomio 23:15). Según la ley, no había que mandar al esclavo fugitivo a su antiguo amo, por miedo a que éste se vengue. No obstante, Pablo hace lo contrario. ¿Por qué? Porque la gracia lo cambió todo. “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).

La delicadeza de Pablo

Lo que llama la atención en el pedido de Pablo a Filemón, es la delicadeza que emplea. Comienza por mencionar el amor que Filemón demuestra hacia el Señor Jesús y para con todos los creyentes (v. 5). La comunión entre Pablo y Filemón no tiene falla y tiene como consecuencia el gozo y la consolación. Pablo ora por Filemón (v. 4) y Filemón ora por Pablo (v. 22). “Por ti, oh hermano, han sido confortados los corazones de los santos” (v. 7). ¿Quién no desearía tener tal testimonio? Pablo, aunque bien lo puede hacer, no quiere utilizar su autoridad: “Tengo mucha libertad en Cristo para mandarte lo que conviene” (v. 8). Más bien se pone a sus pies: “te ruego” (v. 10), “nada quise hacer sin tu consentimiento” (v. 14), “conforta mi corazón en el Señor” (v. 20). ¡Qué humildad de parte de ese siervo que trabajó tanto para su Maestro, ahora anciano y prisionero a causa de su fidelidad!

El deseo de Pablo

No desea nada para él, sino que sólo quiere ser confortado en su corazón al ver desplegarse el amor recíproco entre esos dos hombres: “Tenga yo algún provecho de ti en el Señor” (v. 20). El apóstol desea que Onésimo, antes esclavo, sea ahora un hermano útil, “hermano amado... en el Señor” (v. 16). Para poder ser útil en el servicio de los hermanos, se necesita que las dificultades que había tenido con su amo sean solucionadas en amor y en verdad. Además, el apóstol quiere que Filemón, obedeciéndole, lo haga voluntariamente, sin obligación, con gozo, que reciba al esclavo fugitivo como si lo recibiera a él mismo (v. 17).

Conclusión

Alguien dijo: «En la epístola a Filemón encontramos tres hombres que, a los ojos humanos, todo los separaba: uno estaba económicamente bien, el otro era un esclavo fugitivo y el tercero era el gran apóstol preso. Sólo el Evangelio, anunciado y recibido, puede realizar un milagro y unir esos tres corazones: un mismo sentimiento los anima, el amor cristiano; una misma persona los llena, Jesús; desde ahora son hermanos en Cristo».

Es una corta y conmovedora carta, escrita por el apóstol en una prisión de Roma, algunos años antes de ser recogido junto a Aquel que sirvió con fidelidad. ¡Que podamos imitar su actitud de humildad, de afecto fraternal, de delicadeza hacia sus hermanos, unida a una verdadera dependencia del Señor!