Víctimas de una injusticia

Cuando somos víctimas de una injusticia importante, ¿es necesario protestar, o, más bien, soportarlo pacientemente?

El Señor Jesús nunca se alzó contra la injusticia de la cual fue objeto de parte de los incrédulos. En el evangelio de Mateo, encontramos dos ejemplos de graves injusticias cometidas por aquellos que tenían la autoridad en Israel.

Herodes “ordenó decapitar a Juan en la cárcel. Y fue traída su cabeza en un plato... Entonces llegaron sus discípulos, y tomaron el cuerpo y lo enterraron; y fueron y dieron las nuevas a Jesús. Oyéndolo Jesús, se apartó de allí en una barca a un lugar desierto y apartado” (Mateo 14:10-13).

“Viendo Pilato que nada adelantaba, sino que se hacía más alboroto, tomó agua y se lavó las manos delante del pueblo, diciendo: Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros. Y respondiendo todo el pueblo, dijo: Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos. Entonces les soltó a Barrabás; y habiendo azotado a Jesús, le entregó para ser crucificado” (Mateo 27:24-26).

En ninguno de los dos casos escuchamos protesta alguna de la boca del Señor, y tampoco considera la posibilidad de apelar a una instancia judicial superior.

Cuando Cristo vuelva con poder y gloria para establecer su reino sobre la tierra, pondrá todas las cosas en orden; gobernará con justicia absoluta (Isaías 32:1). Pero este día aún no llegó.

No debemos extrañarnos si nos toca sufrir por haber hecho lo que es justo a los ojos de Dios o simplemente porque somos cristianos (Mateo 5:10-12; 1 Pedro 4:16). Y si somos tratados injustamente, deberíamos incluso gozarnos y alegrarnos, pues nuestra recompensa es grande en los cielos. Como lo dice Pedro en el pasaje citado, un trato injusto es una ocasión de glorificar a Dios.

¡Oh, que nuestra respuesta a una injusticia de parte del mundo sea en el espíritu de los primeros cristianos, cuando eran amenazados con ser perseguidos! Su oración era: “Ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra” (Hechos 4:29). ¡Qué respuesta ejemplar la del mártir Esteban cuando lo apedreaban!: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado” (Hechos 7:60).

El Señor no nos dejó ningún ejemplo de un espíritu de lucha o de protesta. Nos mostró cómo sufrir con paciencia.

Alentémonos a seguir el modelo que nos dio, “aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13).