Una gran misión

Marcos 16:15

Y les dijo: Id por todo el mundo
y predicad el evangelio a toda criatura.”

(Marcos 16:15)

Esta misión data de casi 2000 años, pero no perdió nada de su actualidad. Por medio de estas palabras, el Señor resucitado pone en el corazón de sus discípulos llevar el mensaje del Evangelio por todo el mundo. ¿Podría haber una misión más importante?

Los discípulos habían vivido tres años con el Señor Jesús. Habían oído cómo el perfecto profeta de Dios habló a las muchedumbres. Vieron cómo sanó y salvó a muchos. Fueron testigos de su crucifixión; luego lo vieron resucitado en medio de ellos. Su Señor era el Vencedor de la muerte. Al principio no quisieron creer en su resurrección, y el Señor tuvo incluso que reprocharles su incredulidad y dureza de corazón (Marcos 16:14). A pesar de todo, ahora reciben esta gran misión: ir por todo el mundo para anunciar el mensaje de la cruz.

Ninguno de nosotros vio al Señor Jesús con sus propios ojos. Y sin embargo, todos aquellos que lo aceptaron por la fe tuvieron un encuentro personal con Él. Lo conocemos como aquel que murió, fue sepultado y resucitó victorioso. Nos hemos apropiado de todo esto por la fe y con el corazón. Y por los ojos de nuestro corazón podemos verlo ahora en el cielo a la diestra de Dios.

Aquel cuyo corazón está lleno de la persona de su Salvador habla también de esto. Si nuestro privilegio es abrir nuestra boca delante de Él para expresarle nuestro agradecimiento por lo que hizo de nosotros, no olvidemos que nos dio la misión de ir al mundo para llevar a los hombres las Buenas Nuevas. De este tema trataremos ahora.

¿Quién da esta misión?

Es el mismo Señor Jesús. Aquel que en esta tierra habló a los hombres de parte de Dios. Aquel que, como prueba de su amor hacia cada uno de nosotros, dio su vida en la cruz, entró en la muerte, fue sepultado, resucitó victorioso y ascendió al cielo. ¿No tiene derecho de dar esta misión? Y aquellos a quienes redimió ¿no deben cumplirla? ¿Podríamos rechazarla?

¿A quién la dio?

Cuando el Señor pronunció esas palabras, se dirigió primeramente a los once discípulos. ¿Qué clase de hombres eran? Todos habían abandonado a su Señor frente al peligro. Pedro hasta lo negó. Cuando llegó el momento de sepultar al Señor, ninguno tuvo el coraje de pedir su cuerpo. Y cuando les fue anunciada su resurrección, no lo creyeron (Marcos 16:11-13). El Señor tuvo que reprocharles su incredulidad. ¿Era posible dar una misión tan importante a mensajeros tan imperfectos? A pesar de todo, el Señor lo hizo. ¡Nosotros no somos mejores que los discípulos! Y, sin embargo, Jesús quiere emplear hoy personas débiles e insignificantes como nosotros. No tenemos en nosotros mismos ninguna calificación para el servicio y para el testimonio, pero el Señor quiere hacernos capaces.

Id

El Señor dice expresamente: “Id”. Esto significa que debemos levantarnos y movernos. No debemos esperar que las personas vengan a nosotros, ni contentarnos con hacer que vengan. Somos nosotros los que debemos tomar la iniciativa e ir. El cristiano tiene un campo de actividad en el exterior, sobre el terreno. Ese servicio comienza allí donde el Señor nos ha puesto. Ir significa: ser activo. A este respecto, tengamos cuidado de no confundir actividad con activismo. Cuando la actividad se convierte en un fin en sí mismo, no hacemos más que dar vueltas en vano o golpear el aire. Si deseamos ser activos, debe ser por amor al Señor y en obediencia a él, que hizo todo por nosotros, y no para satisfacer el deseo carnal de figurar.

Por todo el mundo

El Señor dice: “Id por todo el mundo”. Para los discípulos era una nueva dimensión. Estaban acostumbrados a pensar en los límites de Israel, y el servicio del mismo Jesús no había pasado más allá de esos límites hasta ese momento. Pero la gran misión que les daba ahora hacía trizas esos límites. Sin embargo, notemos que “todo el mundo” comienza en nuestra casa. El primer lugar donde debemos dar testimonio del Señor Jesús es el lugar donde vivimos. Allí comienza nuestro «campo misionero». El Señor emplea solamente a aquellos que son fieles en las pequeñas cosas y dirigirá a cada uno como mejor le parezca, según Su sabiduría.

Predicad

El «medio» por el cual se difunde el Evangelio es la predicación. El Señor dice: “Id... y predicad”. Pablo nos dice más tarde que “la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17). De ahí la exhortación a Timoteo: “Que prediques la palabra” (2 Timoteo 4:2). No debemos llevar a los hombres un evangelio adaptado al siglo en que vivimos, sino la Palabra de Dios. Y para eso no es necesario ser un predicador profesional. A veces tenemos la ocasión de llevar el Evangelio a alguien con quien tenemos una entrevista personal. Este es siempre un muy buen medio. También hay «predicadores silenciosos» que son un tratado o una revista evangélica. En fin, no olvidemos que toda nuestra actitud, actos y gestos, deben ser una predicación visible (véase Filipenses 2:15).

El Evangelio

Las “Buenas Nuevas” son “el Evangelio de... salvación” (véase Efesios 1:13), porque ellas traen la liberación al hombre perdido. Es el “evangelio de la gracia de Dios” (Hechos 20:24), porque revela que Dios está lleno de gracia para el pecador. Por él, el hombre sabe que si el Dios justo y santo puede ofrecerle la salvación y la vida, es porque dio a su propio Hijo en propiciación por sus pecados. La expresión “evangelio de Dios” (1 Tesalonicenses 2:9) nos muestra que Dios es el origen; y es “el evangelio de Jesucristo” porque él es el centro. Y desde que el Señor Jesús está glorificado en el cielo, el Evangelio incluye no solamente el mensaje dirigido a los perdidos, sino que también proclama todas las riquezas que Dios dio a quien cree en Cristo (véase Romanos 1:15). ¡Cuán ricas son estas «Buenas Nuevas» de Dios que nos son anunciadas! Y es precisamente este el mensaje que debemos transmitir.

A toda criatura

El mensaje de Dios se dirige al mundo entero, a todos los seres humanos. No hay ningún hombre en la tierra al cual no se dirija este mensaje. Todos pueden y deben venir. Todos están invitados. “La gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres” (Tito 2:11). No importa su raza, nacionalidad o posición social, las Buenas Nuevas de Dios son para todos. Quiere salvarlos a todos. La única condición es que reconozcan que están perdidos. El Señor Jesús dijo: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores” (Marcos 2:17).

¿Tomamos en serio, cada uno personalmente, la misión que el Señor confió a sus discípulos? No se trata de lo que hace mi hermano o mi hermana, sino de lo que yo mismo debo hacer. Después de haber confiado esta misión a sus discípulos, el Señor “fue recibido arriba en el cielo, y se sentó a la diestra de Dios” (16:19). El evangelio de Marcos termina mostrándonos a los discípulos obedeciendo la orden recibida: “Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con las señales que la seguían” (v. 20).

Para terminar, recordemos las palabras de los cuatro hombres leprosos de Israel que, después de llegar al campamento de los sirios y ver la gran liberación que Dios había obrado a favor de todo el pueblo, primero guardaron para ellos el botín, y “luego se dijeron uno al otro: No estamos haciendo bien. Hoy es día de buena nueva, y nosotros callamos; y si esperamos hasta el amanecer, nos alcanzará nuestra maldad” (2 Reyes 7:9). Algunos días después de la ascensión del Señor, dos de los discípulos dijeron: “No podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hechos 4:20). ¡Que estas palabras nos animen a cumplir fielmente la misión que el Señor encomendó a sus discípulos hace ya muchos años!