“Luego que David llegó a Mahanaim,
Sobi hijo de Nahas, de Rabá de los hijos de Amón,
Maquir hijo de Amiel, de Lodebar,
y Barzilai galaadita de Rogelim,
trajeron a David y al pueblo que estaba con él, camas, tazas, vasijas de barro, trigo, cebada,
harina, grano tostado,habas, lentejas, garbanzos tostados, miel, manteca, ovejas,
y quesos de vaca, para que comiesen; porque decían:
El pueblo está hambriento y cansado y sediento en el desierto.”
(2 Samuel 17:27-29)
Aquí se nos presenta un ejemplo admirable de devoción que, a su vez, nos alienta a realizar un ejercicio activo y enérgico para un Señor rechazado. En el pasaje recién citado, tenemos tres hombres muy distintos el uno del otro pero que el Espíritu Santo mencionó especialmente en la Escritura porque confortaron el corazón de David, el rey rechazado de Israel.
Es un aliento para todos aquellos que hemos sido traídos a la obediencia de un Salvador despreciado. Nadie debería decir: «¿Qué puedo hacer en este tiempo de dificultades y de lamentables divisiones, para regocijar el corazón de Aquel que tanto me amó? No tengo ningún título, soy pobre o anciano; no puedo hacer nada».
Pero cada uno, si lo desea, puede cumplir algún acto de devoción y de amor. Si no puede traer trigo, tal vez pueda traer garbanzos; si no tiene ovejas para ofrecer, un queso será bien recibido. “Porque si primero hay la voluntad dispuesta, será acepta según lo que uno tiene, no según lo que no tiene” (2 Corintios 8:12). Es muy claro que, Sobi, Maquir y Barzilai, aunque muy diferentes entre sí, estaban dispuestos a servir al rey en la primera oportunidad que se presentara.
Sobi era probablemente el hermano de Hanún, rey de Amón, a quien David quiso manifestar bondad y gracia. Pero Hanún trató a sus mensajeros de manera muy vergonzosa (2 Samuel 10:1-5). Sin embargo, Sobi fue atraído hacia David, y cuando el rey exiliado huía delante de Absalón y llegó a Mahanaim, Sobi, a pesar de ser de la raza de Amón, vino ante él con sus dones. ¡Cuánto brilla su abnegación en ese momento tan sombrío en que el legítimo rey de Israel no era más que un fugitivo! Sobi procuró gozo a David, y alentó a los que lo acompañaban.
Antes, Maquir había hospedado en su casa a Mefi-boset, el hijo lisiado de Jonatán. Sabía qué gracia y qué bondad había mostrado David a Mefi-boset al hacerlo sentar a su misma mesa como uno de sus hijos (2 Samuel 9). No se nos dice de él, como de Barzilai, que fuese un hombre rico (19:32). Ya fuese rico o pobre, él, como las iglesias de Macedonia más tarde, había “abundado en riquezas de su generosidad” (2 Corintios 8:2). Muchos buscaban su propio interés, pero Maquir daba de lo que tenía para el uso del rey, y era su “culto racional” (véase Romanos 12:1).
Barzilai, con sus ochenta años, no se quedaba atrás de los otros dos mencionados en cuanto a lealtad incondicional hacia David, no en palabras, sino en un servicio oportuno y desinteresado.
Estos tres hombres se encontraron en plena comunión para traer al rey toda la variedad de sus dones. Todo fue presentado a David para el uso de aquellos que lo seguían, y que, después del camino en el desierto, necesitaban reposo y refresco. Estos tres hombres eran “entendidos en los tiempos” (véase 1 Crónicas 12:32), y sabían juzgar lo que era necesario en Mahanaim; estaban llenos de simpatía hacia el pueblo y decían: “El pueblo está hambriento y cansado y sediento en el desierto”.
Estos hermosos ejemplos de abnegación, en días de extremo egoísmo y de desorden, ¿no hablan al corazón de aquellos que esperamos la venida de Aquel que dice: “Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana”? (Apocalipsis 22:16). Mostremos nuestra abnegación durante el tiempo que podamos, porque “ya es el último tiempo” (1 Juan 2:18) y “el tiempo es corto” (1 Corintios 7:29).
El capítulo 18 de 2 Samuel nos relata el fin del usurpador y el restablecimiento del rey legítimo sobre su trono, mientras que todo el pueblo que había sido dividido hizo acto de homenaje a David de un mismo corazón “como el de un solo hombre” (2 Samuel 19:9-14). Pero la ocasión de mostrar una abnegación especial a David como lo hicieron esos “dos o tres” en Mahanaim, ya había pasado.