“El primer día de la semana, muy de mañana, vinieron al sepulcro, trayendo las especias aromáticas que habían preparado, y algunas otras mujeres con ellas. Y hallaron removida la piedra del sepulcro; y entrando, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús” (Lucas 24:1-3).
Aquí hay algo muy alentador. Estas mujeres mostraban al mismo tiempo ignorancia y afecto, la ignorancia que les había hecho buscar entre los muertos al que vive y el cariño que las llevaba a tomar cuidado del cuerpo del Señor. ¿Qué debemos hacer con el afecto ignorante? Debemos apreciarlo pero no estar satisfechos con él. Para Dios, el amor no reemplaza la fe.
Las mujeres trajeron sus especias aromáticas al sepulcro buscando un cuerpo muerto. Allí se vieron espantadas por los ángeles que descendieron del cielo y les dijeron: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del Hombre sea… crucificado, y resucite al tercer día” (v. 5-7). Era una reprensión. No nos gusta que nuestros afectos reciban reproches, pero nuestra incredulidad debe ser reprendida.
“Entonces ellas se acordaron de sus palabras” (v. 8). ¡Cuántos males son el resultado de que no nos acordamos de las palabras de Dios! Ellas son las que hicieron victorioso al Señor Jesús cuando fue tentado por el diablo (Mateo 4:1-11). Las mujeres cometieron este error porque no se acordaron de las palabras más simples que podían llegar a sus oídos. Pero Dios se mostró lleno de gracia hacia ellas. ¡Qué bueno es ver al Dios de toda gracia venir al encuentro de los suyos aun cuando cometen errores! Nuestra actitud debería ser como la del salmista cuando dijo: “Que el justo me castigue, será un favor, y que me reprenda será un excelente bálsamo que no me herirá la cabeza” (Salmo 141:5).