Cristo en nosotros, la esperanza de gloria /12

Colosenses 3:5-11

Versículo 5: “Haced morir, pues, vuestros miembros que están sobre la tierra a saber: fornicación, inmundicia, pasiones desordenadas, malos deseos, y avaricia, que es idolatría”, (V.M.).

Haced morir vuestros miembros que están en la tierra

¿De qué miembros se trata? Esta noción, en la Biblia, no siempre se emplea en el mismo sentido. Es el contexto el que determina el significado de una palabra. Incluso en el texto original, no aparece siempre inmediatamente. La palabra miembros puede designar los miembros de nuestro cuerpo, como por ejemplo en Romanos 6:13 donde está escrito: “Ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad”. Aquí se trata de nuestra boca, de nuestras manos o de nuestros pies, por ejemplo. En 1 Corintios 12, también se mencionan miembros, son los miembros del cuerpo de Cristo. Se trata de los redimidos. Cuando en Colosenses 3 se habla de los miembros que están en la tierra, se trata de las manifestaciones del pecado que mora en nosotros.

El pecado, este principio malo, permanece en nosotros, incluso después de nuestra conversión. También se hace notar con frecuencia. Santiago escribe en el capítulo 1, versículo 14: “Cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido”. Cuando la concupiscencia, o el pecado que mora en nosotros, nos atrae, aún no hemos pecado. Pero eso prueba que el pecado está en nosotros. Si alguien me ofende, el deseo de replicar me empuja. Que yo tenga ese deseo, aún no es pecado. El pecado solo viene en el momento en que Santiago añade después en el versículo 15: “Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado”. Si cedemos a esta tentación, en nuestros pensamientos, y reflexionamos cómo podemos vengar una ofensa, ya hemos pecado en pensamiento. Y si respondemos con nuestras palabras, hemos pecado con nuestra boca. Algunas veces, ¡la respuesta va hasta las manos e incluso a los pies!

Aquí, la expresión miembros se refiere a los brotes del pecado que mora en nosotros. Debemos hacerlos morir. Tomemos una imagen. Cuando se injerta sobre un árbol silvestre una especie noble, el silvestre siempre produce brotes. Estos deben ser cortados, porque de otra manera se imponen y ahogan al injerto. Así pues, es nuestro deber juzgar los brotes del pecado que mora en nosotros.

¿Cómo se desarrolla esto en la práctica?

  • Recordando bien que el pecado mora todavía en nosotros. La oración preventiva es de gran ayuda. Vivimos entonces conscientes de que el pecado está en nosotros y de que siempre somos capaces de pecar, sobre todo en situaciones difíciles o de tensión.
  • Confesando nuestros pecados ante Dios, si hemos caído, y, si es necesario, también ante los hombres.
  • Buscando la raíz del mal en el caso de un pecado preciso que se reproduce continuamente. Debemos preguntarnos seriamente, si no tenemos que cambiar algo en nuestra vida. En ciertas circunstancias, hay costumbres que deben ser modificadas a fin de que la ocasión del pecado desaparezca.

Pecados relacionados con el cuerpo

Los miembros que debemos hacer morir se mencionan por sus nombres. Primero los que están en el cuerpo: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría. ¡Nada de todo esto debe aparecer en la vida del cristiano!

 

Versículos 6-7: “cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia, en las cuales vosotros también anduvisteis en otro tiempo cuando vivíais en ellas”.

La ira de Dios sobre los hijos de desobediencia

Ahora Pablo quiere hacernos comprender la gravedad de los pecados del versículo 5. En el mundo, tales acciones son consideradas insignificantes. Se las trata con ligereza. En eso también hay peligro para nosotros. Por eso está escrito: “cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia”. Esto muestra cuán graves son estos pecados a los ojos de Dios. Pero Pablo no dice que a causa de eso la ira de Dios viene sobre nosotros. No, ella viene sobre los hijos de desobediencia. Seguramente, no podemos pretender que todos los incrédulos sean hijos de desobediencia. Aquí, como en Efesios 2:2, el apóstol, con esta apelación, alude a aquellos que llevan a otros tras sí al mal, a los ideólogos del mal. Hoy hay gente que, con malas doctrinas, proclaman como buena una vida inmoral. Han reconocido que de la doctrina se deriva la conducta. Esto es verdad tanto para lo bueno como para lo malo. Así, los hijos de desobediencia califican de buenas, prácticas que son perversas, y quieren hacer que nos sean atractivas.

En otro tiempo, es decir antes de su conversión, los colosenses estaban en contacto con los hijos de desobediencia. Estaban influenciados por esos ideólogos, por las filosofías de la época, y vivían de esta manera. Por eso estos pecados del versículo 5 aparecen también en sus vidas. Sin embargo, eso era en otro tiempo. Pero ahora, después de su conversión, estas manifestaciones deben ser condenadas en su rigen.

 

Versículos 8-9a: “Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros…”

Pecados relacionados con la boca

Pablo enumera ahora los pecados que están relacionados con la boca: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas y mentiras. También somos exhortados a renunciar a todo eso. Dos centros principales de peligro son puestos en evidencia: los pecados relacionados con el cuerpo (v. 5) y los pecados relacionados con los labios (v. 8 y 9a).

Es interesante ver que Pablo siempre nos recuerda nuestra conversión, es decir lo que éramos antes de nuestra conversión, y lo que somos ahora, después de nuestra conversión. ¡Cuánto deseamos que haya para cada uno de nosotros un antes y un ahora!

 

Versículo 9b: “habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos…”

El viejo hombre

¿Qué es el viejo hombre? El primer hombre fue hecho del polvo por Dios. Por eso se dice en 1 Corintios 15:45: “Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente”. El primer hombre fue creado por Dios bueno y en inocencia. No conocía el bien ni el mal. Luego cayó en el pecado. Entonces, el primer hombre llegó a ser el viejo hombre. Este conoce el bien y el mal, y hace lo malo. No puede hacer otra cosa. Es su carácter. El diablo le había dicho a Eva: “El día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:5). Es lo que ocurrió. Se dieron cuenta de que estaban desnudos, y recurrieron a medios humanos para ocultar su desnudez. Esta ilustración muestra lo que es el viejo hombre. Es alguien dominado por el pecado que mora en él. Así éramos todos nosotros antes de nuestra conversión. Pero en el momento de nuestra conversión, nos hemos despojado del viejo hombre.

 

Versículo 10: “y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno…”

El nuevo hombre

¿Qué es el nuevo hombre? No es una vuelta a la inocencia, al estado del primer hombre. El nuevo hombre tiene aún el conocimiento del bien y del mal. Pero es capaz de hacer el bien, y es hecho capaz de no pecar. En el momento de nuestra conversión, nos hemos revestido del nuevo hombre. Por eso ahora tenemos la posibilidad de vivir para la gloria de Dios, haciendo lo que a él le agrada.

Así pues, cuando se dice que el nuevo hombre “se va renovando”, el significado es el siguiente: El nuevo hombre tiene ahora la capacidad en su vida de producir cosas totalmente nuevas, maravillosas. Estas se nos presentan a partir del versículo 12: “Vestíos, pues… de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros”. Estos son rasgos de carácter que están en abierto contraste con los pecados mencionados en nuestro párrafo.

Cristo, nuestro gran modelo

Dios mismo creó al nuevo hombre. Y ¿quién es la imagen de Dios? Es Cristo, el modelo del nuevo hombre. Él no es el nuevo hombre, pero, con su vida en la tierra, nos dio un modelo del nuevo hombre. Este maravilloso hombre conocía el bien y el mal, e hizo solo el bien. Así que él es nuestro gran prototipo para nuestra vida cristiana práctica.

 

Versículo 11: “donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos”.

Ninguna diferencia en la nueva creación

En el terreno de la nueva creación, no hay más diferencias entre los creyentes.

La enumeración muestra qué diferencias han sido suprimidas:

  • Griego y judío: no más diferencias culturales;
  • Circuncisión e incircuncisión: no más diferencias religiosas;
  • Bárbaro y escita: no más diferencias étnicas;
  • Siervo y libre: no más diferencias sociales.

Esto es válido solo para la nueva creación. Pero en el terreno de la primera creación, que todavía se tiene en cuenta, las diferencias ciertamente subsisten. Aquí hay obligaciones para los hombres y obligaciones para las mujeres. Pero en el terreno de la nueva creación, esas diferencias no existen más.

Cristo es el todo y en todos

¿Qué significa “Cristo es el todo”? Que él es la única meta hacia la cual nos dirigimos. ¿Y qué quiere decir el apóstol con “Cristo es… en todos”? Que es la única sustancia de nuestra vida. Este es el punto central de la práctica cristiana: Cristo nuestra meta y Cristo la sustancia de nuestra vida. Si es así, podemos buscar las cosas de arriba, porque él está ahí. Entonces también tendremos la fuerza para hacer morir nuestros miembros que están en la tierra.

 

Resumamos los tres grandes principios rectores de los versículos 1 a 11 para nuestra vida cristiana práctica:

  • Buscar las cosas de arriba, donde está Cristo sentado. Se nos exhorta a pensar como Jesucristo piensa en el cielo en cuanto a todas las cuestiones de nuestra vida cristiana de cada día.
  • Hacer morir nuestros miembros que están sobre la tierra. Debemos juzgar las manifestaciones del pecado que mora en nosotros.
  • Cristo es el todo, y en todos. Él debe ser la meta y la sustancia de nuestra vida.