El hombre, débil criatura que dispone de recursos limitados, se ve constantemente confrontado a situaciones difíciles que no puede evitar y que a veces lo agobian. Teme a la enfermedad y a la muerte, se preocupa por su existencia, se pregunta qué podrá hacer para subsistir. Está horrorizado ante las amenazas de guerra, que a veces toma formas precisas y otras veces los rumores se desvanecen, según las noticias que lee u oye.
Para el cristiano, otras circunstancias vuelven las cosas aún más difíciles. Si quiere seguir a su Maestro y servirlo fielmente, será aborrecido por el mundo y hasta perseguido. Si coloca los intereses del reino de Dios antes que los suyos, sentirá sobre sus débiles hombros el peso de las numerosas cargas de la obra del Señor y del testimonio colectivo.
¿Cómo puede avanzar con ánimo en estas condiciones? El Señor le dice: “No temas, cree solamente” (Marcos 5:36).
El hombre natural conoce solamente lo que se ve. Se apoya exclusivamente en los recursos terrestres: su propia fuerza, su sabiduría, su fortuna, sus relaciones con personas de influencia y otras cosas similares. Pero la Palabra de Dios dice: “Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo” (Jeremías 17:5). Es la condición, no solamente del hombre de este mundo, sino también del cristiano cuyo corazón se alejó de Dios. Busca la ayuda de abajo, pero “no verá cuando viene el bien” (v. 6).
Se parece al criado de Eliseo, quien, en Dotán, veía solamente “gente de a caballo, y carros, y un gran ejército” que los rodeaban. “¡Ah, señor mío! ¿qué haremos?” exclama el joven (2 Reyes 6:14-15). Pero Eliseo, hombre de fe, tenía una visión muy diferente. Dice a su criado: “No tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos” (v. 16). En el poder del Espíritu, veía el monte lleno de caballos y carros de fuego alrededor de él. Su criado estaba angustiado al ver las armas brillantes del enemigo que se acercaba. Él, al contrario, estaba lleno de paz celestial y de ánimo divino viendo el poder infinitamente superior de los ejércitos del cielo que lo rodeaban, aunque invisibles para la vista humana.
¿Cómo es posible que tengamos tan a menudo miedo, viendo solamente fracasos inevitables? ¿No es porque vivimos apoyándonos en lo que se ve, en lugar de vivir por fe? Gemimos cuando las debilidades de nuestro cuerpo se hacen sentir, nos quejamos de las circunstancias de aquí abajo, comprobamos el declive manifiesto del testimonio cristiano y seguimos tal vez con inquietud la evolución de los eventos políticos. Mientras tanto descuidamos nuestra relación con Dios y no permanecemos más en Jesús. Entonces no es extraño que nos falte, en el momento necesario, la luz y la fuerza que vienen del santuario. Esta luz no puede llenar nuestro corazón y reanimarlo, si damos la alarma solo de vez en cuando, si nuestra relación con Dios se limita a llamamientos esporádicos para tener ayuda.
“La comunión íntima de Jehová es con los que le temen” (Salmo 25:14). Las comunicaciones íntimas con Él son para aquellos que tienen el hábito de vivir en Su santuario. Por eso encontramos en su Palabra numerosas exhortaciones para andar por la fe y a mirar las cosas que no se ven.
He aquí algunas: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. “Corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe” (Hebreos 11:1; 12:1-2). “Por tanto, no desmayamos... no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven”. “Porque por fe andamos, no por vista”. “Porque por la fe estáis firmes” (2 Corintios 4:16-18; 5:7; 1:24). “Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios” (Gálatas 2:20). “Mas el justo vivirá por fe” (Hebreos 10:38). “A quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso” (1 Pedro 1:8).
Un día Dios nos abrió los ojos. ¡Que él nos conceda la gracia de mantenerlos abiertos, para que avancemos con ánimo, firmeza y gozo, puestos los ojos en Jesús! ¡Que nuestros ojos estén abiertos no solo en las circunstancias excepcionales de “Dotán”, sino durante toda nuestra vida en la tierra!
¡“No temas”! Tal es el estímulo que nos da la Palabra, sean cuales fueren las circunstancias en que nos encontremos.