La idea del tribunal no es aterradora porque el Redentor está allí: tiene una acción santificadora, y es lo que necesitamos. También creo que nuestra manifestación ante el tribunal de Cristo será de mucho valor para nosotros. Cuando vuelvo la mirada hacia atrás sobre mi vida pasada, ahora que estoy perfectamente reconciliado con Dios y que mi conciencia está purificada, toda esta vida viene a ser para mi corazón el escenario de los caminos de Dios para conmigo: su paciencia, su bondad, su intervención a favor de mí, miserable como soy, la manera en que me sostuvo y me levantó cuando caí, la manera en que me hizo escapar de peligros conocidos y desconocidos, cómo me instruyó, me dirigió, me formó por su gracia, haciendo que todas las cosas contribuyan para mi bien. En pocas palabras, todos sus caminos de perfecta gracia se despliegan delante de mis ojos. Sin duda que hoy los veo imperfectamente, pero cuando conozca como soy conocido, cuando los contemple no sólo en la seguridad de la gracia, sino también en la perfección de la gloria, ¡cuántos motivos de adoración encontraré!
¡Cuánto más conoceré de Dios a través de estos caminos! ¡Qué instrucción encontraré cuando me sean revelados! ¡Qué poderoso medio para que mi corazón maravillado y agradecido rebose de eternas acciones de gracias! ¡Conoceremos tal como hemos sido conocidos! ¡Qué acercamiento de Dios en la intimidad de sus pensamientos tan poco comprendidos durante tanto tiempo, pero que entonces serán las pruebas de un amor que jamás faltó! Así, esta manifestación ante el tribunal de Cristo, que una conciencia no purificada temería, será una gran bendición, un privilegio para todo redimido.