“Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación. Jehová el Señor es mi fortaleza, el cual hace mis pies como de ciervas, y en mis alturas me hace andar.”
(Habacuc 3:17-19)
Muchos son los que cantan cánticos de alabanza cuando todo va bien para ellos. Dicen prontamente: Gracias Señor, cuando consiguen librarse de sus dificultades. Si su despensa está bien llena, si todos gozan de buena salud y viven apaciblemente, alaban al Señor diciendo: Siempre ha sido bueno conmigo, verdaderamente puedo confiar en él. Esto se llama agradecimiento, pero aún no es fe.
No queremos menospreciar ninguna manifestación de la gracia divina. Efectivamente, debemos estar agradecidos por todos los beneficios que Dios nos da en abundancia para que los disfrutemos. Sin embargo, evitemos esta forma de egoísmo que consiste en gozarse de estar personalmente protegido de los problemas y de no preocuparse de los del prójimo.
Habacuc nos muestra de manera sobrecogedora la fe en actividad. “Aunque la higuera no florezca…”, no quiere decir que la cosecha se retrasará o que será mala, sino que no hará ninguna cosecha. La fe dice: aunque mis manos estén vacías, aunque todo el apoyo humano haya desaparecido, aunque el mundo entero sea un desierto, puedo apoyarme en Dios con confianza. La fe puede avanzar tranquilamente a través de la tormenta, no espera el socorro de las circunstancias, sino de Dios. Sabe que es más grande que todas las circunstancias. La fe puede esperar, y espera hasta que Dios intervenga.
La incredulidad es impaciente e inquieta; ella es quien quiere tomar las cosas de las manos de Dios y tenerlas por anticipado. Miremos a Abram y a Sarai: la duda y la impaciencia produjeron dolorosos desastres acerca de Agar (Génesis 16 y 21:8-21). No esperaron en Dios. Miremos a Rebeca y su hijo Jacob: recurrieron a la artimaña, a la astucia, al engaño, a la mentira desvergonzada (Génesis 27). No esperaron en Dios. Miremos a Moisés, golpeando la peña y hablando con insensatez (Números 20:2-13). No esperó en Dios. Fijémonos en la vida de todos aquellos de quienes Dios nos dejó la historia, cuán numerosos son los que faltaron en este aspecto. Satanás los llevó a actuar, mientras que la fe tendría que haber permanecido apacible y esperado en Dios.
Pongamos los ojos ahora en Jesús, el humilde nazareno. Veámoslo en el desierto, sintiendo hambre. Es Dios, y tiene todos los medios a su disposición. Pero también es hombre. ¿Cómo rechaza la tentación de Satanás, el seductor cuyo descaro no dejó de crecer desde la época del huerto de Edén? Dijo: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios” (Lucas 4:4).
Sigámoslo en su camino, desde ese momento, a través de cada prueba y de cada sufrimiento, hasta que su cuerpo fue puesto en un sepulcro. Nunca emprendió algo para sí mismo; su única preocupación era que Dios fuese glorificado. Cuando los hombres echaron mano de él, sus discípulos se sorprendieron de que no se librara a sí mismo. Pedro sacó su espada e hirió la oreja del siervo del sumo sacerdote, pero su indignación e impaciencia estuvo en contraste con la ternura de su Maestro.
Pero ¿dónde está Jesús ahora? En el trono del Padre, coronado de gloria y de honra. Había encomendado su camino a Dios, y Dios había oído su oración a su tiempo. Es “el autor y consumador de la fe” (Hebreos 12:2), aquel que nos abrió el camino de la fe. No hay en él ninguna desobediencia, ninguna impaciencia, ninguna prisa, ninguna murmuración, sino que siempre hay una paz perfecta, porque su confianza en Dios era perfecta. Es nuestro modelo. Ni Abraham ni Moisés lo son, sino Jesús solo. Y nos da su paz cuando seguimos sus pisadas y confiamos enteramente en el amor del Padre, que nunca falla.
Llega entonces el momento en el cual la fe canta. Las circunstancias que la probaron solo sirvieron para fortalecer el lazo con Dios, para producir cantos más melodiosos, hasta que estalle de alegría y exclame triunfalmente: “Con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación. Jehová el Señor es mi fortaleza, el cual hace mis pies como de ciervas, y en mis alturas me hace andar”. He aquí lo que es la fe.