Josías /6

2 Crónicas 34 – 2 Crónicas 35

4. Un triste fin

“Después de todas estas cosas” (2 Crónicas 35:20). Así comienza el relato divino en cuanto al fin de Josías. Uno preferiría saltar este párrafo y no conocer el extravío de este gran hombre de Dios. Sin embargo, Dios también quiere hablarnos por medio de esta triste circunstancia. Cuando Dios escribe la historia —y tenemos aquí una prueba manifiesta—, siempre lo hace de manera realista. La Biblia no nos habla de héroes que jamás tuviesen ningún defecto. Incluso hombres como Abraham, Isaac, Josué, David y muchos otros conocieron períodos, o, en todo caso, episodios en sus vidas en los cuales no obraron de acuerdo con su Dios. Si Dios nos habla de esto, no es ciertamente para que juzguemos a esos hombres, sino para que saquemos lecciones para nosotros. Si buscamos la perfección, solo la encontraremos en la vida de nuestro Señor. Es el único que jamás se apartó en lo más mínimo del camino que seguía para gloria de su Padre.

Lo que volvió la vida de Josías tan trágica, es el hecho de que al final cayó repentinamente. Adolescente, comenzó a buscar a Dios; de joven, vivió una vida de fe activa y motivó a otras personas; pero a la edad madura cayó. Tuvo un buen comienzo, siguió bien, pero terminó mal; así es como podríamos resumir su vida. Una vida que Dios pudo emplear, termina de manera trágica. Esto debería hacernos reflexionar.

Trece años de silencio

Hemos visto a Josías como un hombre de reformas. Su vida de fe comenzó cuando tenía dieciséis años. Durante diez años, Dios nos revela de manera detallada lo que motivó a este joven. La cumbre de sus reformas sin duda fue la pascua que se celebró bajo su reinado. En ese momento, Josías tenía veintiséis años. Luego, leemos de repente: “Después de todas estas cosas”. Josías murió a los treinta y un años de su reinado, es decir con treinta y nueve años de edad. Si hacemos el cálculo, entre la fiesta de la pascua y las palabras “después de todas estas cosas”, hay un intervalo de trece años. Tenemos la impresión de que Dios pasa simplemente por alto estos trece años de la vida de Josías.

¡Trece años de silencio! ¿No hizo nada Josías durante ese tiempo? ¿No emprendió nada? No tenemos una respuesta clara a esta pregunta. Podemos decir que Josías no hizo nada que Dios haya querido decirnos. En esto vemos un principio importante que encontramos a menudo en la Biblia. Dios nos habla por lo que dice, pero a veces por lo que no dice. Las enseñanzas no se ven siempre a primera vista. A veces nos hace falta, incluso si eso requiere esfuerzo, ahondar un poco, leer entre líneas y meditar sobre lo que Dios precisamente no nos dice. ¿Por qué, por ejemplo, no se nos habla de un altar en la vida de Abraham cuando estaba en Egipto (Génesis 12:9-20)? O ¿por qué no se menciona una oración de David cuando huyó a Aquis, el rey de los enemigos de Israel (1 Samuel 27 a 29)? El silencio de Dios nos habla, como en la vida de Josías.

¿Qué quiere decir ese silencio? ¿No habrá también en nuestras vidas periodos respecto de los cuales Dios nada tiene que decir, que carecen de valor para Dios porque no encuentra ningún fruto para él? Dios busca fruto en nuestra vida, es decir que le gustaría ver en nosotros algo de los magníficos caracteres de su Hijo. Es Dios quien juzga lo que es fruto para él, nadie más. A los ojos de los hombres, puede haber muchas cosas que parecen buenas, pero lo que cuenta es la apreciación de Dios.

¿Cómo se desarrolla nuestra vida? Quizá hayamos empezado bien, nos comprometimos para Dios, pero después nos relajamos y nuestro corazón se volvió hacia otras cosas. Quizá algunas de las cosas que hemos hecho por convicción se volvieron rutinarias. Los jóvenes a menudo se entusiasman rápidamente por una cosa u otra, mientras que con la edad el entusiasmo se va apagando. En la vida espiritual puede ser de otro modo. El sabio Salomón dice: “La senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto” (Proverbios 4:18). La luz de la aurora puede ser comparada con la juventud de un hombre. El tiempo de la juventud se parece a una mañana radiante en la que el sol se levanta con fuerza. Pero eso no es todo. Una vida para Dios es una vida que resplandece siempre más hasta que el día sea perfecto. Con Josías fue así hasta el momento en que de repente la brillante luz se ensombreció. ¿En qué situación estamos, usted y yo?

Josías tenía treinta y nueve años cuando se comprometió sin necesidad en una guerra contra el faraón Necao. Ya no era un joven, pero tampoco era viejo. A los treinta y nueve años se está en el cenit de la vida, a la mitad del camino. El fin de Josías nos habla sin duda a cada uno, pero, nosotros particularmente que estamos a la mitad de nuestra vida, dejémonos interpelar. ¿Qué ha sido de nuestra vida hasta ahora? ¿Cómo hemos comenzado? ¿Adónde hemos llegado? ¿Hemos tenido éxito en el mundo, lo tenemos todavía? ¿Hemos prosperado social y económicamente en él? ¿Tenemos una familia intachable? Estas son algunas preguntas sobre las que podemos meditar. Pero también preguntémonos: ¿Qué hemos sido para el Señor? ¿Hubo acaso en el pasado períodos en que nos hemos ocupado más de él y de sus intereses, en que estuvimos más comprometidos con él? ¿Hay quizá hermanos y hermanas jóvenes que son ejemplo para nosotros? Una vez más, estas preguntas merecen ser hechas tranquilamente, para que cada uno personalmente encuentre una respuesta.

Nos viene a la mente otro pensamiento en relación con los trece años. Nos preguntamos qué ocurrió con el trabajo de reforma de Josías. ¿No eran ya visibles sus efectos? Aparentemente lo eran todavía, porque el último versículo de 2 Crónicas 34 nos dice: “No se apartaron de en pos de Jehová el Dios de sus padres, todo el tiempo que él (Josías) vivió” (v. 33). Era el lado externo. La actitud interna del pueblo nos la presenta el profeta Jeremías. Nos muestra lo que realmente era: “Con todo esto, su hermana la rebelde Judá no se volvió a mí de todo corazón, sino fingidamente, dice Jehová” (3:10). Este pasaje pone los días de Josías bajo una luz significativa. En realidad Josías debió de ser un hombre solitario. La gran masa del pueblo solo lo siguió exteriormente. Lamentablemente, no se puede hablar de un retorno nacional. Josías podía ser un modelo, incluso podía, en lo concerniente a las cosas exteriores, dar órdenes e indicaciones, pero no tenía el poder de cambiar los corazones. Vemos así una reforma que exteriormente también había continuado durante esos trece años, pero sin ir acompañada de una vida interior. Incluso Josías, el reformador, parece haber cambiado durante esos trece años.

¿A qué aplicación somos conducidos por este pensamiento? Las reformas del rey debían manifestarse en el pueblo. Dios examina los corazones, los pone a prueba. Lo mismo hace con nosotros. Formamos parte de una generación que ha recibido una gran herencia espiritual. Muchas verdades de la Palabra de Dios no nos son desconocidas. Pero «heredar» no es suficiente. Todo el gozo que nos produce lo que hemos recibido de nuestros padres espirituales no debe hacernos olvidar la responsabilidad vinculada a esta herencia. La cuestión es saber si esas verdades las tenemos solo en nuestras cabezas o también en nuestros corazones. La verdad de Dios no cambia. Si algo cambia, somos nosotros. ¿Debemos ver esos trece años de la vida de Josías como un tiempo de prueba de parte de Dios? ¿Qué enseñanza podemos sacar? Lo que caracterizó a Josías, era que había reconocido el valor y la autoridad de la Palabra de Dios. Se había inclinado ante esta Palabra. Era dependiente. ¿No es la independencia el gran problema de nuestro tiempo? ¡Cuán propensos somos a relativizar la Palabra de Dios, cuando deberíamos dejarnos sondear por ella! La falta de dependencia conduce ya a la voluntad propia o a la rutina. Conocemos estos dos problemas hoy. Si seguimos nuestra voluntad propia, podemos abandonar las verdades de la Palabra que nos han sido de mucho precio en el pasado, y por las cuales incluso hemos combatido. Pero también podemos continuar por costumbre en lo que hemos recibido de nuestros padres. Las dos cosas son falsas. Dios busca una fe llena de frescura, quiere corazones comprometidos. Tomemos un ejemplo: La presencia del Señor en medio de los suyos, ¿nos produce aún una profunda impresión, o venimos a las reuniones «solo» por costumbre? ¿Nos hemos acostumbrado tanto a nuestro programa que todo se nos ha vuelto rutinario? La presencia del Señor será una realidad cada vez que acudimos a ella, solo si lo hacemos de todo nuestro corazón. Dios ve el corazón. No solo juzga la forma exterior, sino sobre todo mira los motivos internos.

Una guerra inútil

El pueblo de Israel hizo más de una guerra. A veces los israelitas eran atacados y debían defenderse. Otras veces eran los atacantes. Hubo guerras en las que Dios estaba con ellos, otras en las que Dios debía estar contra ellos. Sin embargo, entre las guerras que se nos relatan en la Palabra de Dios, parece que no hubo una guerra tan inútil e insensata como la que emprendió entonces Josías contra el faraón Necao, aunque naturalmente no conozcamos los motivos de Josías. El segundo plano histórico de esta circunstancia no está claro. Puede que el faraón haya querido hacer la guerra al poder mundial asirio que declinaba. También puede que este ataque fuera dirigido contra el poder mundial de Babilonia que comenzaba a subir. Sea cual fuere el motivo, sin razón aparente para nosotros, Josías se comprometió en este conflicto y buscó el combate, a pesar de las advertencias del faraón, un pagano. Josías, que había tenido en el pasado una inteligencia tan profunda de los pensamientos de Dios, parece haber perdido entre tanto su capacidad de discernimiento.

Al leer este relato, podemos pensar en dos pasajes de Proverbios, escritos por Salomón muchos años antes del tiempo de Josías: “Honra es del hombre dejar la contienda; mas todo insensato se envolverá en ella” (20:3). “El que pasando se deja llevar de la ira en pleito ajeno es como el que toma al perro por las orejas” (26:17). Estas palabras también nos hablan a nosotros. Creemos a menudo que nuestro deber es combatir, mientras que Dios nos dice que huyamos. Hay muchas situaciones en las que debemos resistir a Satanás, especialmente cuando nos ataca para quitarnos nuestras posesiones espirituales. Pero en la mayoría de los casos nos es preciso huir, sobre todo cuando Satanás quiere utilizar las seducciones de este mundo para hacernos caer. Combatir en tales condiciones forzosamente nos lleva a la derrota. Bien podemos recordar el conocido ejemplo de José. Solo su valiente huida lo preservó de caer en el pecado sexual (Génesis 39:12).

Afán de destacarse y ser alguien

Podemos pensar en los motivos que impulsaron a Josías a hacer esta guerra. No encontramos respuesta directa en la Palabra de Dios. Pero leyendo un poco entre líneas, podríamos preguntarnos si Josías no quería aparentar ser algo ante el mundo. Se compromete en asuntos políticos de su tiempo, cuando quizá no era asunto suyo. Ni él ni su pueblo estaban en este caso amenazados por las intenciones guerreras de los egipcios.

El deseo de hacerse valer, de querer destacarse, es un mal que está presente a lo largo de toda la Biblia. Tenemos una serie de ejemplos que Dios nos dio como advertencias. Pensemos en Lot que creía tener su lugar en el consejo de la ciudad pecadora de Sodoma, también en Saúl quien buscaba el honor ante su pueblo. Pensemos en Nabucodonosor quien se elevó en su arrogancia y cayó muy bajo. En esto también podemos recordar las palabras del sabio Salomón: “Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu” (Proverbios 16:18). Estas palabras conservan aún hoy todo su vigor.

Si hacemos la aplicación para nosotros, podríamos preguntarnos: ¿Qué objetivos queremos alcanzar? ¿Queremos ser alguien en este mundo, vivir de apariencias y fachadas? Quizá busquemos el éxito profesional. ¿Procuramos ascender a un nivel más alto con todas nuestras fuerzas y sin consideración por los demás, partiendo del principio «La caridad bien entendida empieza por uno mismo»? ¿O tal vez nos sentimos tentados a inmiscuirnos en la política del mundo? Podemos hacerlo con las mejores intenciones; sin embargo, es un error. No somos ciudadanos de esta tierra. El mundo rechazó a nuestro Señor y lo clavó en la cruz. No podemos, pues, comprometernos con la política de este mundo, ya sea en el plano local, nacional o internacional. Pero es más grave aún si esperamos recibir muestras de atención y respeto dentro del mundo religioso. El mundo religioso fue tan responsable de la muerte del Señor como el mundo político. Por tal razón, esta «parte» del mundo no puede de ninguna manera ser el lugar en el que se debe desarrollar nuestra actividad.

También puede hallarse la necesidad de querer ocupar un lugar prominente en la vida de una iglesia local. ¿Buscamos acaso hacernos ver, figurar? ¿Queremos estar entre los primeros? Juan habla en su tercera epístola de Diótrefes, un hombre a quien “le gusta tener el primer lugar entre ellos” (3 Juan 9). ¡Qué triste testimonio! Más bien mantengámonos ocupados en nuestro Señor, quien se humilló voluntariamente y tomó el último lugar. El sentir que hubo en él, es lo que debería caracterizarnos (Filipenses 2:5-8); entonces no habría este tipo de problemas. También enseñó a sus discípulos a no buscar el primer lugar. Al contrario, decía: “Cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido” (Lucas 14:11). También se precisa para esto “la sencillez y pureza que es en Cristo” (2 Corintios 11:3, V.M.).

Desobediencia

El deseo de querer ocupar un lugar prominente puede haber sido el motivo externo de Josías para ir al combate. Pero, ¿cuál era su estado interior? ¿No debemos decir que Josías se volvió independiente e incluso desobediente? No encontramos ninguna palabra de Dios que le indicara hacer esta guerra, ni ninguna oración de Josías preguntando si debía inmiscuirse o no en esta guerra. Josías obraba evidentemente como bien le parecía a sus propios ojos. Entonces Dios le cierra el camino. Mediante un soberano pagano le dirige a Josías esta palabra: “¿Qué tengo yo contigo, rey de Judá? Yo no vengo contra ti hoy… y Dios me ha dicho que me apresure. Deja de oponerte a Dios, quien está conmigo, no sea que él te destruya” (2 Crónicas 35:21). Sin embargo, Josías no escucha a Dios. La desobediencia y sus consecuencias son amargas.

Dios prueba a su siervo. Lo prueba en las mismas cosas en que se habían manifestado los aspectos fuertes de su fe. Algunos años antes, una sumisión sin compromiso a la palabra de Dios caracterizaba aún a Josías. La palabra de Dios lo había echado a tierra y empujado a los brazos de Dios. Aquí, evidentemente ella ya no tiene ningún efecto sobre él. Ignora completamente el mensaje de Dios. Puede que no haya querido creer que Dios se dirigía a él mediante faraón. Pero esto nada cambia el hecho de que se hizo independiente y desobediente.

La desobediencia es sin duda una característica de nuestro tiempo. La obediencia cuenta cada vez menos en nuestra sociedad. Y nosotros, los creyentes, no estamos exentos de tal actitud. Sin embargo, los pensamientos de Dios no cambian. Él espera de nosotros obediencia y sumisión a su Palabra. Y Dios también nos prueba para ver si nuestra obediencia se manifiesta. Es muy fácil hablar de obediencia o escribir sobre este tema. Es más difícil practicarlo. Pensamos en la primera pareja que fue puesta a prueba en un entorno muy favorable, y cayó en la desobediencia. Pensamos en nosotros mismos que somos puestos a prueba a menudo en pequeñas cosas y desobedecemos. Pero entonces, pensemos en nuestro Señor que conoció la situación más extrema que se pueda imaginar. No cayó en la desobediencia, al contrario, fue el único que se hizo “obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:8). Esta obediencia nos llena de admiración. ¡Él es a quien debemos tomar como ejemplo!

Notemos también de paso que Dios utiliza a un incrédulo para advertir a su siervo y dirigirle una palabra. Dios tiene diversos medios para hablarnos y dirigirnos. Los creyentes del período del Nuevo Testamento tienen la Palabra de Dios completa y esta Palabra es lámpara a nuestros pies y lumbrera a nuestro camino (Salmo 119:105). Por el Espíritu que habita en nosotros, Dios nos hace estar atentos a su Palabra, y eso de manera muy concreta según las situaciones. Pero puede que Dios nos hable por una u otra circunstancia. No obstante, es algo particularmente serio cuando él precisa servirse de incrédulos para llamar la atención de sus hijos. No es absolutamente inoportuno que Dios se sirva de incrédulos como portavoces. Recordamos, por ejemplo, a Balaam o a Caifás, quienes tuvieron algo que decir de parte de Dios. En la historia de Josías, Dios utiliza a un rey pagano. Y este rey no habla en general, sino que se dirige muy concretamente a Josías. Sin embargo, este no capta esta indicación, y persiste en su desobediencia.

Obstinación

Otra característica de Josías es ciertamente la obstinación que muestra. Se parece al hombre de quien Salomón pudo decir: “Disputa calurosamente contra toda sana razón” (Proverbios 18:1, V.M.). Casi nos imaginamos a un niño pequeño que, a pesar de todas las explicaciones de los padres, dice: «¡No quiero!». La advertencia de Dios dada por boca de faraón era más que clara, pero Josías persistió tenazmente en su proyecto. Quería la guerra y nada lo hizo cambiar de opinión.

Cuando era joven se dejaba formar por la palabra de Dios. Estaba dispuesto a cuestionarse a sí mismo y a dejarse corregir. A los treinta y nueve años, perdió notablemente esta facultad. ¿Acaso pensó que podía tomar por sí mismo buenas decisiones gracias a su experiencia?

En el mundo se habla de la obstinación a causa de la edad avanzada, y en muchos casos está justificado. Pero también podemos llegar a ser obstinados y carecer de discernimiento cuando somos jóvenes. Este peligro se torna mucho más grave a causa de la experiencia que adquirimos en la vida. Incluso la experiencia de numerosos años al servicio del Señor puede, si nos descuidamos, llevarnos a persistir porfiadamente en nuestras propias ideas y a no inclinarnos ante la Palabra de Dios. Dios puede hacernos despertar de este estado mediante un hermano o una hermana. Pero si pensamos que este hermano o esta hermana tienen mucho menos experiencia que nosotros, quedaremos expuestos a no escucharlo. Esta tendencia a creer que siempre sabemos más que los demás no puede en ningún caso ser una cualidad producida por Dios. Deberíamos ser sensibles y permanecer así, y aceptar ser corregidos cuando es necesario. La propia voluntad y obstinación de Josías finalmente lo condujo a la muerte.

Jugar al escondite

Otra cosa nos sorprende al leer este episodio: el disfraz de Josías. ¿Qué significaba esta farsa? ¿Qué lo motivó a jugar al escondite? El Antiguo Testamento nos da varios ejemplos. En Génesis 38, encontramos la sorprendente historia de Tamar, la nuera de Judá. Bajo un disfraz, esta mujer engañada y decepcionada por Judá abrió el camino a un terrible pecado. En 1 Samuel 28 vemos al rey Saúl disfrazarse para ir a ver a una mujer que evocaba a los espíritus. De él expresamente se dice: “Se disfrazó Saúl, y se puso otros vestidos…” (v. 8). El rey Acab también se disfrazó, como Josías, para poder ir al combate sin ser reconocido (1 Reyes 22:30). En todo caso para Tamar y Saúl, el disfraz estaba vinculado con un notorio pecado. Tamar se dio a la prostitución, y Saúl al ocultismo, prácticas claramente opuestas a los pensamientos de Dios. Los dos querían conscientemente hacer algo contrario a la voluntad de Dios y se disfrazaron a causa de eso. Abandonaron su propia identidad para tomar otra.

En el caso de Acab, como en el de Josías, el motivo principal del disfraz era que no querían ser reconocidos. Los enemigos no debían saber quiénes eran el rey y el comandante del ejército. ¿Querían también esconderse de Dios? Acab había oído la palabra de Dios según la cual moriría, y Josías bien podía pensar que quizá Dios no estaría con él.

En este contexto, puede ser interesante leer en el libro del profeta Sofonías que el Señor castigará a los príncipes y a los hijos del rey, “y a todos los que visten vestido extranjero” (1:8). ¿Podemos hacer una aplicación de estas cosas a la esfera espiritual? El vestido habla con frecuencia en la Palabra de Dios de nuestro testimonio, de lo que se ve de nosotros exteriormente. Llevar vestidos extranjeros podría, pues, significar que no nos comportamos como debiéramos. Hacemos uso de la disimulación y ocultamos nuestra verdadera identidad. De esta manera podemos aparentar ante los ojos de los hombres. Compartimos muchas horas juntos con nuestros compañeros de trabajo o de la escuela durante años, y nadie notó que somos hijos de Dios, o nos disfrazamos tal vez solo un momento para hacer algo que sabemos que no está bien. Una perfecta farsa. Nadie sabe nada, salvo Dios. No podemos contárselo. También toma conocimiento de esta forma de juego de escondite.

Quisiera hacer una aplicación más. También podemos disfrazarnos cuando se trata de mostrar lo que Dios nos ha confiado. El camino de separación y obediencia según los pensamientos de Dios ¿se ha tornado demasiado estrecho para nuestro gusto? No nos sentimos más cómodos con lo que el Señor nos ha dado porque buscamos un círculo de acción más ancho. Entonces puede que estemos en peligro de abandonar nuestra identidad, de perder aquello que, una vez, tuvo valor e importancia para nosotros. Si por esta razón atenuamos ciertas cosas, seguramente estamos en el camino del disfraz. Los ojos de Dios ven siempre las cosas tal como son en realidad. Por eso deberíamos tener cuidado de no llevar vestidos extranjeros frente a los hombres.

5. Un resumen divino

El final de Josías llega de manera abrupta. Tenía tan solo treinta y nueve años, un hombre que, en la cumbre de su vida, debía morir por su falta. Comprendemos que todo Judá y Jerusalén hayan hecho duelo por él y que Jeremías haya compuesto lamentaciones. Habían perdido a un rey que, a pesar de su debilidad al final de su vida, siempre les había enseñado a seguir a su Dios.

¿Qué recuerdo queremos guardar de este hombre? Toda su historia ha sido escrita sin duda para la enseñanza de los hijos de Dios, incluso las circunstancias de su muerte. Pero el resumen divino al final de su historia alcanza el corazón y debería ser seriamente evaluado. Dios no se detiene solamente en la desdichada conducta de Josías, sino que habla de sus “obras piadosas”, y subraya que las hizo “conforme a lo que está escrito en la ley de Jehová” (2 Crónicas 35:26). Su obra de reforma alegró el corazón de Dios. Eran buenas acciones que no son olvidadas. Su obediencia a la Palabra de Dios era manifiesta. Obró según lo que Dios dijo.

Y nosotros, ¿en qué condición estamos hoy, individual o colectivamente? A la iglesia de Filadelfia se le dice: “Has guardado mi palabra” (Apocalipsis 3:8). Es muy importante: guardar quiere decir amar, estimar y obrar. Tenemos ahí un desafío que podemos considerar cada día hasta que hayamos alcanzado la meta y la carrera de la fe haya llegado a su término. Obremos como el apóstol Pablo: “Una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:13-14). He aquí una vida de la cual Dios puede hacer algo.