El Salmo 105, como muchos otros, evoca algunos episodios de la historia de Israel. Los versículos 16 al 22 resumen en pocas palabras la vida de José. El versículo central de este grupo de versículos menciona la prueba de fe que conoció desde la edad de 17 años, más o menos, hasta los 30:
“Hasta la hora que se cumplió su palabra, el dicho de Jehová le probó” (v. 19).
Cuando estaba en la casa de su padre, José había recibido en sueños comunicaciones divinas. Los once manojos que se inclinaban al suyo, así como las once estrellas, el sol y la luna que se prosternaban delante de él, anunciaban la gloria excepcional que recibiría un día (Génesis 37:5-11). Pero, según los planes soberanos de Dios, José debía recibir esta gloria solo después de pasar por sufrimientos y angustias también excepcionales. En el camino de este hombre, Dios preparaba para nosotros una de las figuras más notables de Jesucristo.
“Venid, y matémosle y echémosle en una cisterna... y veremos qué será de sus sueños”, dicen los hermanos de José (v. 20). Anular los designios de Dios es el propósito constante de Satanás. Pero sabemos que sus esfuerzos son vanos. En ese momento, la palabra de Dios parecía comprometida. Si José escapó de la muerte, fue para ser vendido como esclavo y llevado a Egipto. Pudo haber pensado en ese momento en lo que dijo por la revelación profética. ¡Qué prueba para su fe! Lo que Dios había prometido parecía haberse extinguido.
Sin embargo, en la casa de Potifar todo marcha favorablemente. La fidelidad del joven esclavo lleva a su amo a confiar en él, y le da responsabilidades (39:1-6). ¿Sería el comienzo del cumplimiento de las promesas de Dios? Poco después, José es objeto de falsas acusaciones, es puesto en la cárcel y todo parece desplomarse otra vez. El Salmo 105 evoca ese momento: “Afligieron sus pies con grillos; en cárcel fue puesta su persona” (v. 18). ¡Qué angustia, qué tortura para su alma! Todo parece ir contrariamente a lo que Dios dijo.
Sin embargo, la fe de José no se debilita, ni tampoco su temor de Dios. Al igual que en la casa de Potifar, podemos ver que Dios está con él (Génesis 39:2-3, 21, 23). Todo lo que hace, Dios lo hace prosperar; el jefe de la cárcel confía en él. ¿Hay esperanza?
Dos oficiales de Faraón, culpables de una falta, son agregados a la cárcel donde está José. Cada uno tiene un sueño que José les interpreta de parte de Dios. Cuando anuncia al copero su próxima rehabilitación a su puesto, José le dice: “Acuérdate, pues, de mí cuando tengas ese bien... y hagas mención de mí a Faraón, y me saques de esta casa” (40:14). Tres días más tarde, según la palabra de José, el copero es restituido a su puesto. Pero se olvida del joven prisionero.
Se necesitan todavía dos años enteros para que se cumpla lo que Dios había prometido; dos largos años durante los cuales la fe del joven es probada. Luego, de repente todo se desencadena de prisa: los sueños de Faraón, la memoria del copero que se despierta... “Envió el rey, y le soltó... Lo puso por señor de su casa, y por gobernador de todas sus posesiones” (Salmo 105:20-21).
Y ahora, los sueños de José se cumplirán hasta en los detalles. Después de los siete años de abundancia vienen los años de hambre. Los hijos de Jacob descienden a Egipto en busca de trigo y son llevados a prosternarse delante de su hermano, sin reconocerlo. “Entonces se acordó José de los sueños que había tenido acerca de ellos” (Génesis 42:9). Y en el segundo viaje de los hijos de Jacob para comprar trigo a Egipto, la autoridad del que gobernaba es también reconocida por el padre de José (compárese con 37:10).
¡Cuántos creyentes debieron pasar, o pasan todavía hoy, por una larga prueba de fe! El apóstol Pedro nos dice que esta prueba es “mucho más preciosa que el oro que perece, aunque sea acrisolado por medio del fuego” (1 Pedro 1:7, V.M.). Es preciosa sobre todo por los resultados que produce en el alma.
Con la historia de José, Dios quiso presentarnos un cuadro admirable de Cristo en su camino de sufrimientos, y luego de gloria. Y por la excelencia de este cuadro, Dios no nos reveló las faltas que José pudo cometer. Pero de todos modos, podemos admirar la hermosura moral de este hombre puesto repentinamente en la cumbre de los honores. ¡Qué discernimiento y qué amor en su manera de recibir y tratar a sus hermanos, a pesar del mal que ellos le habían hecho! Si, al principio, les habló duramente y los puso en una situación de angustia, fue solo para producir en sus corazones el trabajo necesario de arrepentimiento. Y cuando este resultado fue alcanzado, los consuela y los anima: “Ahora, no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros” (Génesis 45:5). Es lo que dice el salmista: “Envió un varón delante de ellos; a José, que fue vendido por siervo” (Salmo 105:17). Pero ¡cuán hermoso es oírlo de la boca misma del que fue la víctima! Es uno de los resultados del trabajo de Dios en el corazón de José durante esos largos años de sufrimientos.