Cuando Dios se propuso hacer salir a su pueblo de Egipto y librarlo de su dura esclavitud, envió varias plagas sobre el país para obligar a Faraón a que deje ir a Israel. Nos detendremos en tres etapas de los tratos que tuvieron lugar entre el rey de Egipto y Moisés. Puesto que la liberación de Israel fuera de Egipto y su separación para Dios son una imagen de nuestra liberación del mundo y de nuestra separación para Dios, estos versículos nos dan importantes enseñanzas prácticas.
Vemos a Faraón proponer soluciones de compromiso que, naturalmente, le habrían permitido dejar al pueblo como esclavo. Hace tres propuestas sucesivas a Moisés, y cada una de ellas hubiera impedido una liberación según el pensamiento de Dios, e incluso una liberación cualquiera.
El primer compromiso propuesto es: “Andad, ofreced sacrificio a vuestro Dios en la tierra” (Éxodo 8:25).
Aún hoy, el mundo pregunta: ¿Por qué deben salir? Ustedes tienen derecho a opinar. ¿Por qué ser tan extremistas? ¿Por qué separarse del medio en el que han sido criados y de las personas que son tan buenas como ustedes? ¿Por qué esos tres días de camino en el desierto? (En efecto, Moisés había pedido al rey de Egipto: “Iremos, pues, ahora, camino de tres días por el desierto, y ofreceremos sacrificios a Jehová nuestro Dios, 5:3). ¡Ah!, el mundo no sabe lo que implican esos tres días de camino, ni que la muerte y resurrección de Cristo nos han dado un lugar donde no somos más del mundo, como tampoco Cristo lo es. ¿Somos conscientes de que Cristo “se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo” (Gálatas 1:4)?
Por un lado, el Egipto lujoso, civilizado, satisfecho de sí mismo, el Egipto idólatra. Por el otro, el desierto. ¡Qué contraste! Y, sin embargo, el desierto es donde se puede adorar verdaderamente a Dios.
Moisés rechaza la propuesta de Faraón. Este prueba entonces otra estrategia. Moisés había dicho: “Hemos de ir con nuestros niños y con nuestros viejos, con nuestros hijos y con nuestras hijas; con nuestras ovejas y con nuestras vacas hemos de ir; porque es nuestra fiesta solemne para Jehová” (Éxodo 10:9). Y Faraón replica: “¡Así sea Jehová con vosotros! ¿Cómo os voy a dejar ir a vosotros y a vuestros niños? ¡Mirad cómo el mal está delante de vuestro rostro! No será así; id ahora vosotros los varones, y servid a Jehová, pues esto es lo que pedisteis” (v. 10-11).
Al retener a sus niños, Faraón se aseguraba de que los israelitas no irían demasiado lejos. Hoy sucede lo mismo. ¡Cuán numerosos son los que se vuelven al mundo a causa de los hijos que no han llevado consigo fuera del mundo!
El rey de Egipto hace una última tentativa. “Entonces Faraón hizo llamar a Moisés, y dijo: Id, servid a Jehová; solamente queden vuestras ovejas y vuestras vacas; vayan también vuestros niños con vosotros” (v. 24).
¡Vayan!, ¡vayan también con sus hijos! ¡Pero que sus bienes queden en Egipto! ¡Cuántos siguen ese consejo! Ellos son salvos, pero consideran que sus negocios, sus ocupaciones terrenales no son cosas sagradas. Son solo cosas profanas, dicen. No tienen nada que ver con la salvación del alma. Pertenecen a otra esfera, la de la vida profesional. Pero Dios dice no: lleven todo fuera de Egipto; ustedes, sus familias, sus posesiones, todo debe pertenecerme. Y realmente deben ser de él, si queremos conservarlas.
Mientras no estén claramente librados del mundo en ese triple sentido, no podrán ser felices con Dios, ni tampoco estarán seguros. Claro, no hablo de su entrada en el cielo, ustedes pueden no tener dudas al respecto. Pero todo lo que poseen y que no pertenece a Cristo, de hecho todavía pertenece al mundo. Y esto los hará volver al mundo. ¿Pueden ir al trabajo y cerrar la puerta a Cristo pensando que no se dará cuenta, y que ustedes no se sentirán molestos por eso? ¿Podrían decirle: Señor, el domingo es para ti, pero el lunes es mío, o, Señor, aquí está el diezmo que te debo, las nueve partes restantes son para mí, y sentirse perfectamente cómodos ante él?
Pidamos al Señor que escudriñe nuestros corazones, y no retrocedamos ante las consecuencias de este examen. Si este no manifiesta nada, no tenemos nada que temer. Y si manifiesta un mal insospechado, recordemos que el juicio completo del mal es siempre el camino de la bendición de nuestras almas.