Malaquías profetizó más de cuatro siglos antes de la venida de Cristo. Luego siguió un largo período de silencio de parte de Dios. Hoy estamos viviendo en un largo período que se ha llamado «el silencio de Dios». Los hombres no pueden entender que Dios se haya, por decirlo así, encerrado en su cielo y que permanezca en silencio. El mundo se encuentra todo convulsionado, pero parece que a Dios no le preocupa. Sin embargo, si el cielo permanece callado, es por una buena razón: Dios ha hablado por el Hijo (Hebreos 1:2); y por él, dijo todo lo que tenía que decir en gracia. Lo único que le queda por comunicar al mundo es expresar su ira y ejercer juicios terribles sobre él. Ciertos hombres culpan a Dios, preguntando: ¿Por qué no hace nada? Pero ¿desearían ser sepultados por el juicio? Habiendo dicho todo lo que tenía que decir en gracia, Dios ahora permanece en silencio, hasta que hable nuevamente en juicio.
En el Antiguo Testamento, vemos cómo Dios levantó a Moisés y a los profetas, e hizo conocer sus santas exigencias a los hombres por medio de ellos, a Israel en particular. En el Nuevo Testamento, hallamos la revelación de la gracia y de la salvación en Cristo. El contraste entre los dos últimos mensajes del Antiguo y del Nuevo Testamento es muy instructivo.
La venida del Señor
Sin embargo, a pesar de los notables contrastes, hay algunos pensamientos que caracterizan a ambos. Por ejemplo, los dos mencionan la venida del Señor. En Malaquías, él es el “Sol de justicia”, y en el Apocalipsis, “la estrella resplandeciente de la mañana”. Cuando nacerá como el sol, “en sus alas traerá salvación”. La luz del sol tiene un efecto benéfico. Cuando Jesús venga en su gloria, traerá salvación a los que temen su nombre (Malaquías 4:2). Pero para los que hacen maldad, ese día será “ardiente como un horno” (v. 1). Hay regiones, por ejemplo en Mesopotamia, donde el sol puede traer tanto calor que resulta insoportable aun a la sombra. Así, cuando Jesús venga como el Sol de justicia, será un horno ardiente para los malos, que serán como estopa, mientras que para los creyentes será salvación. En este día, Dios trazará un límite claro entre los que temen su nombre y los que no lo temen. En Apocalipsis 22, la venida del Señor también está mencionada, aunque bajo otro aspecto, y el límite entre los justos y los injustos también está rigurosamente trazado, particularmente en el versículo 11.
La Palabra de Dios
Otra cosa caracteriza estos dos últimos mensajes: se pone un gran énfasis en la Palabra de Dios. En Malaquías leemos: “Acordaos de la ley de Moisés mi siervo, al cual encargué en Horeb ordenanzas y leyes para todo Israel” (4:4). En aquella época había quienes temían a Jehová, que pensaban en su nombre y que hablaban cada uno a su compañero (3:16). Eran aquellos en quienes Dios ponía su mirada. Aquí hallamos las últimas instrucciones dirigidas a ese remanente piadoso que iba a subsistir durante 400 años, hasta que los visitara “desde lo alto la aurora” (véase Lucas 1:78). La sustancia de lo que el profeta dice es: Acuérdense de la ley en su totalidad y no solo en parte, sin omitir ningún detalle; piensen también que es para todo Israel, y por consiguiente para cualquiera que pertenezca a su pueblo. Su mensaje se podría resumir así: toda la Palabra de Dios para todo el pueblo de Dios.
Este remanente piadoso podía haberse visto tentado a pensar que la ley se había modificado un tanto con el tiempo. La nación había sido llevada en cautiverio y ellos eran los nietos o bisnietos de los que habían regresado al país bajo Zorobabel, Esdras, Nehemías y otros conductores que Dios había suscitado. Estaban en su país, pero era un pueblo relativamente incompleto, frágil y humillado. Fácilmente habrían podido decir: Apenas es necesario que nos preocupemos por toda la ley. No necesitamos inquietarnos por todos los puntos. Se pueden aflojar un poco los tornillos por aquí o por allá, y apretarlos en otro lugar. El profeta dice: ¡No! Aténganse a la Palabra tal como Dios se las ha dado, en todos sus detalles. Es enteramente para ustedes. Ella les da la luz respecto al pensamiento de Dios y les traza el camino, aun cuando gran parte de su nación está aún dispersa en los países adonde ha sido llevada en cautiverio.
Creo que podemos establecer un paralelo entre nuestra situación actual y la de este pueblo. En verdad, tuvieron lugar enormes cambios en el mundo desde los días de los apóstoles; pero el Nuevo Testamento no ha cambiado, ni tampoco el Antiguo. Siempre está toda la Palabra de Dios para todos los hijos de Dios. No es ninguna pretensión de nuestra parte afirmar: Puesto que soy hijo de Dios, su Palabra es para mí. ¿Habremos de adaptar esta Palabra a las condiciones y al espíritu de nuestro tiempo, aflojarla en tal punto y apretarla en tal otro? No tenemos el derecho de adaptar la Palabra de Dios a nuestros propios pensamientos. No cabe duda alguna de que Dios, quien dio su revelación y su enseñanza por los apóstoles, sabía exactamente cómo se desarrollaría la historia de la Iglesia en los siglos posteriores. El apóstol Pablo dice: “Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor” (1 Corintios 14:37). Esto vale tanto para cada uno de nosotros hoy como para los creyentes de ayer.
Pasemos ahora al mensaje de Apocalipsis 22. Allí también se subraya la importancia de la Palabra de Dios. Dice: “Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro” (v. 7). Claro, primeramente se entiende que se trata del libro del Apocalipsis, pero nadie puede dudar de que estuviera en los planes de Dios que este libro fuera la conclusión del Nuevo Testamento. Por consiguiente, esta declaración incluye, en su sentido amplio, toda la Escritura y en particular el Nuevo Testamento.
Y ¡qué “profecías”! ¡Qué maravillosas revelaciones! No como Dios las hizo anteriormente, cuando había dado su ley para probar al hombre y hacerle comprender su naturaleza pecaminosa y su miseria, sino comunicaciones que nos enseñan lo que dio a conocer por Cristo y lo que cumplió en él, el segundo hombre y el postrer Adán. El primer hombre cayó, estando en un huerto de delicias, cuando todo estaba en su favor. El segundo hombre se mantuvo firme, estando en un desierto, en las circunstancias más desfavorables. Luego, en las revelaciones de este libro, Dios despliega los gloriosos resultados del triunfo de Cristo.
Somos bienaventurados si “guardamos” estas palabras. Y ¿cómo guardarlas? La única manera de hacerlo es obedeciéndolas, poniéndolas en práctica. Podemos memorizar muchas cosas y acumular amplios conocimientos bíblicos en la cabeza; pero en realidad no poseemos nada mientras no lo hayamos aplicado en la práctica, experimentalmente. El Señor Jesús mismo dijo: “Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan” (Lucas 11:28).
Sin embargo, el versículo 7 no es la única alusión a la Palabra de Dios en el último capítulo del Apocalipsis. Este libro y las palabras de la profecía de este libro se mencionan en los versículos 10 y 18 y dos veces en el versículo 19. Dios vela sobre cada una de sus palabras y subraya la importancia de guardarlas en su integridad y fuerza.
El Señor Jesús mismo
Además de este punto capital, hallamos en estos pasajes una hermosa descripción del Señor Jesús mismo, de Aquel que ha de venir. Así como en Malaquías, aquí también se presenta por medio de una imagen. Allí el Mesías era el Sol de justicia que iba a nacer con todo su esplendor. Aquí es la estrella resplandeciente de la mañana, el precursor del día venidero. En el versículo 16 se presenta, no en un lenguaje simbólico, sino personalmente: “Yo Jesús”. Es un llamamiento particular para nuestros corazones. Él sigue siendo todo lo que las imágenes representan, pero la realidad es Jesús mismo. Es notable que en el último capítulo de Malaquías, Moisés y Elías estén mencionados en relación con el Sol de justicia y que estos dos hombres también hayan estado con Jesús en el monte de la transfiguración. Allí, Pedro cometió el error de querer ponerlos casi al nivel de su Maestro. Pero ellos solo eran siervos que habían cumplido su tarea para Dios, cada uno en su tiempo y en su generación, mientras que Jesús era Aquel que había bajado de su morada celestial y eterna a la tierra. Nadie es comparable con él.
En el Apocalipsis llegamos al final de las comunicaciones divinas. Moisés y Elías han desaparecido. Pedro, Pablo y todos los nombres grandes de todas las épocas ya no están. Uno solo permanece: “Yo Jesús”. Está delante de nosotros en toda su hermosura y gloria. Es Aquel que viene, que viene “pronto”, “en breve”. Tal vez hayamos aplicado demasiado esta palabra a los tiempos y a los siglos, mientras que su significado primario aquí es la rapidez; cuando venga, no habrá ningún despliegue progresivo, sino que tendrá lugar de inmediato, como la luz del relámpago. Cuando venga, todo llegará a una conclusión victoriosa.
Cuando toda la Iglesia de Dios sea introducida por él en la gloria del Padre, todo ojo se fijará en Aquel que lo habrá llevado allá. No tendremos ningún motivo para gloriarnos, después de todas las faltas que empañaron nuestro camino en la tierra. Todos los habitantes del cielo tendrán los ojos puestos en Jesús y dirán: Él es quien lo hizo. Ningún redimido estará perdido. Cada uno estará en su lugar, cada uno será llevado a la gloria conforme a los designios del Padre. ¡Maravilloso es Jesús! Así, mientras lo esperamos, decimos de todo corazón: “Amén; si, ven, Señor Jesús” (v. 20).
El último versículo del Apocalipsis es: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros” (v. 21), mientras que la última palabra de Malaquías es: “maldición”. La maldición del Antiguo Testamento tiene que dejar lugar a la gracia del Nuevo. La gracia de nuestro Señor Jesucristo estará ciertamente con todos los creyentes y no faltará nunca, porque la gracia perfecta nos conduce a todos a la gloria. Tenemos que estar realmente conscientes de esta gracia.
La gracia de nuestro Señor Jesucristo estará con todos nosotros a medida que pasamos por las circunstancias difíciles del desierto: aflicciones, dificultades y combates, mientras esperamos su venida. ¡Que su gracia guarde nuestros espíritus, forme nuestros corazones y pensamientos y se manifieste en nuestras vidas! Toda la Iglesia de Dios la necesita. Cada pequeña iglesia local la necesita. Cada creyente personalmente la necesita. Bendito sea Dios, esta gracia reposa sobre nosotros; es nuestro socorro en todas las dificultades del camino.