“Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía,
y guardan las cosas en ella escritas.”
(Apocalipsis 1:3)
“Tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón.”
(Jeremías 15:16)
Un cristiano cuenta la visita que hizo a un anciano ciego, sin manos y con la mitad de su cuerpo paralizado.
Por todos lados a su alrededor había hojas de cartón perforadas con pequeños agujeros: era su Biblia en braille. El anciano me contó el accidente que lo había lisiado de tal manera, luego siguió:
— El futuro me parecía sin esperanza cuando, un día, Jesucristo me encontró. Vino a ser mi Salvador. Él me dio la serenidad. Se despertó en mí el deseo de leer la Palabra de Dios para conocerle mejor.
— Pero ¿cómo lee usted la escritura braille?
— Ella no parecía ser de ninguna ayuda, ya que no tengo dedos. Pero un día me pareció oír la voz del Señor que me decía: «Aprende a leer con tu lengua». Oré para recibir esta Biblia en braille, y cuando me fue concedida, comencé a aprender a leer así el Libro de Dios. Necesité mucha paciencia, pero lo logré.
— Me gustaría que usted me leyera un versículo.
Una hoja de su Biblia estaba delante de él. Con su lengua tocó suavemente los signos y tradujo: “Regocijaos en el Señor siempre” (Filipenses 4:4).
¡Cuántos cristianos tienen manos, ojos y una Biblia, pero no tienen hambre de la Palabra de Dios!
“Me regocijo en tu palabra como el que halla muchos despojos” (Salmo 119:162).