La fuente del ministerio

“Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación” (2 Corintios 5:19). Aquí hay tres cosas que resultan de la venida de Dios en Cristo: “reconciliando”, “no tomándoles en cuenta” y “encargó a nosotros la palabra de la reconciliación”. Sin este último punto, la obra de la gracia quedaría imperfecta en su aplicación; porque Jesús, que en su venida aquí abajo reconciliaba y no tomaba en cuenta, debió ser hecho pecado por nosotros (v. 21), morir e irse. La obra acabada quedaba así suspendida en su aplicación; y el complemento de esta obra gloriosa de la gracia de Dios era confiar a los hombres “la palabra de la reconciliación”, según su poder y su agrado. De esta manera introducía dos elementos en el ministerio:

  • una profunda convicción, un sentimiento poderoso del amor manifestado en esta obra de reconciliación;
  • los dones que hacían capaces de anunciar a los hombres, según sus necesidades, las riquezas de esta gracia que animaba los corazones de aquellos que la anunciaban.

Es lo que nos presenta la parábola de los talentos (Mateo 25). Tanto el que tenía cinco talentos, como el que tenía dos, eran movidos por la confianza que da la gracia y por la seguridad producida por el conocimiento del carácter de su Maestro. Sus capacidades y sus dones no eran iguales. Dios es soberano a este respecto. Aquel que tenía solo un talento, en proporción a su capacidad, le faltaba esta confianza que inspira el conocimiento de Dios en Cristo. Se equivocaba sobre el carácter de su Maestro. Fue inactivo a causa del estado de su alma, como los otros dos fueron activos por la misma razón.

Aquí vemos que el principio del ministerio es la energía del amor, de la gracia, que se originan en la fe que nos hace conocer a Dios. Atacar esto es hacer caer todo de su base fundamental. En su esencia, el ministerio emana del conocimiento individual del carácter del Maestro. Conociendo la gracia, sentida profundamente, viene a ser la gracia activa en nuestros corazones, única verdadera fuente, la única posible, en la naturaleza de las cosas, para un ministerio según Dios.

Además, vemos que en su soberanía Dios da como a Él le parece bien, ya sea la capacidad natural como utensilio para contener el don, o el don en sí, conforme a la medida del don de Cristo, sacado de sus tesoros que se encuentran en Él y que recibió para dar a los hombres.

Encontramos el ministerio basado en el mismo principio cuando el Señor dice a Pedro: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?” y, a su respuesta, agrega: “Apacienta mis corderos”. “Pastorea mis ovejas” (Juan 21:15-16). Esto lleva a dos partes esenciales del ministerio: primero la libre actividad del amor que motiva a llamar a las almas; y segundo el servicio que no cesa en sus esfuerzos para edificarlas cuando ellas son llamadas.

En cuanto al ministerio de la Palabra (porque hay otros dones), estas dos partes se nos presentan claramente en el primer capítulo de la epístola a los Colosenses. En el versículo 23, Pablo es ministro del Evangelio “el cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo”, y en el versículo 25, es ministro de la Iglesia “para que anuncie cumplidamente la palabra de Dios”.

Como energía y fuente de todo ministerio, están pues estas dos cosas:

  • el amor que la gracia produce en el corazón, el amor que impulsa a la actividad, y
  • la soberanía de Dios que comunica dones como él quiere, y llama a tal o cual ministerio; llamamiento que hace del ministerio un asunto de fidelidad y de deber de parte de aquel que es llamado.

Debemos notar que estos dos principios suponen, el uno y el otro, una entera libertad en relación con los hombres, que no deberían intervenir dando origen o autorización al ministerio sin neutralizar, por un lado, el amor como fuente de actividad, ni hacer, por el otro, intrusión sobre la soberanía de Dios que llama, que envía y cuyo llamamiento es un deber. La cooperación y la disciplina según la Palabra permanecen siempre en el lugar que les corresponde.

Todo ministerio que no está fundado en los dos principios que acabamos de enunciar, en realidad no es ministerio. No hay ninguna otra fuente cristiana de actividad que el amor de Cristo y el llamamiento de Dios.