Cómo Dios dirige a los suyos

La vida nos coloca continuamente ante elecciones que debemos hacer y decisiones que tomar. El cristiano que desea caminar con Dios y honrarle en su vida práctica, a menudo es llevado a expresar esta oración de David: “Hazme saber el camino por donde ande... Enséñame a hacer tu voluntad, porque tú eres mi Dios” (Salmo 143:8, 10).

Muchas decisiones y elecciones importantes se presentan en la juventud y tienen consecuencias para toda la vida. Por otro lado, el cristiano se encuentra a toda edad ante elecciones cuyo alcance no puede medir en seguida. Dichoso aquel que conoce a Dios y sabe que puede contar con él para ser conducido en el buen camino.

Algunas promesas de Dios

Dios, por boca del profeta Isaías, dijo a su pueblo: “Tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es el camino, andad por él” (30:21). Dios se compromete, por decirlo así, a mostrar a los suyos cuál es el camino que preparó para ellos, y en el cual tendrán su bendición y podrán honrarle. Sucede lo mismo en este otro pasaje: “Yo soy Jehová Dios tuyo, que te enseña provechosamente, que te encamina por el camino que debes seguir” (48:17). Dios conoce todas las cosas de antemano; él sabe cuál es el resultado de todos los caminos que se presentan ante nosotros. No es indiferente ante aquel que vamos a seguir y quiere aconsejarnos para nuestro provecho. “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos” (Salmo 32:8).

¿Qué es de nuestra fe? ¿Estamos dispuestos a poner nuestra confianza en Dios? ¿Estamos convencidos, no solo de que él sabe mejor que nosotros lo que necesitamos, sino que desea hacernos comprender su voluntad, y vernos andar en el camino que preparó para nosotros?

Consideraremos diversos medios que Dios utiliza para dirigirnos, y luego el estado personal que nos permite discernir la voluntad de Dios.

La Palabra de Dios

Todo cristiano lo sabe, el medio esencial por el cual Dios nos dirige es su Palabra. “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Salmo 119:105). Cuando estamos inseguros en cuanto al lugar donde poner nuestros pies, busquemos ante todo en la Palabra de Dios la luz que necesitamos. Ella contiene una inmensa riqueza de instrucciones bajo formas muy variadas.

Se encuentran allí principios generales. Son directivas divinas que tienen un alcance universal, y que se aplican a cada uno en toda circunstancia. Cuando Dios nos dice: “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos” (2 Corintios 6:14), esto excluye en seguida para el creyente todo enlace de solidaridad con un incrédulo. Cuando el Señor dice: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia” (Mateo 6:33), nos enseña que en todas nuestras elecciones debemos dar la prioridad a las consideraciones de orden espiritual. “Examina la senda de tus pies, y todos tus caminos sean rectos. No te desvíes a la derecha ni a la izquierda; aparta tu pie del mal” (Proverbios 4:26-27). No debemos obrar precipitadamente sino con reflexión, pesando las cosas delante del Señor, evitando los excesos de una parte y de otra, huyendo del mal bajo todas sus formas.

También se encuentran en las Escrituras una multitud de ejemplos instructivos. Dios pone delante de nosotros el ejemplo de Abraham, de Moisés, de David y de muchos otros, y nos enseña cuál es Su apreciación sobre sus comportamientos. Si estos ejemplos de la Biblia nos son familiares, podemos fácilmente, cuando nos encontramos en tal o cual situación concreta, hacer el acercamiento entre esos hombres y nosotros mismos, entre las situaciones en las cuales se encontraron y las nuestras. Entonces, esto nos compromete a imitar sus actos de fe y a evitar las trampas en las cuales cayeron. Si Dios nos dio con tantos detalles la historia de muchos hombres y mujeres de fe, es para que saquemos instrucciones concretas para nosotros.

Por medio de toda su enseñanza, la Biblia nos instruye en lo que Dios ama y en lo que aborrece, nos da a conocer su manera de obrar y sus planes. En resumen, nos lleva a conocerlo. Ahora bien, el conocimiento de Dios mismo es el medio más seguro de conocer su voluntad.

Nuestro conocimiento de la Palabra de Dios es realmente incompleto, sobre todo al comienzo de nuestra vida cristiana. Dios lo sabe y tiene en su mano todos los medios para suplir lo que nos falta. Cuanto más conozcamos esta Palabra, más encontraremos en ella las directivas que necesitamos para nuestro andar. ¡Alentémonos a leerla, meditarla y retenerla en nuestros corazones, y que Dios nos conceda la gracia de ser sumisos a su enseñanza!

El Espíritu Santo

En las epístolas encontramos dos veces la expresión: “ser guiados por el Espíritu”.

“Si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley” (Gálatas 5:18). La epístola a los Gálatas fue escrita a cristianos que querían ponerse bajo la ley, en la condición en que estaba Israel antes de la venida de Jesucristo. Esta epístola subraya el contraste entre la situación de esclavitud de quienes son guiados por un conjunto de mandamientos, y la libertad de los que son guiados por el Espíritu de Dios, como lo son, o deben serlo, los cristianos. La ley dirigía a los israelitas mediante prohibiciones y prescripciones. Pero ella se ocupaba esencialmente de los comportamientos exteriores; de hecho se dirigía al hombre “en la carne”.

En el cristianismo, todos los que por la fe recibieron a Jesús como su Salvador fueron puestos en la posición de hijos de Dios. Fueron sellados con el Espíritu Santo, el cual mora en ellos y opera en ellos. Los conduce en el camino en que pueden andar según la voluntad de Dios y glorificarle. El apóstol escribe: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Romanos 8:14). Ser conducidos por el Espíritu es un rasgo característico de los hijos de Dios.

Si andamos según la carne, como nos sucede lamentablemente a veces, el Espíritu que está en nosotros es trabado en su acción. No es más cuestión de ser dirigidos por él. ¡Que Dios nos conceda “andar por el Espíritu” (Gálatas 5:16, 25) y ser “llenos del Espíritu” (Efesios 5:18), para ser realmente guiados por él!

La sabiduría y el discernimiento espiritual

El privilegio de la morada del Espíritu Santo en el creyente era desconocido antes de la época de la Iglesia. Sin embargo, la operación de Dios en un corazón y la intimidad de una relación establecida entre él y el hombre de fe existieron mucho antes de la venida del Espíritu Santo a la tierra. Se ve esto particularmente en David, quien dijo a Dios en el salmo 51: “He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo, y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría” (v. 6). Tenemos aquí un modo de dirección divina mucho más elevada que mandamientos formales. Dios lleva a su muy amado a “comprender” su pensamiento. Este es también el objetivo del libro de los Proverbios. Fue escrito para instruir al hombre en la sabiduría divina, y en particular “para dar... a los jóvenes inteligencia y cordura” (1:4). Este libro no es solo una selección de preceptos que pueden guiarnos en situaciones particulares, sino que nos es dado para nuestra formación espiritual.

A este respecto, el comienzo del capítulo 2 pone en evidencia dos principios complementarios:

  • Primeramente se alienta a desear la sabiduría, la prudencia y la inteligencia, a desplegar energía para adquirirla (1-5),
  • Luego se afirma que “Jehová da la sabiduría”, únicamente de él viene “el conocimiento y la inteligencia” (v. 6-7).

El conjunto de las Escrituras contribuye a esta formación del creyente mientras estemos dispuestos a escuchar y buscar el pensamiento de Dios sobre todo. Como Salomón, podemos pedir a Dios la sabiduría para nosotros (compárese con 1 Reyes 3:9-12), y podemos seguir el ejemplo de Pablo que hacía un pedido semejante para otros: “No cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual” (Colosenses 1:9).

El apóstol dice además: “Por tanto, no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor” (Efesios 5:17). Dios no nos trata como esclavos que deben obedecer ciegamente. Que debemos obedecer, no hay ninguna duda, pero además Dios quiere que entendamos cuál es su voluntad, y la facultad que desarrolla en nosotros para que seamos capaces de entender su pensamiento, es la inteligencia espiritual.

Dejemos a Dios cumplir su trabajo en nosotros. Toda la instrucción que nos da por las Escrituras, toda la educación que nos dispensa por los ejercicios que debemos atravesar, toda la disciplina que ejerce en nosotros, todo contribuye a formar nuestro discernimiento espiritual.

Un consejo paterno o fraterno

Dios utiliza a menudo instrumentos humanos para dar a conocer su voluntad a los suyos. El libro de los Proverbios nos dice al respecto: “En la multitud de consejeros hay seguridad” (11:14). “El que obedece al consejo es sabio” (12:15).“Con los avisados está la sabiduría” (13:10).

Primeramente, es justo que los hijos, incluso cuando ya son grandes, escuchen los consejos de sus padres (compárese con Proverbios 1:8; 23:22). Esta es la manera en que deben “honrarles” (Efesios 6:2). Pero, más generalmente, es bueno que los creyentes se ayuden mutuamente en el camino de la fe. El apóstol Pablo escribe: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros” (Gálatas 6:2). “Animaos unos a otros, y edificaos unos a otros” (1 Tesalonicenses 5:11). Cuando recibimos un consejo de un hermano o una hermana de confianza, hacemos bien en tenerlo en cuenta, diciéndonos que quizá son instrumentos que Dios emplea para guiarnos.

Por supuesto, el valor de un consejo dependerá del grado de sabiduría y discernimiento del que lo da. Si en ocasión de una decisión delicada, sentimos la necesidad de pedir un consejo, dirijámonos a un creyente espiritual que conoce la Palabra y que vive cerca del Señor.

Las circunstancias y las oportunidades

¿Son una guía las circunstancias que se presentan en nuestro camino? Esta pregunta requiere una respuesta matizada.

Por una parte, la Escritura nos muestra que nuestro Dios tiene absolutamente todo en sus manos y que a menudo utiliza circunstancias y acontecimientos para conducirnos en un camino o para impedirnos emprender tal o cual senda.

Por otra parte, es evidente que si la Palabra de Dios nos traza un camino y las circunstancias parecen indicarnos otro, no son ninguna guía. No debemos dejarnos desviar por ellas del camino que Dios nos indicó claramente. Tales circunstancias ponen a prueba nuestra sumisión a la voluntad de Dios.

Dios no se contradice jamás. Nada tiene derecho a hacernos desobedecer la Palabra. Recordemos al profeta que pensó que la orden que Dios le había dado era anticuada. Fue matado por un león a causa de esto (1 Reyes 13). Estamos en un mundo en el cual Satanás obra sin cesar para tendernos trampas. Las circunstancias que se nos presentan son solo una guía subalterna.

Aprendemos también por la Palabra que hay “buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:10). Dios, que sabe exactamente con qué nos vamos a encontrar cada uno de nuestros días, sembró de “buenas obras” nuestro camino. Debemos tener los ojos abiertos y el corazón preparado para discernirlas y cumplirlas. Las circunstancias son entonces para nosotros una dirección de detalles, mientras que la Palabra de Dios nos provee la dirección en su conjunto —la única dirección segura—, y nuestro discernimiento espiritual nos conducirá a hacer de ella la justa aplicación. Pero, repitámoslo, nuestras circunstancias nunca serán utilizadas en las manos de Dios para hacernos obrar contrariamente a su Palabra.

El Señor abrió y cerró puertas delante de sus siervos los apóstoles, y ellos lo tuvieron en cuenta (véase Hechos 16:6-10; Romanos 1:13; 1 Corintios 16:9; 2 Corintios 2:12; Colosenses 4:3). Nosotros también debemos estar atentos a estas puertas puestas delante de nosotros.

Las Escrituras mencionan también las “oportunidades”. Queda en nosotros el tomar y cumplir las tareas que Dios preparó para nosotros. “Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos” (Gálatas 6:10). “Mirad, pues diligentemente, cómo andáis; no como necios, sino como sabios; aprovechando cada oportunidad del bien hacer, porque los días son malos” (Efesios 5:15-16, V.M.). “Andad sabiamente para con los de afuera, aprovechando cada oportunidad de hacerles bien” (Colosenses 4:5, V.M.).

Dios puede también utilizar las circunstancias para detenernos en un camino de propia voluntad o para conducirnos por la fuerza en el camino de su elección. Cuando se llega a esto, se está un poco en la situación de un caballo cuyo conductor lo obliga a ir adonde él quiere. Pero no es ese el modo de dirección que Dios desea para nosotros. “No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento, que han de ser sujetados con cabestro y con freno, porque si no, no se acercan a ti” (Salmo 32:9). Dios desea que “no seamos insensatos” sino que entendidos de cuál sea su voluntad (Efesios 5:17).

 

Dos preguntas

1) A veces se ve en la Biblia que un hombre pide a Dios una señal, una indicación perfectamente clara de su voluntad. ¿Podemos seguir su ejemplo?

El pedido de Gedeón, en Jueces 6:36-40, o la de Ezequías en 2 Reyes 20:8-11, sin duda estaban en su lugar y Dios los honró respondiendo maravillosamente. Pero estos relatos del Antiguo Testamento son característicos de una época en la cual la revelación de Dios era incompleta y en la cual el Espíritu Santo no moraba en el creyente. Hoy, no tenemos que buscar señales o milagros, sino debemos apoyarnos en la Palabra de Dios y pedirle que nos dé el discernimiento necesario para entender su voluntad.

Por otro lado, es verdad también que Dios utiliza los medios que él quiere para guiar a los que esperan en él y responder a su fe, según su medida de conocimiento.

 

2) Se ve también en la Biblia que se han tomado decisiones echando suertes. Puesto que Dios tiene todo en sus manos, incluso la suerte, ¿no hay en esto un medio para saber su voluntad?

La respuesta es similar a la de la pregunta precedente. Si se piensa hacer intervenir a Dios echando suertes, se pone de lado la enseñanza de la Palabra y el discernimiento espiritual. Para retomar la imagen del salmo 32, le pedimos a Dios que nos ponga el cabestro y el freno. Desde que el Espíritu Santo está en la tierra (Hechos 2), no es más cuestión de echar suertes; el último caso relatado por las Escrituras se sitúa justo antes de su venida (Hechos 1:23-26).

Si dos hombres no llegan a ponerse de acuerdo en ocasión de una distribución de bienes (por ejemplo en una herencia), y quieren echar suertes según la enseñanza de Proverbios 18:18, esto puede solucionar su problema. Pero que recuerden un mejor camino, trazado en el mismo Antiguo Testamento: el del ofrecimiento desinteresado de Abraham a Lot: “Si fueres a la mano izquierda, yo iré a la derecha; y si tú a la derecha, yo iré a la izquierda” (Génesis 13:9). Dejando elegir a Lot, Abraham dejaba a Dios elegir por él. Y fue bendecido.

 

Un estado personal que permite discernir la voluntad de Dios

“Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas” (Proverbios 3:5-6). En primer lugar tenemos necesidad de confiar en Dios. Él sabe mejor que nosotros lo que nos hace falta, y desea nuestro bien. Tenemos necesidad también de dependencia, de una actitud de búsqueda del pensamiento de Dios, desconfiando de nuestros propios pensamientos. Dejémosle intervenir en cada una de nuestras circunstancias.

Cuando tenemos que tomar una decisión o hacer una elección, puede suceder que la voluntad de Dios nos sea revelada claramente —en particular por medio de la enseñanza de la Palabra y por sabios consejos— y que, sin embargo, rehusemos aceptarla. Puede suceder también que, para calmar nuestra conciencia, perseveremos pidiendo a Dios su dirección.

Es lo que sucedió con el remanente de Judá después de la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor y del asesinato de Gedalías, el gobernador que el rey de Babilonia había establecido sobre la tierra de Judá. En Jeremías 41, los vemos ponerse en camino para huir a Egipto (v. 17). En el capítulo siguiente, aparecen dirigiendo al profeta estas hermosas palabras: “Que Jehová tu Dios nos enseñe el camino por donde vayamos, y lo que hemos de hacer” (42:3). Y afirman que obedecerán a la voz de Jehová, cualquiera sea su veredicto (v. 5-6). Pero cuando escuchan que la respuesta que ha dado Jehová es contraria a lo que habían decidido, sus buenas intenciones se desvanecen y acusan a Jeremías de mentirles (43:2). Estaban dispuestos a seguir las directivas de Dios a condición de que correspondan a lo que ya habían decidido (42:20). Es algo muy bueno pedir a Dios que nos dirija; pero es un engaño hacerlo si ya hemos elegido nuestro camino.

¡Que Dios produzca en nosotros una voluntad quebrantada, un espíritu sumiso y una entera confianza en su bondad!