La Biblia relata la historia de muchos hombres y mujeres que han orado. Sin embargo, nos detendremos solamente a considerar el caso de Elías, de quien se dice que “oró fervientemente”. Santiago escribe respecto a él: “Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto” (Santiago 5:17-18).
En el relato del Antiguo Testamento, no encontraremos las palabras que el profeta usó en esas dos oraciones; sin embargo, en cuanto a la segunda, tenemos algo más de fondo y particularmente la actitud espiritual de Elías en el momento que oraba: “Acab subió a comer y a beber. Y Elías subió a la cumbre del Carmelo, y postrándose en tierra, puso su rostro entre las rodillas. Y dijo a su criado: Sube ahora, y mira hacia el mar. Y él subió, y miró, y dijo: No hay nada. Y él le volvió a decir: Vuelve siete veces. A la séptima vez dijo: Yo veo una pequeña nube como la palma de la mano de un hombre, que sube del mar” (1 Reyes 18:42-44).
Deseamos, pues, considerar siete aspectos que caracterizan la oración de Elías, los cuales nos enseñan respecto de nuestra propia vida de oración.
1) El lugar de la oración
Dos hombres muy diferentes “subían”. Uno de ellos, el rey impío, subía a comer y a beber. El otro, el intrépido hombre de Dios, subía a orar. Y subía de nuevo a la cumbre del Carmelo, donde un tiempo atrás había pronunciado un ferviente y conmovedor discurso frente a todo el pueblo. Pero ahora, la tranquilidad había vuelto al monte y las personas se habían ido a sus casas. Entonces, Elías estaba a solas y en calma con su Dios.
Aquí tenemos una lección para nosotros. Es cierto que podemos orar en todas partes y ¡cuántas fervientes oraciones se han hecho en medio del estrés cotidiano y fueron respondidas! Pero también necesitamos tener momentos de paz y tranquilidad, en los cuales dejamos de lado el ruido y la actividad para poder gozar de una tranquila comunión con nuestro Señor. Él mismo lo enseñó. En el Sermón del monte dijo: “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto” (Mateo 6:6). Y nos ha dado el ejemplo cuando subía muchas veces al monte a orar. Ese aposento y la puerta cerrada nos hablan de la calma, allí donde ninguna persona nos interrumpe y donde el ruido de todo lo que pasa a nuestro alrededor queda fuera, para que entonces podamos concentrarnos en lo que presentamos al Señor. Y además, “en secreto” no hay oyentes, por lo que no existe el peligro de que nuestros motivos de oración sean cambiados.
2) El momento de la oración
Elías ora después de la gran victoria obtenida en el monte Carmelo, donde había quedado claro quién era el verdadero Dios. Sin embargo, no sentía la necesidad de festejar su victoria o de ser llevado en triunfo por el pueblo. Él no pensaba en la posibilidad de un descanso después de un día tan agotador. Acab, en cambio, se va a su casa a comer y a beber; pero Elías, inmediatamente después de terminar su trabajo, busca la comunión con su Dios para hablar con él.
¡Qué importante es todo esto para nosotros, sobre todo cuando el Señor nos encomienda una tarea para hacer! Quizás seamos más propensos a orar antes de cumplir un servicio, a fin de obtener la fuerza y sabiduría necesarias para hacerlo. Pero, después del servicio, tenemos tanta necesidad de orar como antes, e incluso quizás más ya que siempre existe el peligro de que una vez que el trabajo ha terminado nos enorgullezcamos de él. Pero, la búsqueda de la comunión con el Señor nos guardará de esto.
3) La actitud en la oración
Leemos que Elías “postrándose en tierra, puso su rostro entre las rodillas”. No obstante, estaba el hombre que unas horas antes había permanecido con valor frente al pueblo dirigiéndole un ardiente discurso. Pero ahora, siente profundamente su pequeñez frente al gran Dios en cuya presencia se encuentra. Vemos aquí un sentimiento parecido al que tenía Abraham, por más que sea en diferentes circunstancias, cuando dice: “He aquí ahora que he comenzado a hablar a mi Señor, aunque soy polvo y ceniza” (Génesis 18:27). Estos dos hombres de Dios sabían que se dirigían al Dios Todopoderoso.
Así que, por más que este gran Dios sea nuestro Padre, nunca debemos carecer del temor necesario. Somos solo hombres en la tierra, mientras que nos dirigimos a un Dios infinito en el cielo.
Aunque no tenemos hoy en día ninguna prescripción formal en cuanto a nuestra actitud en la oración, tenemos ejemplos de la Palabra en los cuales vemos que ya sea en las fervientes súplicas o intercesiones (como la que tenemos aquí), la posición de rodillas es la más conveniente, ya que ella señala nuestra dependencia hacia Dios. Así que, tenemos plena libertad para presentarnos al trono de la gracia, pero esta libertad no debe prevalecer jamás en detrimento del temor necesario.
De todas maneras, nuestra actitud exterior debe reflejar siempre nuestra actitud interior, es decir, la actitud de nuestro corazón hacia nuestro Dios y Padre.
4) Orar por algo prometido
Elías ora por la lluvia cuando Dios ya le había prometido que llovería, diciendo: “Ve, muéstrate a Acab, y yo haré llover sobre la faz de la tierra” (1 Reyes 18:1). Por la fe, Elías incluso oyó “una lluvia grande” (v. 41). Pero entonces, ¿por qué orar todavía? Para el razonamiento humano, una oración semejante parece algo inútil, sin embargo, para la fe, ella tiene su lugar de importancia.
Dios se complace cuando nuestros corazones anhelan que se efectúe su Palabra y se cumplan sus promesas. Sin embargo, Él no nos promete cosas para que dejemos de orar. Al contrario, estas promesas deberían alentarnos a venir a su presencia para pedirle que podamos gozar de lo que él desea darnos.
Pero, si bien hay motivos de oración que sabemos que están relacionados con sus promesas, hay otros en los cuales no sabemos lo que Dios quiere hacer. Por lo tanto, es necesario presentar dichos motivos delante de nuestro Dios con total libertad y en sumisión a su voluntad.
5) Orar de forma precisa
La oración de Elías tenía un objeto determinado. Él no formula largas y difusas oraciones, sino que se limita a pedir por un objeto preciso, a saber, que llueva. Esto nos lo dice Santiago en su epístola. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento vemos a muchos hombres de fe presentando sus peticiones ante Dios de una manera clara y precisa. Y el Señor Jesús, también, cuando estaba en la agonía de Getsemaní, oraba más intensamente, y sin embargo, era preciso en su súplica: “Si es posible, pase de mí esta copa” (Mateo 26:39).
Para Dios, lo principal no es que las frases sean bien formuladas y elegantes. ¡Digámosle, pues, con simpleza lo que tenemos en el corazón!, pero hagámoslo en un lenguaje claro. Esto es importante, sobre todo cuando hacemos oraciones en público. ¿De qué sirven oraciones expresadas de manera vaga y general si, al fin, los oyentes disciernen apenas lo que quisimos decir?
En las oraciones en público (ya sea en familia, en la iglesia o en otro lugar), caemos fácilmente en la tentación de hablar para los oídos de aquellos que nos escuchan. Y esto es algo que el Señor tuvo que reprocharles a los fariseos.
6) Orar fervientemente
Santiago nos dice que Elías oró fervientemente. Pueden existir oraciones que contengan pedidos de auxilio y gritos verdaderos. Pero una ferviente oración no debe ser confirmada necesariamente por lo que se observa exteriormente. Es en primer lugar la actitud de nuestros corazones lo que importa.
¡Que Dios nos guarde de la rutina! Una oración formal, fría y mecánica no es una oración ferviente. El Señor nos advierte de las “vanas repeticiones” (Mateo 6:7). Y es indiscutible el peligro que corremos de que nuestras oraciones se vuelvan rutinarias. Pensemos por ejemplo en la oración que hacemos antes de comer en familia.
El Señor compara la oración con hechos tales como: pedir, buscar, llamar, clamar y combatir. Esto es lo opuesto a la rutina. Las demandas que hacemos a Dios con nuestra boca expresan sentimientos que son verdaderos en nuestro corazón. No es de hecho la oración irreflexiva la que tiene una promesa divina, sino que “la oración eficaz del justo puede mucho” (Santiago 5:16).
De Epafras se dice que “rogaba encarecidamente” en la oración por los creyentes (Colosenses 4:12). Para esto se requiere esfuerzo, energía, celo, meditación y perseverancia. Pero son cosas en las cuales Dios se agrada.
7) Orar con perseverancia
Al mismo tiempo que Elías oraba, su siervo fue enviado a ver si la respuesta había llegado. Su oración estaba unida a la vigilancia ya que a cada instante él esperaba la respuesta. Siete veces este joven hombre tuvo que subir hasta que finalmente vio una pequeña nube en el cielo. El salmista dice: “Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor” (Salmo 40:1).
El Señor Jesús exhortaba a sus discípulos diciendo: “Velad y orad” (Mateo 26:41). Y el apóstol Pablo escribe: “Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias” (Colosenses 4:2). No obstante, ¡cuán fácilmente nos relajamos en la oración y en la vigilancia cuando la respuesta no llega de inmediato! Puede que hagamos una ferviente oración al Señor, y que la hagamos muchas veces, sin embargo, la respuesta tarda en llegar y nos relajamos, quizás incluso con un leve reproche en nuestro corazón.
El profeta Isaías escribe: “Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto guardas; todo el día y toda la noche no callarán jamás. Los que os acordáis de Jehová, no reposéis, ni le deis tregua” (Isaías 62:6-7). Así, pues, es como debemos siempre venir a él con nuestras demandas. Sus pensamientos son más altos que nuestros pensamientos y sus caminos más altos que los nuestros (55:9). En lo que concierne al momento y la manera de la respuesta, volvamos a poner cada petición delante del Señor en un espíritu de sumisión. Pero en cuanto a nosotros, no dejemos de orar.
“Gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración” (Romanos 12:12). ¡Que el ejemplo del profeta Elías nos anime!