La senda de los justos

Proverbios 4:18-27

La senda de los justos es como la luz de la aurora,
que va en aumento hasta que el día es perfecto.”

(Proverbios 4:18)

El libro de los Proverbios nos fue dado “para entender sabiduría y doctrina, para conocer razones prudentes” (1:2). Nos brinda enseñanzas prácticas acerca de cómo caminar con el Señor, haciendo todo para su gloria y en comunión con él. Por otro lado, también tenemos advertencias para que no caigamos en alguna falta.

Dios quiere que nuestro camino sea un camino de justicia práctica, es decir, conforme a su voluntad y pensamiento. Entonces, nuestra vida debería estar marcada por un crecimiento espiritual y un discernimiento que van en aumento. Por eso, Salomón compara la senda de los justos con la luz de la aurora, la cual aparece primero y va en aumento hasta que el día es perfecto.

¿Cómo podemos, pues, realizar esto en la práctica? Los versículos que siguen nos lo explican.

La importancia de la Palabra de Dios en nuestra vida

Hijo mío, está atento a mis palabras; inclina tu oído a mis razones. No se aparten de tus ojos; guárdalas en medio de tu corazón; porque son vida a los que las hallan, y medicina a todo su cuerpo” (4:20-22).

¡Qué gracia que Dios nos haya dado su Palabra! Él habló, y nosotros podemos conocer lo que dijo. Pero, ¿cómo lo tenemos en cuenta en la práctica? Aquí, Salomón relaciona la Palabra de Dios con los oídos, con los ojos, con el corazón y con todo el cuerpo.

Con nuestros oídos: Dios quiere que escuchemos su Palabra. ¿Utilizamos las ocasiones en que ella es leída para escucharla bien? ¿Estamos atentos durante las reuniones donde ella es anunciada? ¿Qué clase de oyentes somos?

Con nuestros ojos: Es muy importante que leamos con frecuencia la Palabra de Dios. Lo hacemos colectivamente, en las reuniones o en familia. Pero no dejemos de hacerlo individualmente. ¿Leemos la Biblia regularmente? ¿Su lectura, tiene un lugar bien marcado en cada uno de nuestros días? ¿Comenzamos cada día con un pasaje de la Palabra de Dios o dejamos que otra cosa nos ocupe desde la primera hora?

Con nuestro corazón: ¿Qué lugar ocupa la Palabra de Dios en nuestro corazón? El tema aquí es el afecto. No es suficiente escuchar y leer la Palabra de Dios. Tampoco alcanza con conocerla intelectualmente. Es necesario que ella tenga un lugar en nuestros afectos. ¿La amamos verdaderamente? La Biblia no se dirige en primer lugar a nuestro cerebro, sino a nuestro corazón.

Con todo nuestro cuerpo: Si guardamos en nuestro corazón y con sinceridad la Palabra de Dios, ella tendrá una influencia sobre toda nuestra manera de vivir. A través de nuestros actos y de nuestras palabras se verá si nos conformamos con ser oidores o si actuamos según lo que la Palabra nos enseña. Ella debe ejercer, pues, su influencia en nuestra vida práctica de cada día, ya que solamente así habrá cumplido su objetivo y Dios será glorificado.

Guardar nuestro corazón

Para que nuestra senda sea como la luz que va en aumento procuremos, primeramente, guardar nuestro corazón.

Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida” (Proverbios 4:23).

En la Biblia, a menudo el corazón tiene un significado simbólico. Designa el asiento de nuestros sentimientos y lo que determina nuestras decisiones.

Se trata, entonces, de nuestros afectos y de nuestro amor por el Señor. Hablamos a menudo, y con razón, del amor que el Señor tiene por nosotros. Jamás podremos admirar suficientemente su amor, agradecerle por habernos amado y haberse entregado a sí mismo por nosotros. Pero, al mismo tiempo se nos pregunta por nuestro amor hacia él. Juan escribe: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero” (1 Juan 4:19). ¿Es así realmente con nosotros? ¿Amamos de verdad al Señor? David podía decir: “Te amo, oh Jehová, fortaleza mía” (Salmo 18:1). No decía esto de labios para afuera, sino que era una realidad en su corazón.

Nuestra cercanía al Señor confiere su carácter a toda nuestra vida. Por eso, debemos mantenerla y preservarla cada día. El mundo contiene muchas cosas que contribuyen a alejar o desviar nuestro corazón del Señor. Pueden ser cosas malas en sí mismas, como el pecado en sus diversas formas, o cosas que no tienen nada malo en sí, como las ocupaciones necesarias de la vida. Pero, para que nuestra senda sea como la luz de la aurora, es necesario que el Señor y Salvador tenga siempre el primer lugar en nuestro corazón. ¡Que él produzca esto en respuesta a su amor por nosotros!

Cuidar nuestras palabras

Aparta de ti la perversidad de la boca, y aleja de ti la iniquidad de los labios” (Proverbios 4:24).

Cuando el Señor Jesús vivía en esta tierra, los hombres se maravillaban de las “palabras de gracia que salían de su boca” (Lucas 4:22) y las admiraban. En ninguna ocasión dijo algo inoportuno. Desafortunadamente, no es lo mismo con nosotros. Si examinamos lo que hemos dicho en el transcurso del día, debemos reconocer que palabras inútiles o incluso malas han salido de nuestra boca. Santiago nos advierte del poder desenfrenado de la lengua: “Pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal. Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. ¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga?” (Santiago 3:8-11).

Lo que no se ve en la naturaleza, el brote dulce y amargo de una misma fuente es, lamentablemente, posible en los seres humanos. ¡Que el Señor nos guarde! Y que nos dé lo necesario a cada instante de nuestros días para que nuestras palabras sean para su gloria, para que nuestros hermanos y hermanas sean alentados por ellas y para que ellas sean un testimonio útil a aquellos que están aún lejos de Dios.

Orientar bien nuestra mirada

Tus ojos miren lo recto, y diríjanse tus párpados hacia lo que tienes delante” (Proverbios 4:25).

Nuestros ojos son la puerta de entrada por la cual se introducen en nosotros un sinnúmero de nefastas influencias, las cuales, si damos lugar a nuestras malas tendencias, se convierten en tropiezos. ¡Que nuestros ojos miren lo recto! Pablo proseguía a la meta (Filipenses 3:14). La epístola a los Hebreos nos invita a poner los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe (Hebreos 12:2). La fe siempre mira hacia adelante y hacia arriba. Sin embargo, mientras estamos aquí abajo, el mundo ofrece muchas cosas que tienden a desviar nuestra mirada. Seamos prudentes, pues, en cuanto a lo que podemos ver, a la derecha o a la izquierda de nuestro camino. Los medios de comunicación por sí solos proponen, hoy en día, una amplia gama de distracciones e inmundicias. Job “hizo pacto con sus ojos” a fin de no mirar aquello que podría ser, para él, un tropiezo (Job 31:1). Alejemos con determinación nuestros ojos de aquello que oscurece nuestra vida espiritual y pongámoslos en el Señor.

Estar atentos a nuestro caminar

Examina la senda de tus pies, y todos tus caminos sean rectos. No te desvíes a la derecha ni a la izquierda; aparta tu pie del mal” (Proverbios 4:26-27).

Aquí se trata de nuestro comportamiento, es decir, de nuestros actos y de nuestras palabras. Dios nos llama a seguir un camino derecho, no uno sinuoso o torcido. La sabiduría dijo, en el capítulo 8: “Por vereda de justicia guiaré, por en medio de sendas de juicio” (v. 20). Nuestro camino debe ser ordenado y equilibrado, ya que los peligros que encontramos a diestra y siniestra nos empujan fácilmente a desviarnos.

En el Antiguo Testamento, Dios exhorta muchas veces a su pueblo a no desviarse del camino a la derecha ni a la izquierda. A menudo, estas exhortaciones se relacionan con la Palabra de Dios, ya que un desvío de sus enseñanzas, en nuestra conducta práctica, significa que agregamos o quitamos algo de ella. Dios nos advierte: “No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella” (Deuteronomio 4:2). El Nuevo Testamento termina con una solemne advertencia al respecto (Apocalipsis 22:18-19).

Ya sea en nuestra marcha individual o colectiva, siempre debemos considerar nuestros caminos a la luz de la Palabra. Dios no dejará de conducirnos: “Entonces tus oídos oirán a tus espaldas palabra que diga: Este es el camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda” (Isaías 30:21). Él quiere dirigirnos por el buen camino. Quiere que nuestra vida sea feliz.

Para que nuestra senda sea “como la luz de la aurora”, escuchemos la Palabra de Dios, cuidemos nuestro corazón, nuestra boca, nuestros ojos y nuestros pies. Pronto entraremos a la gloria del cielo, y todo será perfecto.