“Y deteniéndose él, los varones asieron de su mano,
y de la mano de su mujer y de las manos de sus dos hijas,
según la misericordia de Jehová para con él;
y lo sacaron y lo pusieron fuera de la ciudad.”
(Génesis 19:16)
Indecisión con consecuencias graves
¿Quién era este hombre que se había detenido? Se trataba de Lot, el sobrino de Abraham, quien se demoraba en salir de Sodoma, donde vivía, precisamente la misma mañana cuando la ciudad sería destruida. Dios rápidamente envió dos ángeles para socorrerlo, y pudiese salir de la ciudad, pero Lot se detenía. Por el Nuevo Testamento aprendemos que Lot era un hombre justo (véase 2 Pedro 2:7-8); y esta era la razón por la cual Dios lo salvó.
La expresión “y deteniéndose él” es sorprendente si pensamos en el momento y las circunstancias que acontecían. Lot conocía el espantoso estado moral de esta ciudad. “El clamor” de la perversión de sus habitantes había “subido de punto delante de Jehová” (v. 13), y Lot conocía el terrible juicio que caería sobre ella. Los ángeles le habían dicho claramente: “Jehová nos ha enviado para destruir este lugar” y Lot había creído su testimonio, sabía que el peligro era inminente, por lo que acudió a sus yernos con la siguiente advertencia: “Levantaos, salid de este lugar; porque Jehová va a destruir esta ciudad” (v. 14). Sin embargo, se detenía. Los ángeles ejecutores de la ira de Dios le dijeron: “Levántate... para que no perezcas en el castigo de la ciudad” (v. 15). Pero Lot aún se detenía.
Las consecuencias de una mala elección
Lot carecía de un espíritu decidido. Esto era producto de su mala elección pasada, cuando se estableció en Sodoma. La mezcla habitual con el mundo, su propia identificación con los intereses de éste y el aprecio que sentía por su forma de pensar habían formado a Lot según el modelo de este mundo. Por eso no era más capaz de dominarse y someterse a la voluntad de Dios, incluso si sentía la necesidad de hacerlo.
Esta es una seria advertencia para todos los hijos de Dios. Todos nosotros tenemos la tendencia a saber más de lo que llevamos a la práctica, y de acostumbrarnos a este estado de cosas.
Quizás tenemos una falsa idea de lo que significa el amor. El amor no consiste en intentar agradar a todos nuestros semejantes, ser simpáticos con todos y estar de acuerdo en todas las cosas. El amor según Dios consiste, ante todo, en complacer a Dios.
Quizás también retrocedemos demasiado fácilmente ante un sacrificio o renuncia que se nos presente. El Señor habla de esto utilizando imágenes muy serias: “Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo y échalo de ti... Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti” (Mateo 5:29-30).
Si vacilamos o nos detenemos, no seremos felices. Por cierto, sería muy extraño si lo fuéramos. Y esto lo sabemos muy bien. La indeterminación, cuando se trata de seguir al Señor, destruye inevitablemente la felicidad de una vida cristiana, ya que la paz no podría morar en la conciencia de un cristiano que titubea.
Podría ser, que después de caminar bien un tiempo, hayamos dejado nuestro primer amor y, desde entonces, no hemos sido verdaderamente felices. No lo seremos si no nos arrepentimos y hacemos “las primeras obras” (Apocalipsis 2: 4-5). Si, en cambio, hacemos como Pedro quien seguía al Señor “de lejos”, haremos experiencias similares a las suyas, y nos daremos cuenta de que es un camino doloroso.
Las causas de la mala elección
La mala elección de Lot fue determinante en su vida. En un espíritu de humildad, Abraham le había dejado elegir adonde ir cuando habían acordado separarse (Génesis 13). Y ¿qué hizo Lot? La Escritura dice que “alzó Lot sus ojos, y vio toda la llanura del Jordán, que toda ella era de riego” (v. 10). El hecho de que Sodoma se encontrara cerca, de que sus habitantes fueran “malos y pecadores contra Jehová en gran manera”, y de que estos hombres fueran sus vecinos, parece no haberle preocupado. La pradera era abundante y el país bueno para su rebaño. Frente a este argumento, todas sus dudas, si existieron, se esfumaron. Su elección se basaba en las cosas visibles, pero esta no era la elección de la fe. La comunión con Dios, la cual Abraham ponía por encima de todo, no tenía importancia para él.
Nos enteramos después que Lot “fue poniendo sus tiendas hasta Sodoma” (v. 12). La explotación de la llanura fértil que había elegido implicaba esto. Pero este fue solo un primer paso, ya que cuando la Escritura vuelve a hacer mención de él, leemos que Lot “moraba en Sodoma” (14:12). Habiendo renunciado a sus tiendas, residía en una casa dentro de esta pecaminosa ciudad. No se nos aclara el motivo de esta mudanza, pero podemos estar seguros de que no era Dios quien lo guiaba. Quizá Lot pensaba que en Sodoma podría defender mejor sus intereses materiales. Quizá también los atractivos sociales que poseía la ciudad hicieron que su mujer la prefiriera al campo, e incluso ella hubiera convencido a Lot de que allí habría mejores posibilidades para la educación de sus hijas. Incluso sus hijas pudieron insistir en ir a vivir a la ciudad.
En lo que respecta a nosotros, igualmente nunca faltarán motivos que justifiquen nuestra propia voluntad. Pero una cosa es clara: Lot moraba en Sodoma sin la aprobación de Dios.
Si no prestamos atención a la enseñanza de la Palabra de Dios y decidimos instalarnos sin mucha necesidad en un ambiente mundano, nuestra vida espiritual comenzará a debilitarse. De esta manera daremos ocasión al diablo de inmovilizar nuestros brazos y cegar nuestros ojos. Entonces, la fuente de nuestra fuerza se agotará y nuestra energía menguará.
Aquellos que no quieran imitar a Lot deben guardarse de toda mezcla inútil con la gente de este mundo. ¡No hagamos la elección de Lot!
Pensemos, por ejemplo, cuando buscamos un lugar para vivir. No basta con que la casa posea todas las cualidades que deseamos. Hace falta más, como por ejemplo: ¿Es la situación considerada favorable al desarrollo de nuestra vida espiritual? ¿Hay, cerca, una asamblea de creyentes que se congregan en la verdad? Si deseamos progresar en nuestra vida espiritual, no seamos negligentes al respecto. ¡No hagamos la elección de Lot! Por otro lado, cuando elegimos una profesión o aceptamos un empleo, no es suficiente que las condiciones materiales o las perspectivas futuras sean buenas y que el trabajo sea interesante. ¿Podrá nuestra vida de fe desarrollarse libremente, o estará nuestra alma en peligro de caer? No tomemos, pues, ninguna decisión sin meditarla bien. Examinemos cuidadosamente el asunto a la luz de la Palabra de Dios. ¡No hagamos la elección de Lot!
Y si tuviéramos que tomar una decisión con vistas al matrimonio, corremos un gran peligro si nos conformamos con que nos guste la otra persona, nos llevemos bien con ella y nos amemos el uno al otro (aunque todo esto sea necesario). Pensemos en nuestra alma inmortal. ¿Conducirá esta unión hacia arriba o hacia abajo, hacia el cielo o hacia la tierra, hacia Cristo o hacia el mundo? “No os unáis en yugo desigual…” (2 Corintios 6:14). ¡No hagamos la elección de Lot!
El daño que sufre un creyente siguiendo el ejemplo de Lot es inmenso, tanto para sí mismo, como para los que lo rodean.
Consecuencias de una mala elección y de la indecisión
Observemos primeramente que Lot no fue capaz de dar un buen testimonio para Dios en medio de los habitantes de Sodoma. Incluso si durante los numerosos años que estuvo allí hubiera intentado hablar de Dios y procurar desviar a estos hombres de sus pecados, ciertamente no lo consiguió. Su vida no tenía ningún peso moral. Sus palabras no eran oídas. Sus vecinos decían: “Vino este extraño para habitar entre nosotros, ¿y habrá de erigirse en juez?” (v. 9). Aquellos que no se distinguen del mundo por su comportamiento, no convencerán a nadie de la verdad de Dios. Ellos son como la “sal” que “se desvanece” (Mateo 5:13); no tienen ninguna fuerza para actuar en contra de la corrupción que los rodea. No son conocidos como “carta de Cristo” (2 Corintios 3:3). No existe ningún rasgo atractivo en sus vidas que refleje a Cristo.
Por otra parte, notemos que Lot tampoco fue una gran ayuda para su familia, ya que cuando corrió hacia sus yernos para decirles que huyeran a prisa del terrible juicio que caería sobre la ciudad, “pareció a sus yernos como que se burlaba” (v. 14). Sus yernos, junto con sus familias, eran causantes de la indeterminación de Lot. “Todo lo que tienes en la ciudad, sácalo de este lugar”, habían dicho los ángeles (v. 12). Sin embargo, lo que Lot decía estaba en contradicción con lo que sus yernos acostumbraban a oír de su parte, de manera que no podían tomar estas palabras muy en serio.
¿Y qué decir de la mujer de Lot? Ella dejó la ciudad a la cual su corazón se apegaba, pero no llegó muy lejos. No tenía nada de fe y no comprendía que era necesaria una fuga rápida. Comenzó a huir exteriormente de la ciudad, pero dejó su corazón en Sodoma. Así, miró hacia atrás a pesar de la orden explícita de no hacerlo (v. 17), y como consecuencia, el juicio la alcanzó.
Respecto de las hijas de Lot, ellas escaparon solamente para hacer la obra del diablo algún tiempo más tarde, incitando a su padre a cometer el pecado más infame.
Así que Lot se encontró solo en su familia; no pudo ser utilizado para salvar de la perdición ni siquiera a una sola alma de su familia. Y todo esto no debe sorprendernos, ya que la indecisión de un hombre se percibe muy fácilmente por los miembros de su propia familia. Ellos piensan, con razón, que si él realmente creyera en todo lo que profesara, no se comportaría como lo hacía. Generalmente, los ojos de los niños registran más que sus oídos.
Sabemos poco de Lot después de su huida de Sodoma, y lo poco que sabemos es triste. Su deseo de ir a Zoar porque era una ciudad “pequeña”, su salida de Zoar, su comportamiento en la cueva, todo habla el mismo lenguaje. Todo muestra la falta de fuerza espiritual y un alma muy poco ejercitada.
¡No nos detengamos!
Vivimos en un tiempo caracterizado por una indecisión espiritual y una tibieza que se ha generalizado. ¿Sentimos en el corazón el deseo de cultivar una estrecha comunión con Dios? ¿Tomamos con seriedad nuestro carácter de extranjeros? ¿Procuramos ser fieles testigos de Cristo en nuestro alrededor? ¿Anhelamos ser, como nuestro Maestro, hombres de oración, humildes, desinteresados y bondadosos?
No procuremos, entonces, servir a Cristo y al mismo tiempo amar al mundo. Esto no funcionará jamás. Esperemos al Señor; “ceñidos vuestros lomos, y vuestras lámparas encendidas”, teniendo nuestros corazones apegados a él. Esta es la única manera de tener una vida cristiana feliz.
¿Quisiéramos ser útiles al Señor? ¿Deseamos desviar almas de una vida de pecado y llevarlas a Cristo? ¿Sentimos en el corazón el deseo de guiar a nuestros niños y a nuestros familiares en el camino que conduce al cielo, de manera que deseen venir con nosotros? Entonces, ¡no hagamos como Lot!
Y si alguien de nosotros se da cuenta de que ha seguido tal camino, ¡que no piense que no hay ninguna posibilidad de restauración! ¡Que escuche el mensaje solemne de nuestro relato de Génesis! Y que obedezca lo que Dios dice por la boca del profeta: “Vuélvete… no haré caer mi ira sobre ti… Reconoce, pues, tu maldad… Convertíos, hijos rebeldes, y sanaré vuestras rebeliones” (Jeremías 3:12-13, 22).
“Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 14:12; 16:25).
“Examina la senda de tus pies, y todos tus caminos sean rectos” (Proverbios 4:26).
“El que anda con sabios, sabio será; mas el que se junta con necios será quebrantado” (Proverbios 13:20).