Estos dos libros inspirados tienen en común el hecho de que tanto el profeta como el apóstol describen escenas de ruina y de apostasía —abandono de la fe—, el primero en el ámbito del judaísmo y el último en el de la cristiandad.
Malaquías
“Yo os he amado, dice Jehová; y dijisteis: ¿En qué nos amaste?... ¿En qué hemos menospreciado tu nombre?” (Malaquías 1:2-6).
“¿En qué nos amaste?” Después de todo lo que Dios había hecho por su pueblo, esta pregunta demostraba un estado de corazón insensible al amor de Dios. Le ofrecían pan inmundo —animales ciegos, cojos o enfermos— y decían “La mesa de Jehová es despreciable… ¡Oh, qué fastidio es esto!” (Malaquías 1:7, 13). Preguntaban descaradamente: “¿En qué hemos menospreciado tu nombre?” (v. 6). El culto público a Dios había caído en un desprecio total: había pasado a ser un verdadero fastidio, una formalidad sin sentido, una rutina sin atractivo y fría.
Pero este cuadro también nos presenta otro aspecto. Había un remanente, aquellos que temían a Jehová y hablaban cada uno a su compañero (3:16). En ese remanente no había pretensión, ningún pensamiento de restablecer algo, ninguna tentativa para reconstruir las ruinas, ningún alarde de poder. Solamente permanecía el sentimiento de la debilidad, pero las miradas son dirigidas hacia Dios.
¿Qué lecciones nos dan estas últimas escenas de Malaquías?
- El hecho de que todo es ruina y sin esperanza no debería impedir que aquellos que aman y temen al Señor hablen de él cada uno a su compañero y piensen en Su precioso nombre.
- Se permite al alma humilde, llena de confianza y obediente, gozar de la más profunda y rica comunión con Dios.
- Aquellos que individualmente se juzgan y se humillan delante de Dios pueden saborear su presencia y su bendición sin obstáculos ni límites.
Judas
“Me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos. Porque algunos hombres han entrado encubiertamente… hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo” (Judas 3-4).
Aquí tenemos una imagen más espantosa de la corrupción y de la apostasía que la que nos presenta Malaquías.
El apóstol se sintió obligado a fortalecer nuestras almas contra el error y el mal que amenazan las bases mismas de la fe, porque el hecho de convertir la gracia en libertinaje y negar al Señor es peor que todo lo que encontramos en Malaquías.
Para combatir ardientemente por la fe, somos exhortados a hacer estas cuatro cosas: “edificándoos”, “orando”, “conservaos” y “esperando” (Judas 20-21). No hay un verdadero creyente que no pueda cumplir una o todas esas tareas de servicio; sí, cada uno es responsable de actuar así. Podemos edificarnos sobre nuestra santísima fe; podemos orar en el Espíritu Santo; podemos conservarnos en el amor de Dios; y, haciendo estas cosas, podemos esperar la misericordia de nuestro Señor Jesucristo.
La responsabilidad del remanente cristiano va más allá de la esfera de su propio círculo (v. 22-23). Deben echar una mirada afectuosa y dar una mano que socorra a las preciosas almas que se encuentran en medio de las ruinas de la cristiandad. “Algunos” deben ser considerados con compasión; “otros” deben ser salvados con misericordioso temor, a fin de no participar de sus suciedades.
En esta epístola se habla mucho de «caídas»: de Israel (v. 5), de ángeles (v. 6), de ciudades (v. 7); pero, bendito sea Dios, hay Uno que puede guardarnos sin caída, y a sus cuidados nos encomendamos (v. 24).