Para el pasado, el presente y el futuro, la fe posee preciosas certezas y es llamada a gozar de ellas.
1) “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos” (1 Juan 3:14).
Antes estábamos “muertos en nuestros delitos y pecados” (Efesios 2:1), ahora poseemos la vida de Dios, la vida eterna, por la fe en Cristo y en su obra: “Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida. Estas cosas os he escrito a vosotros… para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios” (1 Juan 5:11-13). Nosotros, pues, “sabemos que hemos pasado de muerte a vida” (3:14); es una certeza y tenemos un triple testimonio:
- nuestro propio espíritu;
- el Espíritu Santo: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Romanos 8:16);
- el amor que tenemos por los hijos de Dios, hermanos y hermanas en Cristo (1 Juan 3:14).
El amor fraternal es uno de los frutos de la nueva naturaleza, la del Dios de amor. Amar a los hermanos es un deber; también es un privilegio. Aparte de todas las bendiciones que se relacionan con la manifestación de este amor, el corazón del redimido tiene seguridad de este hecho: puesto que ama así, es un hijo de Dios, ha “pasado de muerte a vida”.
¿Cómo este amor fraternal puede y debe ser manifestado? La primera epístola de Juan nos enseña que la obediencia está relacionada con el amor, que el amor y la obediencia son dos caracteres esenciales de la nueva vida. Obedeciendo la Palabra, pues, mostraremos que amamos a los hermanos y no hay verdadero amor fuera del camino de la obediencia; como también el apóstol lo dice en otra parte: “En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos” (5:2).
La primera epístola de Juan nos da certezas: las expresiones “sabemos” y “conocemos” se encuentran dieciséis veces: 2:3 (dos veces), 5, 18; 3:2, 14, 19, 24; 4:6, 13; 5:2, 15 (dos veces), 18, 19, 20.
2) “Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28).
Nuestro pasado está resuelto. ¡Es una certeza de infinito valor! Pero tenemos que conocer las dificultades del desierto, “las aflicciones del tiempo presente” (v. 18). ¡Cuántas pruebas, de entre las cuales algunas son particularmente dolorosas; cuántos ejercicios para los redimidos del Señor! A través de todo esto, la oración es un recurso de inestimable valor para nosotros.
Sin duda que a este respecto hay algo que “no… sabemos”, que depende de nuestra debilidad, de nuestro poco discernimiento espiritual: “Qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos” (v. 26), lo que no quiere decir que no sabemos expresar nuestras peticiones, sino que no sabemos discernir lo que está de acuerdo con lo que Dios desea para nosotros. Él nos da entonces un doble aliento: por una parte, el Espíritu que habita en nosotros “nos ayuda en nuestra debilidad… intercede por nosotros con gemidos indecibles… conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos” (v. 26-27), y, por otra, hay para la fe una feliz certeza: “Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (v. 28).
“Todas las cosas”; la expresión no conlleva ninguna excepción. No hay ninguna circunstancia de nuestra vida de la que Dios no se sirva para “a la postre hacernos bien” (Deuteronomio 8:16). Con tales promesas, ¿no deberían nuestros corazones estar guardados en una completa paz a través de todas las dificultades del camino y de todos los sufrimientos que ellas puedan ocasionar? No siempre comprendemos por qué Dios las permite y cuál es el propósito que él tiene con eso. Pero, sea como fuere, siempre podemos reposar en él con la plena confianza de la fe, teniendo presente sin cesar este versículo 28 de Romanos 8 que a menudo en la vida práctica ¡perdemos de vista!
Motivos de ejercicio y de tristeza, ¿quién de entre nosotros no tiene los suyos? Pero deberíamos despojarnos enteramente de todo lo que para nosotros constituye un motivo de inquietud, como la Palabra nos exhorta: “Por nada estéis afanosos”, dándonos a la vez el recurso para hacer efectiva esta exhortación: “Sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias”. Y la promesa divina ciertamente se cumplirá: “La paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:6-7).
Igualmente deberíamos deshacernos de todas nuestras ansiedades, por numerosas que fueren: “Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” (1 Pedro 5:7). ¡Cuántas expresiones, en estos diversos pasajes, en los que no consta ninguna excepción!
Si llevásemos a la práctica las exhortaciones de Filipenses 4 y 1 Pedro 5, ¡preocupaciones y ansiedades no estarían en nuestros corazones ni en nuestros labios! Si hemos puesto todo en manos de nuestro Padre tierno y bueno, confiándonos plenamente a él, ¿podríamos tener ansiedad o inquietud? Muy al contrario, ¡“la paz de Dios… guardará nuestros corazones y nuestros pensamientos en Cristo Jesús”!
El apóstol Pablo nos exhorta a no tener ninguna preocupación, mientras que el apóstol Pedro, a no tener ansiedad. La Palabra traza el camino del uno y del otro: ¡cuántas circunstancias a través de las cuales podrían haber tenido preocupación o ansiedad! Pero en los momentos más difíciles —cuando Pedro estaba en la cárcel donde lo había encerrado Herodes, entregado “a cuatro grupos de cuatro soldados cada uno, para que le custodiasen; y se proponía sacarle al pueblo después de la pascua” (Hechos 12:1-6); cuando Pablo estaba en la cárcel de Filipos, cuando los judíos procuraban matarle, o también, cuando estaba sobre la nave que lo conducía a Italia (16; 21:31; 27)—, cada uno de estos dos apóstoles miraba a Aquel que solamente podía socorrerlos y que lo hizo tan maravillosamente. De manera que las experiencias que vivieron les permitieron dirigir las exhortaciones que acabamos de recordar. ¡Que podamos imitar su ejemplo, sin olvidar que Dios “tiene cuidado” de nosotros y quiere guardarnos en Su paz!
3) “Sabemos que si nuestra casa terrestre, que es una frágil tienda, fuere deshecha, tenemos de Dios un edificio, casa no hecha de mano, eterna en los cielos” (2 Corintios 5:1, V.M.).
Si tenemos certezas para el pasado y para el presente, también las tenemos para el futuro.
Ahora estamos en una “frágil tienda”, dice el apóstol, en un cuerpo que él llama “el cuerpo de la humillación nuestra”, el cual, cuando venga el Señor, será “transformado” en un cuerpo glorioso, conforme al de Cristo, Hombre glorificado (Filipenses 3:20-21). Por eso, el apóstol escribe: “Tenemos de Dios un edificio…”. En nuestro endeble cuerpo, sufrimos de muchas maneras, y ¡cuán grandes son estos sufrimientos para muchos creyentes! Cobremos ánimo, el Señor nos dice: “Ciertamente vengo en breve”; entonces, “en un momento, en un abrir y cerrar de ojos… seremos transformados” (1 Corintios 15:52).
El mundo en que caminamos y en el que vamos a comenzar una nueva etapa — si la paciencia del Señor perdura aún— es un mundo del cual Satanás es el jefe. Los hombres de este mundo sin duda saben muchas cosas en muchos ámbitos, pero el hombre apartado de Dios no sabe de donde viene ni adonde va. En realidad, nada sabe del pasado, del futuro y muy poco del presente… Apreciemos siempre mejor y con más agradecimiento la parte que nos pertenece, para el pasado, para el presente y para el eterno futuro. Con la inspirada Escritura, podemos repetir: “sabemos”.
Que los tres “sabemos”, en los que nos hemos detenido, estén ante nosotros día tras día, a fin de que seamos conducidos a manifestar, por el amor y la obediencia, los caracteres de la vida que poseemos en Jesús, y a fin de que nuestros corazones, independientemente de las circunstancias que tengamos que atravesar, liberados de preocupación y de ansiedad, gocen de una plena paz, esperando el cumplimiento de la “esperanza bienaventurada”.