Nuestro gozo no consiste solamente en el conocimiento de la salvación personal, porque la salvación no es el fin de nuestro gozo, aunque —bendito sea Dios— ella es nuestro punto de partida. No hay nada que pueda perder su valor a los ojos de un creyente cuando se considera la salvación en relación con la gloria de Cristo. Esto lo vemos manifestarse en el lecho de muerte del cristiano: Si Cristo fue su gozo, estará lleno de gozo al partir.
Cuando el alma está principalmente ocupada en la obra de Cristo, que le trajo salvación, tendrá paz porque conoce la salvación. Pero, si la persona de Cristo se convierte en el objeto de sus afectos y se mantiene ocupada con el Salvador, tiene interiormente una fuente constante de gozo al mismo tiempo que una paz firme; porque cuando Cristo es el objeto personal del alma, ésta posee un gozo continuo. En contraste, el solo hecho del conocimiento de la salvación no puede dárselo de tan gran manera, aunque sea de gran bendición.
Sí, Cristo es mi gozo. No estoy feliz simplemente porque soy salvo, sino que es el pensamiento de Aquel hacia quien voy lo que llenará de gozo mi alma. Es cierto que voy al cielo, pero lo que hace que el cielo sea el cielo para mí, es que Cristo mismo esté allí. Adonde voy hay alguien; estaré en el cielo con la persona que amé sobre la tierra.