Si un creyente vive de sus experiencias, ocupándose siempre en sí mismo, es que, aunque no se dé cuenta, el «yo» egoísta sigue ocupando algún lugar en su corazón. No es pensando en nosotros como aprendemos a conocernos: cuando pensamos en Cristo, el «yo» desaparece. Estamos en la luz cuando no nos ocupamos en nosotros mismos.