Si somos creyentes, sin duda tenemos el deseo de conocer la voluntad del Señor en las diferentes circunstancias de nuestra vida. Sabemos que podemos ser bendecidos sólo si andamos en un camino de obediencia. A veces nos encontramos ante decisiones importantes que implican consecuencias para toda nuestra vida, por ejemplo, en lo que concierne a la elección de una profesión, o de un lugar de residencia, el casamiento, un cambio de trabajo, etc.
Cuando pensamos en David, que con simplicidad hacía preguntas a Dios y obtenía rápidas y precisas respuestas, llegamos casi hasta a envidiarle. Vemos varios ejemplos de tales preguntas en 1 Samuel 23. David oye que los filisteos combaten a Keila y que roban las cosechas. Pregunta a Dios: “¿Iré a atacar a estos filisteos?” Dios responde: “Ve, ataca a los filisteos, y libra a Keila”. Pero los hombres de David tienen miedo y se oponen. Entonces David repite su petición y Dios confirma su palabra: “Levántate, desciende a Keila, pues yo entregaré en tus manos a los filisteos”. Dios cumple su palabra, y David obtiene una gran victoria (v. 1-5).
Cuando Saúl oye que David está en Keila, se levanta para sitiar la ciudad. Entonces David pregunta de nuevo: “Jehová Dios de Israel, tu siervo tiene entendido que Saúl trata de venir contra Keila, a destruir la ciudad por causa mía. ¿Me entregarán los vecinos de Keila en sus manos? ¿Descenderá Saúl, como ha oído tu siervo?… Y Jehová dijo: Sí, descenderá. Dijo luego David: ¿Me entregarán los vecinos de Keila a mí y a mis hombres en manos de Saúl? Y Jehová respondió: Os entregarán” (v. 6-12).
¡Qué fácil parece todo esto! ¿Por qué tenemos nosotros a menudo tanta dificultad para discernir la voluntad del Señor? ¿Estamos en desventaja con respecto a David porque no tenemos a Abiatar, el sacerdote, ni el efod? ¡No, ciertamente! Dios desea conducirnos en nuestro camino. Lo hace por medio de su Palabra y por el Espíritu Santo. Pero a veces hay en nosotros obstáculos. Consideraremos algunos de ellos.
La voluntad propia
Aquel que ya ha tomado una decisión en su corazón no está en condiciones de discernir claramente la voluntad de Dios.
Hay un ejemplo impresionante de esto en Jeremías 42 y 43. Los judíos que escaparon de la cautividad piden insistentemente al profeta Jeremías que pregunte a Dios por ellos: “Que Jehová tu Dios nos enseñe el camino por donde vayamos, y lo que hemos de hacer” (42:3). No obstante, cuando Jeremías les transmite la respuesta de Dios en la cual les indica que no debían bajar a Egipto sino quedarse en el país, ellos responden: “Mentira dices; no te ha enviado Jehová nuestro Dios para decir: No vayáis a Egipto para morar allí” (43:2). Desprecian el mandamiento divino y descienden a Egipto; y el profeta debe decirles: “¿Por qué hicisteis errar vuestras almas?” (42:20).
¿Cómo fue tal cosa posible? El capítulo 41 nos da la clave: “Fueron y habitaron en Gerutquimam, que está cerca de Belén, a fin de ir y meterse en Egipto” (v. 17). Así pues, ya estaban en camino a Egipto y solamente querían que Dios confirmara la decisión que ellos habían tomado.
Para nosotros existe el mismo peligro de obrar como estos judíos, por ejemplo en la elección de un cónyuge.
Muchos jóvenes imitan en ese ámbito el ejemplo de sus compañeros no creyentes. Mantienen negligentes relaciones con las personas del sexo opuesto. Entonces, cuando su corazón ya no es libre, no están en condiciones de juzgar su mal camino a la luz de la Palabra de Dios y de discernir la dirección del Espíritu Santo. En este ámbito, antes sigamos el ejemplo de Isaac. Cuando llegó el momento en que Dios había escogido, Rebeca le fue dada como esposa (Génesis 24).
El pecado
El pecado interrumpe la comunión con Dios. Tenemos igualmente un ejemplo en la vida de David, en 1 Samuel 27, 29 y 30.
Cansado por un largo período de persecuciones por parte de Saúl, David busca refugio en Aquis, rey de los filisteos. En efecto, encuentra reposo en cuanto a Saúl, pero, ¡a qué precio! Debe ponerse públicamente del lado de los enemigos del pueblo de Dios y ocultar esta traición con mentiras. Durante todo ese tiempo, no se nos dice que David haya pedido a Dios directivas para su camino. Si Dios no hubiese intervenido en gracia, David habría debido hacer la guerra al lado de los filisteos contra su propio pueblo. Dios se lo impidió, pero permitió una prueba de fe muy dolorosa para David durante la toma de Siclag por los amalecitas. Durante esta gran destreza volvió a encontrar su feliz comunión con su Dios.
Tales experiencias pueden también tener lugar en nuestras vidas. Si un pecado se desliza entre nosotros y nuestro Dios, ya no vemos con claridad. El único remedio es una confesión sincera. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).
El desprecio o la ignorancia de la Palabra de Dios
Dios jamás aprobará un camino que está en contradicción con su Palabra. Consideremos de nuevo una circunstancia de la vida de David, en 1 Crónicas 13.
David se dispone a traer el arca del pacto de Quiriat-jearim a Jerusalén —en sí, un excelente deseo—. Toma “consejo con los capitanes de millares y de centenas, y con todos los jefes”, y “la cosa parecía bien a todo el pueblo” (v. 1 y 4). Todo Israel se reúne. Se toma un carro nuevo en el cual se disponen a conducir el arca hasta Jerusalén. Pero todo esto termina en un desastre: Uza toca el arca y muere; David se irritó y abandonó por un tiempo el proyecto. Más tarde, comprende su error. Considera lo que está escrito en Números 7:9: los hijos de Coat debían llevar el arca sobre el hombro. Entonces David da la instrucción: “El arca de Dios no debe ser llevada sino por los levitas; porque a ellos ha elegido Jehová para que lleven el arca de Jehová, y le sirvan perpetuamente” (1 Crónicas 15:2). Ahora el proyecto está coronado de éxito, y, con gozo, David y todo Israel pueden llevar el arca del pacto a Jerusalén.
¡Tengamos cuidado! También en nuestra vida, ciertas cuestiones se resolverían mucho más fácilmente si buscáramos la respuesta en la Palabra de Dios.
Nuestro Dios desea hacer que nuestros pasos sean firmes y seguros. “Por Jehová son ordenados los pasos del hombre, y él aprueba su camino” (Salmos 37:23). “Sustenta mis pasos en tus caminos, para que mis pies no resbalen” (17:5).