El matrimonio

Génesis 24:1-27 – Génesis 2:18-24 – Génesis 5:1-2

1. La elección del cónyuge (Génesis 24:1-27 y 50-60)

Principios fundamentales

“Pero hombre de verdad, ¿quién lo hallará?” (Proverbios 20:6). “Mujer virtuosa, ¿quién la hallará?” (Proverbios 31:10).

Tales pensamientos son apropiados para ocupar el corazón de los jóvenes creyentes. ¿Quién sabrá responder como conviene, sino la Palabra de Dios?

“El rastro del hombre en la doncella” es maravilloso y muy diverso, como la imagen del “rastro del águila en el aire” y del “rastro de la nave en medio del mar” (Proverbios 30:18-19). La Palabra de Dios contiene unas directrices precisas a este respecto, pero no nos da un modelo exacto.

Con frecuencia, la elección se hace en la juventud y no en la edad madura. Se debe hacer notar que aquí no se trata de una experiencia sino de obediencia a la Palabra de Dios, para ser conducido en el verdadero camino. Por lo demás, el sabio consejo de los padres o de aquellos que los sustituyen no debe ser descuidado.

Ningún yugo desigual con los incrédulos

Entre otros casos, el pasaje de 2 Corintios 6:14 se aplica a la unión de los creyentes con los incrédulos en los lazos del matrimonio.

La preocupación de Abraham era de no dar a su hijo una mujer cananea, una idólatra. Esto significa para nosotros en la actualidad que no podemos unimos en ninguna manera con un hijo del mundo en que habitamos, si no es nacido de Dios (Génesis 24:3). Dios pone en guardia a los israelitas contra tales uniones (Deuteronomio 7:3-4).

¡Cuántas lágrimas amargas se han derramado porque esta exhortación, pese a ser tan clara, ha sido pisoteada!

A veces se intenta justificar la unión que no es según Dios, refiriéndose a 1 Corintios 7:12-17, pero se olvida que estos versículos se aplican únicamente al caso en que uno de los cónyuges llegue a creer después de haber contraído matrimonio. Nada en la Palabra de Dios autoriza a una unión que especule con la posibilidad de una conversión posterior. Semejante cálculo sería cambiar la gracia de Dios en libertinaje. Por otra parte, una conversión durante el noviazgo, o poco antes de contraer matrimonio, puede ser siempre sospechosa. Sería infinitamente mejor dejar pasar un tiempo suficiente antes de comprometerse, para darse cuenta de si la conversión es verdaderamente sincera.

“En el Señor”

Este mandamiento de 1 Corintios 7:39 se dirige a las viudas, pero es válido para todo creyente. La unión en el Señor por el matrimonio, va más allá que el simple hecho de un matrimonio entre dos creyentes. Significa que los dos tienen la convicción, dada por el Señor, de estar destinados el uno para el otro y que están firmemente decididos a andar en sumisión a Cristo. Si no andan en el mismo camino y buscan servir a Dios cada uno a su manera, ¿cómo podrán hacer frente en perfecto acuerdo, a las responsabilidades importantes y a los deberes que tendrán? “¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?” (Amós 3:3).

“Honra a tu padre y a tu madre” (Éxodo 20:12)

Este precepto de la ley de Moisés es citado seis veces en el Nuevo Testamento, no habiendo perdido nada de su valor, ya que no es según Dios que los hijos hagan una elección tan importante, como es la elección del cónyuge, sin el previo consejo de sus padres. Toda resistencia al respecto es reveladora de una mala conciencia.

1. Rut, la moabita, había dejado a sus padres y a su país idólatra para buscar refugio cerca del Dios viviente. Una vez en Belén se muestra atenta a los consejos de su suegra. “Haré todo lo que tú me mandes” (Rut 3:5). Y en lo sucesivo, nunca tuvo que lamentar su unión con Booz.

2. Sansón despreció desgraciadamente el consejo de sus piadosos padres, quienes le aconsejaron que tomase mujer de entre el pueblo de Dios. Y él les respondió: “Tómame ésta por mujer, porque ella me agrada” (Jueces 14:3). A causa de esta decisión contraria a la Escritura, Dios le condujo por un camino de pruebas y de disciplina. ¡Qué este ejemplo nos sirva de advertencia! En lugar de tener los ojos alumbrados por los mandamientos de Dios (Salmo 19:8), los perdió debido a su desobediencia (Jueces 16:21).

El amor

¿No es el amor la condición primordial para que una unión sea feliz? Al menos esto es lo que se dice a menudo. Es cierto que el afecto natural entre prometidos, entre esposos, entre padres e hijos, es algo que Dios pone en el corazón humano. Estos sentimientos son un lazo precioso entre dos seres estrechamente unidos el uno al otro.

Pero desde la antigüedad pagana, tal amor fue desnaturalizado por la desobediencia del hombre y cayó bajo el imperio de la ley del pecado y de la muerte. La ausencia de afecto natural caracteriza también a la cristiandad sin Cristo en estos últimos tiempos (Romanos 1:31; 2 Timoteo 3:3).

El amor es algo natural en las relaciones entre esposos, pero debiera ser santificado para que no fuera un simple amor carnal, el cual se manifiesta ante todo por sus exigencias, por su egoísmo, su deseo de poseer, sin preocuparse de la voluntad de Dios. Ejemplos muy solemnes de todo esto los encontramos en Sansón (Jueces 14:3 y 16; 16:4 y 15) y Amnón (2 Samuel 13). Tal amor no puede ser nunca el fundamento seguro de una unión dichosa, ya que desaparece al haber conseguido lo que se buscaba en la persona amada. El creyente no está exento de este peligro, por lo que la vigilancia le es necesaria.

El amor que Dios pone en el corazón, a la vez da y se entrega. “No busca lo suyo” (1 Corintios 13:5). Encuentra su medida en Cristo, quien “amó a la Iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25). Fue su amor y su obediencia al Padre, lo que le indujo a descender del cielo y a darse por la Iglesia, de la misma manera que un hombre deja a su padre y a su madre para unirse a su mujer.

Toda petición de matrimonio, requiere según Dios un afecto santo hacia la novia. “Cristo amó a la Iglesia”. Siguiendo su ejemplo, le corresponde al hombre, desempeñar el papel activo y pedir a su prometida en matrimonio. Una actitud pasiva de parte del novio o la iniciativa de la futura esposa estarían en desacuerdo con los pensamientos divinos.

El verdadero amor no actúa nunca en oposición a Dios. El amor no debe cegarnos, ya que es necesario examinarse a sí mismo delante del Señor, para saber si el motivo que nos mueve está de acuerdo con la voluntad de Dios.

La petición de una compañera a Dios

El siervo de Abraham nos proporciona un ejemplo muy hermoso. No era una joven agraciada o rica la que él buscaba para Isaac, sino una muchacha que quisiera servir a un extranjero como él y que cuidase de sus camellos fatigados. Habiendo Dios respondido a su petición al instante, el siervo, primeramente, se contentó con mirar, sorprendido y en silencio. Profundamente emocionado por la respuesta divina, no dice ni una sola palabra a la muchacha, sino que empieza por expresar su gratitud a Dios (Génesis 24:12, 21 y 27). Fue de esta manera que recibió de la mano del Señor la mujer que Dios destinaba a Isaac.

¿En qué momento casarse?

Hay un orden que conviene observar y que nos es indicado claramente en Génesis 2:24 y vuelto a citar por el Señor Jesús en Mateo 19:5: “El hombre dejará padre y madre”. Nos habla de la autonomía unida a la responsabilidad.

A continuación viene “y se unirá a su mujer”, unión pública delante de Dios y de los hombres, la cual es realizada en nuestra sociedad actual por la inscripción en el registro civil.

Es solamente después, y no antes, que “los dos serán una sola carne”.

Otra condición precedente a la fundación de un hogar es el ejercicio de un oficio que tras una formación profesional o un aprendizaje suficiente, permita al hombre proveer a las necesidades de la familia. “Prepara tus labores fuera, y disponlas en tus campos, y después edificarás tu casa” (Proverbios 24:27).

El tiempo escogido por Dios no corresponde siempre a nuestros deseos. “En tu mano están mis tiempos” (Salmo 31:15).

Las hijas de Zelofehad nos ofrecen un ejemplo estimulante (Números 27 y 36). Experimentaron por sí mismas las dificultades que muchas jóvenes creyentes encuentran en nuestros días, las cuales deben comprobar que hay muy pocos jóvenes varones a su alrededor resueltos a seguir a Cristo. Las hijas de Zelofehad hubieran podido suplicar a Moisés que les ayudase a buscar un esposo; pero ellas amaban y deseaban, ante todo, conseguir su herencia (figura de nuestras bendiciones espirituales), y Dios respondió simultáneamente a sus dos deseos.

El lugar del encuentro

El siervo de Abraham encontró a Rebeca cerca de un pozo. De él surgía el agua, figura de la Palabra de Dios aplicada por el Espíritu Santo.

Jóvenes: ¿Dónde deseáis encontrar a vuestro futuro cónyuge? ¿en el mundo estéril, sin agua, o en este lugar escogido por Dios, donde su Palabra refresca el corazón?

Una decisión firme

Rebeca no obró ligeramente hacia su futuro esposo. “Sí, iré”, dijo ella decidida.

Una ayuda idónea

Dios quería dar a Adán una ayuda idónea. Las grandes diferencias de edad, educación, lengua, raza, etc., no son contrarias a la Palabra, pero pueden constituir en el curso de los años, una carga en la vida común.

“El que halla esposa halla el bien, y alcanza la benevolencia de Jehová” (Proverbios 18:22).

 

2. El matrimonio según Dios lo ve (Génesis 2:18-24; 5:1-2)

Una santa institución divina

Alguien ha definido el matrimonio como una institución santa de Dios, salida del paraíso.

El versículo de Génesis 2:24: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”, se aplica a todos los descendientes de Adán y Eva expulsados del paraíso. Adán no tenía padres y por lo tanto no podía dejarles.

El matrimonio, una bendición particular de parte de Dios

No fue Adán, sino Dios, quien estimó que la soledad, a la larga, no sería conveniente para Adán. Este interés de Dios debió ser de gran bendición para él. Dios mismo se preocupaba por el bien del hombre y le proporcionó, a su debido tiempo, una compañera. Todo aquel que en la actualidad pone su confianza en Él, podrá ser partícipe de la misma experiencia.

“Lo que Dios juntó” (Mateo 19:6)

Dios quería unir a los dos esposos porque sólo Él es capaz de sondear cada ser humano y saber quienes están hechos el uno para el otro.

  1. El siervo de Abraham oró a Dios para que le hiciera conocer a la esposa que había destinado para Isaac. El padre y el hermano de Rebeca reconocieron efectivamente que esto procedía de Dios (Génesis 24:14 y 50).
  2. Después de la caída, Adán hizo a Dios un velado reproche: “La mujer que me diste” (Génesis 3:12). Como quiera que fuese, reconocía que era el mismo Dios quien se la había dado expresamente.
  3. “Mas de Jehová (es) la mujer prudente” (Proverbios 19:14). Dios quiere dar, todavía en la actualidad, esta clase de mujer. Sin embargo, Él no puede ser el responsable de los matrimonios desgraciados: éstos son siempre el resultado de la voluntad propia.

Si Dios une dos seres, les da también la gracia para resolver todos los problemas que se les puedan presentar.

Dios ha instituido el matrimonio monogámico

“Por tanto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”.

Este versículo de Génesis 2:24 es citado otras cuatro veces en el Nuevo Testamento, con una pequeña variante que, en todo caso, no permite ninguna otra interpretación: “Los dos serán una sola carne” (Mateo 19:5; Marcos 10:7-8; 1 Corintios 6:16 y Efesios 5:31).

El matrimonio es una vida en común, llena de responsabilidades

No sirve solamente para asegurar la descendencia al hombre (Génesis 1:28) sino que constituye una íntima comunión de espíritu, alma y cuerpo. El matrimonio requiere de cada uno de los cónyuges, amor desinteresado, fidelidad, confianza mutua, sentido de la responsabilidad y otras muchas cosas más, pero en cambio da mucho gozo y satisfacción.

Los esposos que se profesan este amor altruista y consagrado que, según 1 Corintios 13:5, “no busca lo suyo” verán como la estima y el afecto mutuo se hacen cada vez más profundos, se enriquecen y se vuelven más hermosos. Porque “más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:35). Pero en esta vida en común el primer lugar debe pertenecer al Señor.

El matrimonio es una unión para toda la vida, firme e indisoluble

En nuestros países el matrimonio se confirma y legaliza en el registro civil y no mediante un simple consentimiento mutuo (véase Romanos 13:1-2).

Volvamos al ejemplo de Rebeca en Génesis 24, la cual dio su consentimiento diciendo: “Sí, iré” (v. 58). Más adelante se nos dice: “Y tomó a Rebeca por mujer” (v. 67). El primer versículo presenta el matrimonio como un acuerdo entre los dos esposos, el último nos habla más bien del acto público ante la sociedad.

Además los pasajes de 2 Corintios 8:21 y Romanos 12:17 nos exhortan a “hacer las cosas honradamente, no sólo delante del Señor sino también delante de los hombres”. Aparte de los interesados, sólo Dios conoce el acuerdo recíproco; pero el matrimonio debe ser ratificado “delante de los hombres”.

También Dios emplea la imagen del matrimonio en relación con Israel. Se queja de que los padres han roto su pacto, por más que les había desposado (Jeremías 31:32).

El matrimonio es un contrato que no debe ser disuelto mientras los dos contrayentes vivan (Romanos 7:2; 1 Corintios 7:39).

El matrimonio es una unidad

“Varón y hembra los creó; y los bendijo, y llamó el nombre de ellos Adán (hombre)” (Génesis 5:2) y no hombres (en plural). El marido y la mujer juntos constituyen el ser humano, ya que ellos son una sola carne. Más adelante volveremos sobre esta declaración.

El matrimonio implica separarse de los padres (Génesis 2:24)

A veces ocurre que los padres, extremadamente apegados a sus hijos, tienen dificultades en aceptar esta ordenanza divina. Un hijo o una hija también pueden tener una relación tan fuerte con sus padres que supere los límites de la sana vinculación filial. En los dos casos, tal dependencia influye sobre los jóvenes recién casados.

Ya hemos hecho hincapié sobre la necesidad de la autonomía y la independencia frente a los progenitores.

Éstos deben estar seguros de que sus consejos o sus exhortaciones, bien intencionadas, no constituyen una ingerencia en lo que concierne a la propia responsabilidad del joven matrimonio. En este caso, no pueden reivindicar para sí el mandamiento precedentemente citado: “Honra a tu padre y a tu madre” (Éxodo 20:12; Efesios 6:1-3). Deberían ser más inteligentes y abstenerse de manifestar su propia voluntad. “El varón es la cabeza de la mujer” y no los padres o los suegros, del mismo modo que “Cristo es la cabeza de todo varón” (1 Corintios 11:3).

Los lazos del matrimonio son únicamente terrenales

En Mateo 22:30 se nos dice: “Porque en la resurrección ni se casarán ni se darán en casamiento”. El matrimonio es un asunto terrenal de la misma manera que también lo es la procreación.

Recordémoslo bien: las relaciones personales (individuales) con Cristo, son independientes del matrimonio, porque en Cristo “no hay varón ni mujer” (Gálatas 3:28), lo que significa que Dios no tiene preferencias.

(Sacado del libro: Juventud, matrimonio, familia)