Acerca del Salmo 19

Salmos 19

Este Salmo es la meditación de un verdadero adorador de Dios, que lo honra tanto en sus obras como en su Palabra.

Los gentiles tendrían que haber conocido a Dios por sus obras. Pero no ocurrió; e Israel tendría que haber guardado su Palabra. Pero no lo hizo. Aquí, el verdadero adorador condena a unos y a otros, y glorifica a Dios en sus dos grandes ordenanzas o testimonios.

Las obras y la Palabra de Dios tienen estas dos virtudes: glorificar a Dios y ser de bendición a su criatura, tal como lo muestra este Salmo. Así como el firmamento anuncia la obra de las manos de Dios pero también incluye el sol que da su luz a toda la creación, así también la ley es perfecta, glorifica a su Autor como lo glorifica el firmamento, pero también restaura (o convierte) el alma.

Tanto la gloria de Dios como la bendición de sus criaturas se ven afectadas por las grandes escenas del poder y la sabiduría divinos. Pero, mientras la tierra sigue estando dispuesta a recibir sin esfuerzo la bendición de los cielos, el hombre necesita animarse, como lo hace aquí el salmista, a recibir en su alma la bendición que la ley (o la Palabra) le trae.

En Romanos 10:18, el apóstol Pablo se refiere a este salmo para identificar gloriosamente el ministerio de los cielos y el del Evangelio. Los servicios que los primeros prestan a la tierra se parecen al que el segundo presta al mundo: ambos se propagan por todas partes para que nada se esconda de su calor, fertilizante para uno, saludable para el otro. El ministerio de los cielos hacia la tierra, en su universalidad, tiene su equivalente en el ministerio del Evangelio hacia el mundo. Y el Señor Jesús, en su propio ministerio divino, tenía también esta misma característica. “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres… Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo” (Juan 1:4, 9).

Tal era el poder, la calidad, de la luz y del ministerio del Hijo de Dios. En principio lo alcanzaba todo. En la creación, nada está oculto al calor del sol, y nadie en el mundo lo está al testimonio del Evangelio (Colosenses 1:23).