El libro de Ester /3

Ester 6 – Ester 7 – Ester 8 – Ester 9 – Ester 10

Capítulo 6

Todo había sido dirigido según un admirable eslabonamiento. Dios no se mostraba, pero obraba continuamente en favor de su pueblo, al que quería salvar de la destrucción.

Primero, entre los dos banquetes, tiene lugar el insomnio del rey. Era un incidente en apariencia insignificante, pero Dios, aunque invisible, dirigía los pensamientos de Asuero. Lo incitó a ordenar a sus siervos a leerle el libro de las memorias y crónicas del reino (v. 1). Justamente condujo a éstos a leer lo que concernía a Mardoqueo, lo que hizo en el pasado en favor del rey (v. 2; 2:23).

Entonces Asuero preguntó: “¿Qué honra o qué distinción se hizo a Mardoqueo por esto?” Los servidores debieron responder: “Nada se ha hecho con él” (compárese con Eclesiastés 9:15). Luego, el rey se informó: “¿Quién está en el patio?” En ese preciso momento Amán entraba en el patio. Todo era dirigido, regulado minuciosamente por una mano soberana (v. 2-4).

Los incrédulos juzgarán improbable tal concurso de circunstancias, pero, como creyentes, ello no nos sorprende en absoluto. Conocemos bien, por propia experiencia, la divina intervención que hace que todas las cosas ayuden a bien a los que aman a Dios (Romanos 8:28).

Tanto odiaba Amán al “judío”, que se había levantado temprano “para hablarle al rey para que hiciese colgar a Mardoqueo en la horca que él le tenía preparada” (v. 4). El rey dijo: “Que entre” y le preguntó a Amán: “¿Qué se hará al hombre cuya honra desea el rey?” Cegado por su insensato orgullo, Amán estaba convencido de que era él en quien pensaba el rey. Propuso toda una serie de distinciones honoríficas, de las cuales sólo una habría impresionado a un hombre durante toda la vida (v. 6-9).

“Entonces el rey dijo a Amán: Date prisa, toma el vestido y el caballo, como tú has dicho, y hazlo así con el judío Mardoqueo, que se sienta a la puerta real; no omitas nada de todo lo que has dicho” (v. 10; compárese con 1 Samuel 2:7-8). ¡Qué caída para ese malvado! (véase Salmo 73:18). De la misma mano de este enemigo, horrorizado pero con la obligación de obedecer, Mardoqueo, el judío, recibió estos honores reales. Luego, volvió modestamente a su lugar habitual, a la puerta del rey (v. 10-12). Como Daniel (Daniel 5:17), no se dejó deslumbrar por los vanos honores del mundo.

También aquí, Mardoqueo hace recordar a uno mayor que él. El Señor respondió a Satanás —quien se comprometía a darle “todos los reinos del mundo y la gloria de ellos” si tan sólo le adoraba—, de la siguiente manera: “Vete, Satanás” (Mateo 4:8-10).

Al ver así a Mardoqueo atravesar Susa, con su peor enemigo obligado a sostener la brida de su caballo, pensamos en alguien mayor que él. El Señor fue despreciado y rechazado, pero saldrá victorioso (Apocalipsis 19:11-13). Toda rodilla de los que estarán en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra deberá doblarse ante él, y confesar que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre (Filipenses 2:10-11).

Ya otras personas en las Escrituras habían sido sombras de la gloria venidera del Rey de reyes. Tenemos el ejemplo de José, subido en un carro de Faraón, mientras que delante de él se pregonaba: “¡Doblad la rodilla!” (Génesis 41:43), o también de Salomón, montado sobre la mula de David, en el momento en que recibió la unción real (1 Reyes 1:33).

Amán tuvo que llevar a cabo precisamente esta tarea tan humillante para él. No obstante, esto era sólo el preludio de su completa ruina. Luego, regresó de prisa a su casa, triste y con la cabeza cubierta (v. 12; Isaías 21:4). ¿Estaba lleno de un sentimiento de vergüenza o simplemente tenía el deseo de no ser reconocido? Contó a su mujer y a todos sus amigos lo que acababa de ocurrir. Su misma mujer, Zeres, que incluso el día anterior lo había incitado a la venganza, hace sonar en sus oídos el toque final de su grandeza (Proverbios 16:18). Ella presagió que no se podía resistir a esta raza de los judíos y concluyó: “Caerás por cierto delante de él” (v. 13; compárese con Proverbios 28:18). Iba a volver a ver a su marido sólo en el momento de su ahorcamiento (7:9).

Según los consejos divinos, Israel pronto iba a ser por cabeza y las naciones por cola (Deuteronomio 28:10-13). Si en ese momento no lo fue, se debió a su desobediencia (28:15-44). Para Amán, el desenlace estaba ahora muy cerca (v. 13). “Pues de aquí a poco no existirá el malo” (Salmo 37:10).

El siguiente versículo (v. 14) resalta aún más la manera en que se aceleraba el ritmo de la acción: “Aún estaban ellos hablando con él, cuando los eunucos del rey llegaron apresurados, para llevar a Amán al banquete que Ester había dispuesto”. No había más escapatoria posible (Proverbios 7:23; Deuteronomio 32:35-36).

Capítulo 7

Durante este banquete, mientras bebían vino una vez más, el rey preguntó de nuevo: “¿Cuál es tu petición, reina Ester...?” (v. 2). Y esta vez, sin renunciar a su humildad, la reina fue directo al grano: Pidió al rey que le concediera su vida y la de su pueblo. Se identificaba claramente, como Moisés (Hebreos 11:25), con su despreciado pueblo. Añadió, usando las palabras del edicto: “Hemos sido vendidos, yo y mi pueblo, para ser destruidos, para ser muertos y exterminados”. Afirmó que habría callado, si sólo hubiesen sido vendidos para ser esclavos y esclavas, “pero nuestra muerte sería para el rey un daño irreparable” (v. 4).

Hasta ahora se había guardado de revelar la identidad de este enemigo. Había sabido esperar la pregunta del rey. A quien pide, Dios le da la sabiduría necesaria, en palabras y en hechos, en el momento oportuno (Santiago 1:5). Asuero se preguntó: ¿Puede ser que alguien busque tocar a la que él ama y a su pueblo? Y añade: “¿Quién es, y dónde está, el que ha ensoberbecido su corazón para hacer esto?”. La reina lo señaló, por decirlo así, con el dedo: “El enemigo y adversario es este malvado Amán” (v. 6). Son tres nombres que la Palabra de Dios da al mismo diablo (Mateo 13:39; 1 Pedro 5:8; Efesios 6:16: maligno o malvado).

Amán estuvo aterrorizado ante el rey y la reina. Todo se desmoronó para él en un instante (Salmo 73:17-19). “Vio que estaba resuelto para él el mal de parte del rey”. Mientras Asuero, encendido en ira, se fue al huerto del palacio (véase Proverbios 16:14), Amán intentó hacer un último esfuerzo y pidió por su vida ante la reina. En su desesperación, cayó sobre el lecho en que estaba Ester.

El rey volvió, y dio voluntariamente a ese insólito espectáculo la peor interpretación posible. Ordenó que se le cubriera el rostro a Amán, señal de que estaba condenado. Un eunuco, Harbona, intervino para señalar que justamente había una “horca” erigida en la casa de Amán, que había sido preparada para Mardoqueo (Salmo 7:14-15). “Colgadlo en ella” replicó el rey, y su ira sólo se apaciguó cuando Amán fue colgado (v. 7-10).

Mardoqueo había rehusado arrodillarse ante Amán. Cristo fue el único hombre que no se arrodilló ante Satanás. Recordamos sus palabras durante la tentación en el desierto: “Al Señor tu Dios adorarás, y a él solo servirás” (Mateo 4:9-10). Nada podía doblegar al Hombre perfecto. El enemigo redobló sus esfuerzos contra él (Jeremías 11:19). Levantó a los hombres contra él, los incitó a crucificarlo, así como Amán había preparado una horca para Mardoqueo.

Ahora bien, precisamente esta cruz, en la cual Satanás pensaba triunfar y acabar de una vez por todas con Cristo, había marcado su definitiva derrota (Colosenses 2:15; Hebreos 2:14).

Capítulo 8

Dios había intervenido, y el curso de los acontecimientos había cambiado. Ester recibió todos los bienes de Amán, el enemigo de los judíos. Con el consentimiento del rey, estableció a Mardoqueo el judío —ahora era un título de gloria— intendente sobre toda la casa de Amán (v. 1-2). La época en la cual Mardoqueo se sentaba humildemente a la puerta del rey, pertenecía al pasado. Entraba ante el rey, puesto que Ester hizo conocer a Asuero cuáles eran sus relaciones de familia.

“Se quitó el rey el anillo que recogió de Amán, y lo dio a Mardoqueo” (v. 2). Pero ¿qué sería de este pueblo de Israel, que estaba condenado a muerte? El rey, ligado por su propio sello, no podía anular el funesto edicto. Entonces Ester lloró ante él y le suplicó: “¿Cómo podré yo ver la destrucción de mi nación?” (v. 6).

También ahí Dios iba a inclinar el corazón de Asuero. “Escribid, pues, vosotros… en nombre del rey”, dice él (v. 8). Dejó a Ester y a Mardoqueo el cuidado de atenuar las consecuencias de la trama de Amán, y así anular indirectamente el alcance del edicto. Los escribanos fueron llamados y, esta vez, escribieron sobre todo a los judíos de las 127 provincias cartas selladas con el sello del rey. Poco más de dos meses habían pasado ya desde el primer edicto.

El nuevo edicto también se dio a conocer en Susa, la capital. Hay un riguroso paralelismo entre esta parte del relato y el que se encuentra en el capítulo 3, versículos 12-15. Visiblemente, el narrador quería mostrar detalladamente hasta qué punto la situación se había invertido por completo. A la hora de Amán sucedió la de Mardoqueo.

¡Qué gozo para los hijos de Dios saber que pronto será ésa la porción de Cristo, nuestro Señor, sobre esta tierra! Es necesario que reine, allí donde fue despreciado por el hombre y abominado por la nación, hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies (1 Corintios 15:25; Isaías 49:7).

Las cartas, llevadas por correos montados sobre caballos veloces, acordaban a los judíos la facultad de actuar en defensa de sus vidas y de hacer perecer cualquier fuerza armada del pueblo o de la provincia que los oprimiera, el día trece del mes duodécimo, que es el mes de Adar (v. 10-12).

Los cristianos también hemos recibido los medios para combatir eficazmente a nuestros enemigos (Efesios 6:12). Hagamos uso de todos los medios que Dios pone a nuestra disposición, particularmente su Palabra, la espada del Espíritu, y la oración.

Podemos agregar que, todavía hoy, cada hijo de Dios es un enviado que sale a toda prisa por la orden del rey (v. 14). Es responsable de difundir las Buenas Nuevas de la salvación por toda la tierra (Mateo 28:19). Así, aquellos que, a causa de sus pecados, estaban bajo la justa condenación de Dios, pueden ahora escapar de la muerte eterna, poniéndose al amparo de la obra de la cruz (Romanos 6:23).

Después de los sufrimientos llegaban las glorias: “Salió Mardoqueo de delante del rey con vestido real de azul y blanco, y una gran corona de oro, y un manto de lino y púrpura” (v. 15). Asuero le confirió gloria, majestad, honor y poder. Esta escena es una imagen de la elevación del Señor Jesucristo, a quien veremos aparecer resplandeciente de gloria. Contemplemos por la fe, con adoración, el triunfo de Jesús. Su aparición traerá la destrucción de todos sus enemigos (Salmo 66:3-4).

“La ciudad de Susa entonces se alegró y regocijó; y los judíos tuvieron luz y alegría, y gozo y honra”. Muchos se hicieron judíos “porque el temor de los judíos había caído sobre ellos” (v. 15-17; Deuteronomio 2:25; 11:25; Zacarías 8:20-23).

Capítulo 9

Los diez hijos de Amán, de los cuales estaba tan orgulloso, murieron (5:11; 9:7-10; Isaías 14:20). Los dos últimos capítulos del libro muestran que los enemigos del pueblo de Dios eran numerosos, incluso en Susa. Siempre ha sido así a través de los siglos. No sabemos de qué manera estos enemigos habían perseguido a los judíos, pero el día de las retribuciones (Isaías 35:4) también había llegado para ellos.

Ester no es una imagen de los designios de Dios para con la Iglesia. Este libro, en figura, muestra, con la destitución de Vasti, a las naciones puestas de lado, y, con el reemplazo de Ester, a los judíos llamados a compartir los honores del reino. La gracia es el carácter divino puesto actualmente en evidencia mediante la Iglesia. La ejecución de una venganza es absolutamente incompatible con el llamamiento del cristiano (Romanos 12:19).

En cambio, durante el reino milenario de justicia y verdad, el ejercicio de una justa venganza estará totalmente en su lugar. Cuando el Mesías reine y Jerusalén sea “la reina”, entonces se cumplirá lo que la Palabra de Dios anuncia: “La nación o el reino que no te sirviere perecerá” (Isaías 60:12).

Los enemigos no sólo serán castigados al principio del reinado, otros golpes luego les serán asestados. Los adversarios serán destruidos (Miqueas 5:9) así como aquellos que se hayan sometido con disimulo (Salmo 18:44; versión francesa J.N. Darby). “De mañana destruiré a todos los impíos de la tierra” (Salmo 101:8).

De esta manera, el día que debía marcar la desaparición de Israel fue, al contrario, el día de su triunfo y de la destrucción de sus enemigos. No impunemente se ataca al pueblo de Dios (Zacarías 2:8; Salmo 105:12-15).

Año tras año, la gran liberación de la cual el pueblo había sido objeto debía ser conmemorada con la fiesta de Purim; ésta se celebra todavía: serán días de gran alegría (v. 22, 27; compárese con Salmo 30:11-12).

Israel, bajo la disciplina divina, tiene todavía hoy ese carácter de “una nación tirada y despojada... una nación medida y hollada” (Isaías 18:2, VM). Pero, al mismo tiempo, a los ojos de Dios, es un pueblo “de elevada estatura y tez brillante”, en medio del cual nació el Salvador del mundo. Y nosotros, que pertenecemos al pueblo celestial, a la esposa de Cristo, ¿somos acaso objetos de menos ternura?

El Señor murió por esta nación judía, pero también “para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Juan 11:52). Todos los que hoy pueden decir en verdad “¡Abba, Padre!”, forman juntos el solo cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:12, 27). Pero actualmente también se hallan dispersos, a causa de sus pecados y de su desobediencia a la Palabra, y en una gran miseria. Esperan la liberación que el Señor les concederá con su venida.

Capítulo 10

Ya hemos visto que “Mardoqueo era grande en la casa del rey”, y que él “iba engrandeciéndose más y más” (Ester 9:4). Expresiones semejantes se emplean respecto de Moisés: “También Moisés era tenido por gran varón en la tierra de Egipto, a los ojos de los siervos de Faraón, y a los ojos del pueblo” (Éxodo 11:3).

El libro de Ester termina hablando aún de la grandeza de Mardoqueo. Era “grande entre los judíos, y estimado por la multitud de sus hermanos, porque procuró el bienestar de su pueblo y habló paz para todo su linaje” (v. 3).

Estas figuras, por imperfectas que fueren, recuerdan que el lugar supremo pertenece a Jesús, quien se humilló a sí mismo hasta la muerte de la cruz, pero que ahora el cielo ha recibido, hasta que llegue la hora tan próxima de la exaltación (Hechos 3:21). Será puesto muy en alto (Isaías 52:13); recibió un nombre que es sobre todo nombre (Filipenses 2:9-11). Escudriñemos las Escrituras, ellas dan testimonio de él (Juan 5:39). Al declararles en todas las Escrituras lo que de él decían, hizo arder el corazón de los discípulos de Emaús (Lucas 24:27, 32). Es digno de ocupar el primer lugar en nuestros pensamientos y en nuestros afectos (Colosenses 1:18). Nuestros corazones, ¿le pertenecen enteramente a él?