“Entonces le dijeron ellos: Decláranos ahora por qué nos ha venido este mal. ¿Qué oficio tienes, y de dónde vienes? ¿Cuál es tu tierra, y de qué pueblo eres?” (Jonás 1:8)
Un cristiano es un santo de Dios; todo verdadero cristiano es realmente un santo; la presencia de tal persona debería ser una bendición para todos, sin distinción. El cristiano debería ser luz en un lugar oscuro, una pequeña luminaria delante de su prójimo (véase Filipenses 2:15). Pero Jonás era un caso muy diferente. En vez de ser una bendición para el grupo de marineros que navegaban sobre esa nave, trajo maldición. Fue él quien trajo la tempestad; por lo menos Dios la envió a causa de él. ¡Esto es algo muy serio! Dios, al ocuparse de nosotros a causa de nuestra infidelidad y de nuestro pecado, lamentablemente a veces debe traer la prueba y la angustia sobre los que nos rodean.
La Biblia dice ciertamente: “Ninguno de nosotros vive para sí” (Romanos 14:7). No podemos decir: ¡Esto es asunto mío, y me es completamente indiferente! La desobediencia de Jonás cambió muchas cosas para esos marineros. Enfrentaron una tormenta terrible, perdieron la carga que llevaban: tuvieron que echarla al mar para intentar salvar la nave. Y todo esto sucedió a causa del pecado de un hombre, ¡y de un hombre creyente!
¿Soy una bendición o una maldición en la escena donde vivo? Es una pregunta básica, que escudriña a cada uno de nosotros. Buena o mala, la influencia que ejercemos alrededor de nosotros es muy real. Es verdad que Dios sacó bendición de ese pecado de Jonás y de todas esas dificultades: esos marineros aprendieron a conocer al verdadero Dios por intermedio del profeta desobediente. Sin embargo, ¡esto no lo excusa de ninguna manera! La triste, sí, la muy triste respuesta que dio Jonás a las preguntas de los marineros fue solamente esta: “Yo sé que por mi causa ha venido esta gran tempestad sobre vosotros” (Jonás 1:5, 12).
¡Que Dios nos guarde de no exponer nunca a nuestros amigos y compañeros a una situación dolorosa, y traer sobre ellos la ruina, a causa de nuestro pecado e infidelidad!