“Por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo...
a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu...
Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso...
Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular.”
(1 Corintios 12:13, 18, 27)
Muchos cristianos comprenden de manera vaga lo que es el bautismo por el Espíritu. Algunos se imaginan que es algo así como una «segunda bendición» que beneficia solamente a algunos elegidos, un tiempo después de su conversión; otros suponen que es algo que se renueva y que los creyentes deben invocar individual y colectivamente, orando con sinceridad.
La Escritura habla de forma diferente. El bautismo por el Espíritu recibido del Señor Jesús está destinado al cuerpo de Cristo; es el medio por el cual “todos” los creyentes de la época del Nuevo Testamento, que forman el “cuerpo” de Cristo, están unidos a la “cabeza” viviente en el cielo y une los unos a los otros en la tierra. Era algo desconocido hasta que Cristo fue glorificado. Cierto, antes había personas piadosas —la fe individual existió desde Abel o Adán— pero no podía haber unión “en un cuerpo” antes de que la redención fuese cumplida y que Cristo fuese elevado a la diestra de Dios.
Entonces, el Espíritu Santo fue enviado a la tierra, y unió los miembros (los creyentes) en un cuerpo, el cuerpo de Cristo, la Iglesia. “Y el Señor añadía cada día a la Iglesia los que habían de ser salvos” (Hechos 2:47). Cuando estén todos, el Señor mismo descenderá del cielo y tomará a la Iglesia a sí mismo. Si ser judío y tener una parte terrestre era un privilegio, ser coherederos con Cristo y poseer una parte celestial con Él es sin duda un privilegio mucho más elevado.
¿Por qué debemos comprender en toda su magnitud cuál será la parte de Cristo? Porque, siendo el cuerpo de Cristo, todos los miembros participan en “toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Efesios 1:3).