Cristo Jesús, exaltado hasta lo sumo

El Señor Jesucristo soportó los más grandes sufrimientos sobre la cruz y murió. Pero Dios lo resucitó y le dio el lugar más elevado que pudiera existir. Su elevación y su lugar supremo se mencionan varias veces en el Nuevo Testamento.

En la epístola a los Efesios, aprendemos que el propósito de Dios es exaltar a Cristo. En el capítulo 1, se habla del beneplácito de Dios que “se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra” (v. 9-10). De acuerdo con ese propósito, Dios ya lo hizo sentar “a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies” (v. 20-22).

En la epístola a los Colosenses, vemos que la gloria de su Persona requiere este lugar exaltado. Si Él es “la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación”, si es aquel por quien todas las cosas fueron creadas, aquel que es antes de todas las cosas y por quien todas las cosas subsisten, entonces es necesario efectivamente “que en todo tenga la preeminencia” (1:15-18).

En la epístola a los Filipenses, su gracia y su profunda humillación le aseguran este lugar exaltado. Allí leemos: “Se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre” (2:7-9).

En la epístola a los Hebreos, vemos que sus sufrimientos lo prepararon para su exaltación. “Convenía” a Aquel que fue puesto sobre todas las cosas, y coronado de gloria y de honra, ser “perfeccionado” (ser apto para cumplir su servicio) “por aflicciones” (2:7-10).

En la primera epístola de Pedro, la exaltación de Cristo es el testimonio que Dios da por el precio que Él tiene ante sus ojos. La “piedra” que los hombres rechazaron como algo sin valor, es “escogida y preciosa” para Dios. “Ha venido a ser la cabeza del ángulo” (1 Pedro 2:4-7).

En el evangelio de Juan, el Señor Jesús declara que sus sufrimientos y su muerte son el camino necesario de su exaltación, para que otros puedan tener parte en la bendición y en la gloria que le están unidas. Cuando había llegado la hora para que el Hijo del hombre fuese glorificado, también fue el momento para que el grano de trigo cayera en la tierra y muriera. De lo contrario, habría quedado solo para siempre (Juan 12:23-24).