El clamor de medianoche o la esperanza de la Iglesia /2

Mateo 25:1-13

Segunda parte

“Cabecearon todas y se durmieron” (Mateo 25:5)

Al principio “salieron todas a recibir al esposo”. Esto, como acabamos de verlo, caracterizó a los primeros cristianos. No eran de este mundo, su morada estaba en los cielos, de donde también esperaban al Salvador (Filipenses 3:20). Habían tomado su cruz para seguirle, y en medio de las numerosas pruebas y persecuciones sembradas por el enemigo en su camino, sus corazones eran regocijados por la promesa de su Señor: “Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo” (Juan 14:3).

Sin embargo, tardaba el Esposo; las semanas, los meses y los años transcurrían y no había ninguna señal precursora de su regreso. ¿Había olvidado su promesa? ¿Les había animado a esperar un suceso que no pensaba poner en ejecución? De ninguna manera; sin duda, la fe de ellos era probada. “Os es necesaria la paciencia”, dice el apóstol inspirado, “porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará” (Hebreos 10:36-37). Pero, ¡ay! sus corazones se cansaron de esperar y sus ojos fueron agravados por el sueño. El mundo también se cansó de perseguirlos y empezó a presentarles sus atractivos seductores; por eso las consecuencias funestas de todo esto no tardaron en sentirse. El siervo malo, apenas hubo dicho en su corazón “mi señor tarda en venir”, ya se puso a herir “a sus consiervos, y aun a comer y a beber con los borrachos” (Mateo 24:48-49). Se nota que no dice «mi señor no volverá», sino “tarda en venir”; en otras palabras, aplaza este regreso a un tiempo indeterminado y a un porvenir lejano, en vez de hacer de él su objeto diario y su esperanza inmediata. La mundanalidad se introdujo como un torrente en la Iglesia y ésta empezó a buscar su bienestar en esta escena de la cual el Señor había sido echado fuera.

En vez de ir a recibirle, “cabecearon todas y se durmieron”. Sí, todas, sin excepción, las prudentes y las fatuas, los verdaderos cristianos al igual que los meramente profesantes, todos durmieron, porque habían perdido de vista completamente la esperanza del regreso del Señor.

Pasaron siglos y el sueño de la iglesia profesante continuó. Si recorremos los libros escritos o los sermones predicados entonces, encontraremos que no se hace mención una sola vez a lo que llena el Nuevo Testamento y que no contienen una sola alusión a esta maravillosa y santificante esperanza de la venida del Señor (1 Juan 3:3). ¡Entendámonos bien! Se encuentra en ellos, sin duda, advertencias de juicios, llamamientos a huir de la ira que ha de venir y que será derramada sobre esta tierra cuando el Señor sea revelado desde los cielos en llamas de fuego, pero no hay ni un renglón, ni una palabra que nos hable de su venida en el aire para recoger a los suyos en la gloria, de su bajada en las nubes para arrebatarles en un abrir de ojos, abandonando la tierra que entonces vuelve a ser la escena de todos estos terribles juicios. ¡Ay! “Cabecearon todas y se durmieron”. Pero he aquí que a la medianoche fue oído un clamor: “He aquí el esposo” (Trad. J. N. D.)1 “salid a recibirle”. Entonces todas estas vírgenes se levantaron y aderezaron sus lámparas. Y las fatuas dijeron a las prudentes: “Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan. Mas las prudentes respondieron diciendo: Para que no nos falte a nosotras y a vosotras, id más bien a los que venden, y comprad para vosotras mismas” (Mateo 25:8-9).

Tercera parte

“A la medianoche se oyó un clamor” (Mateo 25:6)

La medianoche ha llegado, el clamor ya fue oído. Creemos que hace unos cien años sus primeros sonidos se hicieron sentir a los oídos de la Iglesia dormida. El Señor, que amaba a su Iglesia y que la ama aún a pesar de todo el olvido de ella, impulsó en aquel tiempo a algunos de sus siervos a sondear más atentamente las Escrituras; además, el Espíritu Santo, el Espíritu de verdad, desplegó delante de sus ojos y reanimó en sus corazones aquella misma esperanza que había conducido al principio a los cristianos a salir para recibir al Esposo.

Lector, ¿ha oído usted este clamor? Si no, sírvase Dios emplear estas páginas para que resuene a sus oídos y alcance su corazón: “He aquí el esposo; salid a recibirle” (Mateo 25:6). He aquí el esposo: sí, amado lector; está a la puerta; no es tiempo de dormirse. “Despiértate, tú que duermes” (Efesios 5:14). La historia de la Iglesia va a concluirse, su estancia en la tierra va a finalizar. “La venida del Señor se acerca” (Santiago 5:8). “Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron” (Mateo 25:7). ¡Qué actividad! Las fatuas lo mismo que las prudentes empiezan a abrir sus ojos, pero, he aquí, se dan cuenta que no tienen aceite en sus lámparas; tienen la lámpara (la religión exterior), pero su luz se apaga rápidamente. Dicen: “Nuestras lámparas se apagan” (v. 8). ¿De qué sirve una lámpara que no tiene aceite? Así es la profesión exterior del cristianismo; es inútil sin la realidad interior que sólo puede dar la posesión del Espíritu Santo.

Querido lector, le rogamos con insistencia que considere usted la importancia de estas cosas. Vivimos en un tiempo de falsa profesión, pero Dios quiere la realidad. Escudriña los corazones, ¿y cuántas veces habrá de vérselas con algunos que se le acercan con los labios, mientras tienen el corazón lejos de Él? (v. 8).

Quizás algunas personas que leen estas palabras de advertencia reposan todavía en el fundamento árido de un cristianismo sin Cristo y sin vida. Puede usted haber sido bautizado y confirmado; puede comulgar regularmente y, sin embargo, no tener de Cristo ningún conocimiento para salvación. Puede enseñar en las escuelas dominicales, repartir tratados, visitar a los pobres y aun haber sido consagrado pastor por los hombres; pero, si no es usted convertido, todo esto no es más que una lámpara sin aceite que se apagará dentro de poco y le dejará en la terrible obscuridad de una noche eterna.

“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos” (Mateo 7:21). ¡Ponga a tiempo la cristiandad cuidado a estas palabras solemnes, pronunciadas por el que no puede mentir! “Después que el padre de familia se haya levantado y cerrado la puerta, y estando fuera empecéis a llamar a la puerta, diciendo: Señor, Señor, ábrenos, él respondiendo os dirá: No sé de dónde sois. Entonces comenzaréis a decir: Delante de ti hemos comido y bebido, y en nuestras plazas enseñaste” (Lucas 13:25-26). ¿Hoy día no pueden decir lo mismo las multitudes que no tienen un amor verdadero hacia Cristo? Se puede decir: hemos tomado la cena; hemos ido regularmente a la iglesia; formamos parte de varias instituciones de beneficencia. Todo esto, querido lector, puede ser verdad; pero recuerde usted que se puede ser muy religioso y, sin embargo, no ser convertido ni salvo. Si tal es su caso, ciertamente oirá estas terribles palabras: “No sé de dónde sois; apartaos de mí” (v. 27).

 

He aquí el esposo”. Desde hacía mucho tiempo su venida había sido anunciada; sin duda, estas palabras habían sido leídas muchas veces, pero la preciosa verdad que contienen había sido desconocida, descuidada. ¿Y por qué? Porque la iglesia profesante se había dormido con el mundo, el ardor de su primer amor para con Cristo se había enfriado; se había dormido en vez de velar. Mas ahora la noche está muy avanzada, y la medianoche ha pasado ya:

Brillando está ya por nosotros
Una aurora de dicha y paz.

El grito ha resonado, ha repercutido hasta los limites extremos de la cristiandad; miles de almas han sido despertadas por el hecho de que Cristo va a volver. ¡Qué todos los que lean estas líneas fijen su atención en eso! ¡Profesante, cuide que no le falte el aceite! Cristiano, cuide que su lámpara esté aderezada, porque puede ser que, aun poseyendo el aceite, su luz sea muy débil. Aparte todo lo que pudiera disminuir la luz de su testimonio para Cristo: examine su conducta, sus caminos, sus relaciones y renuncie a todo lo que le daría vergüenza si Cristo viniese hoy mismo. Cuando le veamos tal como es, seremos semejantes a Él; por eso procuremos ahora parecernos a Él lo más posible. “Todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:3). Si el momento de su regreso ha sido escondido a propósito, es para que seamos siempre como siervos que esperan a su señor. En Lucas 12:33-49 vemos en qué disposiciones el Señor desea encontrar a todos los suyos y también cuál ha de ser la ocupación de su vida; su deseo es aún el mismo. Nuestro tesoro está en los cielos, tesoro inagotable, porque nunca falta; ningún ladrón puede acercarse a él y nada podría hacerle daño. ¡Qué diferencia con lo que está en el mundo, donde todo es pasajero y las decepciones duras y pesadas! ¡Procuremos que nuestros corazones estén allí donde está nuestro tesoro!

Pero si nuestros corazones están en los cielos (y por gracia pueden estar allí), nosotros mismos, en cuanto a nuestros cuerpos, estamos aún en la tierra, escena de mancha y de tinieblas. Por eso necesitamos ceñir nuestros lomos, por temor a que nuestros vestidos cojan las manchas de los lugares que atravesamos. Estén también nuestras lámparas encendidas, a fin de que algún rayo de luz brille para Cristo en medio de la obscuridad de este mundo.

No ha venido todavía Cristo; hemos de estar a la espera y eso, digámoslo así, con la mano en el picaporte, dispuestos a abrir la puerta al primer ruido de sus pasos. Entonces, cuando venga, nos hará sentar en los atrios celestiales, en el reposo eternal de su presencia. Allí no hay nada que manche; no necesitaremos ceñirnos, pero su gozo será ceñirse Él mismo para servirnos y proveer a nuestra felicidad por toda la eternidad.

¡Qué efecto produciría en toda nuestra vida y nuestra conducta el recuerdo constante de que sólo un abrir de ojos nos separa de aquel glorioso momento!

Las vírgenes insensatas, o sea los que no son más que profesantes del cristianismo, empiezan entonces a comprender la gravedad de su posición. “Dadnos de vuestro aceite” dicen al considerar con terror las mechas carbonizadas de sus lámparas sin aceite. Pero esto es imposible; la salvación es cosa individual y personal. Entonces procuran redoblar su energía para comprar, con sus propios esfuerzos, lo que sólo se puede obtener gratuitamente sobre el principio de la fe. Mientras estaban así ocupadas, vino el esposo, y “las que estaban preparadas entraron”. Noten bien estas palabras: No «las que se preparaban» o las que «esperaban estar preparadas» sino “las que estaban preparadas”. ¿Lector, está usted preparado? Porque en un momento, en un abrir de ojos, vendrá el esposo y la puerta será cerrada. Entonces será demasiado tarde para llamar, porque una vez cerrada la puerta, será cerrada para siempre.

Dice usted: «Deseo estar preparado, ¿Qué tengo que hacer?» Venga como un pobre pecador culpable, perdido, que merece el infierno; venga al Señor Jesucristo, muerto y resucitado a favor de los pecadores. “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:31). Sólo su sangre preciosa “limpia de todo pecado”. “Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora”.

 

Antes de terminar queremos prevenir seriamente al lector contra la suposición de que la tierra será la escena de bendición para el cristiano. Cuando el Señor Jesús vuelva no será para bendecimos sobre la tierra, sino para introducimos en la gloria de la casa del Padre. Nuestra esperanza nos está guardada en los cielos (Colosenses 1:5). Es “una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para nosotros” (1 Pedro 1:4).

Satanás hace todos sus esfuerzos para ahogar la verdad de Dios en un océano de falsas doctrinas, a fin de desviar a algunos rescatados del estudio de estas importantes verdades, mientras que otros reciben estos terribles errores en perjuicio, no sólo de sus propias almas, sino también de todos aquellos sobre quienes ejercen influencia con sus enseñanzas.

De ahí la inmensa importancia de tener cuidado con lo que leemos y oímos, porque muchos hombres saturados de todas las formas de incredulidad de nuestra época, predican y escriben sobre verdades tales como la venida del Señor y mezclan y confunden el retorno del Señor para llevar a la Iglesia con Su manifestación gloriosa en el mundo. Unos niegan la divinidad de Cristo; otros su humanidad; unos ponen en duda la expiación, otros la plena inspiración de las Escrituras y multitudes rechazan las verdades profundamente solemnes de la inmortalidad del alma y las penas eternas. En medio de tantos peligros y de la atmósfera desecante de escepticismo y de incredulidad que reina, encomendamos seriamente a nuestros lectores “a Dios y a la Palabra de su gracia” (Hechos 20:32). ¡Ojalá pudiéramos todos escudriñar más diligentemente las Escrituras, tenerlas en muy alta estima y quedar firmemente fieles a ellas “hasta que él venga”! (1 Corintios 11:26).

Podemos añadir que la segunda venida del Señor puede ser considerada bajo un doble punto de vista, según esté en relación con la Iglesia o con el mundo. Las páginas que preceden no tratan ésta más que en vista de la Iglesia. Sin entrar en los detalles del asunto, notemos, no obstante, lo siguiente:

En el primer caso:

  1. Cristo vendrá por los suyos.
  2. Vendrá en las nubes y seremos arrebatados a su encuentro en el aire.
  3. Vendrá como nuestro Salvador para introducirnos en la gloria.

En el segundo caso:

  1. Cristo vendrá con los suyos.
  2. Vendrá a la tierra y sus pies se posarán sobre el monte de los Olivos (Zacarías 14:4).
  3. Vendrá como un ladrón en la noche, para ejercer el juicio sobre un mundo enemigo e incrédulo.

Aunque éstos sean los dos aspectos de la segunda venida del Señor, transcurrirá, sin embargo, un espacio de tiempo entre ellos. Durante este intervalo se cumplirán las profecías relativas a la restauración de los judíos, la gran tribulación, “y será predicado este evangelio del reino” (Mateo 24:14) (no el de la gracia de Dios y de la gloria de Cristo, tal como es hoy presentado al mundo; porque hay que distinguir estas dos cosas con mucho cuidado). También en este espacio de tiempo deben colocarse los juicios anunciados en Apocalipsis 6 a 19. Por falta de nociones claras sobre la venida de Cristo, todo es confusión. Tan luego como ésta sea comprendida, todo será fácil.

En el mundo entero encontramos almas ansiosas por conocer la verdad. Satanás lo sabe y hace que, por medio de conferencias y publicaciones, sus agentes desplieguen tan grande actividad para seducir a los simples y a los que no están bien fundados en las verdades de la Palabra. Exhortamos una vez más, a nuestros lectores, a tener cuidado con sus artificios y, por otra parte, a atender con más diligencia a las cosas que hemos oído, porque acaso no nos escurramos (véase Hebreos 2:1).

  • 1No tenemos que leer: «He aquí el esposo viene». Este grito no está destinado a anunciar la venida del esposo, hecho conocido por las vírgenes, aunque se hayan dejado invadir por el sueño. Es un clamor de alegre sorpresa: ¡el esposo está a la puerta!