“Vino entonces un hombre de Baalsalisa, el cual trajo al varón de Dios panes de primicias, veinte panes de cebada, y trigo nuevo en su espiga” (2 Reyes 4:42).
Aquí vemos a un hombre interesado en el bien del pueblo, quien trae al hombre de Dios algo que pueda alimentarle. Era poca cosa, es verdad, ya que, además de ser alimento sencillo, no tenía un aspecto apetitoso. En su saco no llevaba ni grano tostado, ni tortas de uvas pasas, ni panes de flor de harina, nada de esto, pero, sin embargo, lo que traía era un recurso precioso, especialmente en un tiempo de hambre como aquél y no había por qué despreciarlo.
“¿Cómo pondré esto delante de cien hombres?” dijo el sirviente del varón de Dios, y éste le respondió: “Da a la gente para que coma, porque así ha dicho Jehová: Comerán, y sobrará”. El que servía sentía la pobreza de sus recursos, pero, como confiaba en la palabra de Dios, puso aquel alimento delante de ellos y comieron, y les sobró, de acuerdo con la palabra de Jehová.
¡Cuán importante es este sencillo relato en nuestros días!
Para nosotros, Cristo es las primicias; cuando Él es presentado a las almas con toda la sencillez de un ministerio que no tiene ninguna pretensión de tener grandes conocimientos ni de poseer un don que sea atractivo para la carne, entonces se convierte en un alimento precioso para el pueblo de Dios.
Este hombre llevaba panes de cebada y trigo en espiga, el cual debía ser trillado y cribado para poder ser comido, pero, no obstante, tuvo lugar una preciosa comida delante del varón de Dios.
Tales recursos tienen gran valor en nuestros días, a punto tal que de esta manera en muchas iglesias los santos han sido y son alimentados convenientemente.
Hoy en día, muchos queridos hermanos podrían ser de gran bendición en el lugar donde el Señor les ha colocado, siempre que no pensaran que uno debe hacer un discurso cuando se levanta para hablar a la iglesia. Al sentir su incapacidad para hacerlo, se callan. Han disfrutado del Señor, han recogido algo de su persona adorable en las ricas páginas de su Palabra. ¿Por qué no presentar a los santos lo que han recogido, lo que tienen entre sus manos? ¿Por qué no leer el capítulo o la porción que tanto bien les ha hecho, y si el Señor se lo inspira, añadir, aunque sean cuatro o cinco palabras, para hacer resaltar algo sobre Él?
Seguramente parecerá poca cosa a los ojos de los hombres, pero, si estas cuatro o cinco palabras proceden del corazón, irán al corazón de los que las oyen y serán de bendición abundante para todos.