Las obras de la fe

Santiago 2:14-26

Santiago busca las pruebas exteriores de la fe. “…si alguno dice que tiene fe…” (v. 14). ¿Es verdadero o falso? No siempre es fácil discernirlo. Si estuviésemos en un buen estado espiritual, no dudaríamos; el Espíritu Santo actuaría en nosotros con suficiente poder para hacernos ver la verdad. Pero el error es fácil. Un hombre que dice: «Creo que Jesús es el Hijo de Dios, creo que murió en la cruz, creo lo que dice la Palabra de Dios», ¿es por eso un cristiano? No se puede asegurar. Hay una prueba para esta declaración. Santiago nos dice: Esto es lo que dice alguien, ¡veamos entonces lo que hace! El Señor dijo: “Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:16, 20). Hoy es aún más importante porque hemos heredado actitudes y declaraciones correctas. Pero no se hereda la fe. Siempre corremos el peligro de sustituir la realidad por la apariencia.

Santiago se sitúa en el período de transición del fin del judaísmo y del principio de un cristianismo que todavía no había cortado enteramente con la ley. Habla de la sinagoga y de la iglesia a la vez; precede a la epístola a los Hebreos. Antes de que se exhortara a todos esos cristianos judíos a “salir fuera del campamento” (Hebreos 13:13), Santiago habla a los cristianos como estando ligados a los judíos. La ruptura entre la Iglesia y el judaísmo fue consumada por la destrucción de Jerusalén; los apóstoles tuvieron dificultades para cortar las raíces judías en los cristianos. En los tiempos de Santiago, había judíos y, al lado, verdaderos cristianos apegados todavía al judaísmo. Los judíos estaban ligados a las formas religiosas y a lo que halagaba al «yo», al dinero por ejemplo. Por eso la enseñanza de Santiago es práctica: busca la realidad de la vida divina en sus frutos, en los hechos, en los actos, y no solamente en la actitud. Es importante hacerlo ante la multitud de los que se dicen cristianos hoy en día. Si alguien pretende ser cristiano por fe, ¡que lo demuestre con sus obras!

Pablo muestra cómo un pecador puede ser presentado delante de un Dios justo. Dice: “Por gracia sois salvos por medio de la fe” (Efesios 2:8). Santiago se refiere a aquellos que tienen la pretensión de tener fe: Abraham tuvo fe, creyó a Dios, esto le fue contado por justicia, pero dio la prueba exterior de su fe. Los dos ejemplos de fe dados por Santiago, Abraham y Rahab, ilustran esta palabra del apóstol Pablo: “Si alguno entre vosotros se cree sabio en este siglo, hágase ignorante, para que llegue a ser sabio” (1 Corintios 3:18). Abraham y Rahab actúan ambos como insensatos para el mundo. Si un cristiano, en la medida de su fidelidad, quiere vivir por la fe, en este mundo será considerado como un necio ignorante. Hoy en día, si oímos decir: «Tengo la fe», respondemos: «Muéstrenos su fe con sus obras». Si minimizamos los medios de control que Dios nos dio, no hacemos nuestro deber. Podríamos reconocer la fe en hombres que no la poseen y que la buscan.

Si los hombres escribiesen la historia de Abraham, ¿cómo calificarían su gesto? En toda la historia de la humanidad, los padres buscan asegurar a sus hijos el mejor lugar posible en la tierra —y si posible en el cielo—, lo más fácil, librarlos en la mayor medida posible de sufrimientos y oprobios. Los padres tienen dificultades; buscan, con razón tal vez, que los hijos tengan menos. Vemos esto tanto en los incrédulos como en los cristianos. Abraham mostró su fe. Cuando Dios le dijo: “Toma ahora tu hijo… y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto” (Génesis 22:2), tomó el cuchillo, la leña; subió a Moriah, habiendo aceptado el sacrificio en su ser interior. ¿Dónde está el Abraham de hoy? Además, Dios le había dicho: “En Isaac te será llamada descendencia” (Génesis 21:12). Todas sus esperanzas descansaban en Isaac. Hubiese podido decir: Dios es inconsecuente, me dijo que yo tenía una esperanza y ahora me la quita. He aquí adonde lo llevó la fe, a un gesto insensato. En vez de decir: «Tengo la fe», y tratar de conciliar lo mejor posible sus intereses con la declaración de su fe, mostró su fe de una manera que habla aún hoy a través de los siglos: ofreció a su hijo. Si alguien dice: «Tengo la fe», que muestre sus obras, como Abraham. Incontestablemente Dios nos pone a prueba, en nuestra pequeña medida, una y otra vez.

En la historia de la Iglesia, encontraremos muchas personas que abandonaron a todos sus amigos para seguir al Señor. No es fe si andamos por vista y si sabemos que una pérdida en un sentido es compensada diez veces por otro lado. Abraham consintió en perderlo todo: ¡éste es el valor de su acto de fe! Conocemos cristianos que lo dejaron todo para seguir al Señor, sin esperanza de compensación, sino su acto perdía todo su valor. Si sabemos que perdemos todo, entonces decimos: «Tú eres mi Dios; no sé cómo actuarás, pero eso no me preocupa; mi preocupación es obedecer; tú me abres un camino, yo obedezco y voy». ¡Esto es la fe!

Abraham ya había sido puesto a prueba antes: “Vete de tu tierra y de tu parentela” (Génesis 12:1). Otros lo han hecho. La fe es la misma en todos los tiempos. ¡Qué hermosura! ¿Qué es lo que glorifica a Dios? Que nos apoyemos en Él. ¿Cuándo? Cuando de cierta manera andamos sobre las aguas, sin apoyarnos en nada ni en nadie. ¡Que el Señor nos conceda a todos la dicha de poder seguir el ejemplo de Abraham, en el secreto! Abraham no sabía que 40 siglos más tarde se hablaría de lo que hizo en el monte de Moriah. “Fue llamado amigo de Dios” (Santiago 2:23), “Abraham mi amigo” (Isaías 41:8).

El segundo ejemplo, Rahab, tampoco es brillante a los ojos de los hombres. Tenía todo en contra de ella. No tenía ninguna cualidad para recibir la bendición, sino más bien las necesarias para estar sujeta al juicio de Dios. Cuando oye hablar del pueblo de Israel que avanza, en vez de compartir los mismos sentimientos de su pueblo, ella comprende el pensamiento de Dios por la fe. Israel no había ganado ni una batalla; Jericó estaba bien afirmada, resguardada detrás de los muros que subían hasta el cielo. Con su sentido lógico, Rahab debió de haber dicho: «Éste es un pueblo que no es peligroso, nunca podrá entrar en mi ciudad». Pero Rahab ve al pueblo de Dios revestido de gloria y de poder, antes de que Dios lo haya mostrado de manera brillante a los ojos de los hombres. Y actuando con esta convicción, traiciona a su pueblo. Si la manera de actuar de Abraham parece reprensible según la moral humana, la acción de Rahab lo es según las leyes sociales de los hombres. Y Rahab entró en la genealogía del Señor.

¡Que el Señor nos conceda la dicha de examinar estas cosas!