“Os rogamos... que no os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar,
ni os conturbéis... en el sentido de que el día del Señor está cerca...
porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado...
el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto;
tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios.”
(2 Tesalonicenses 2:1-4)
El día del Señor y su venida para arrebatar a su Iglesia no son idénticos. El día del Señor incluye su retorno en juicio para establecer su reino sobre la tierra, mientras que, en el momento del arrebatamiento, el Señor vendrá para llevar a todos los verdaderos creyentes con Él a la gloria (1 Tesalonicenses 4:14-17). El arrebatamiento puede suceder en cualquier momento; ¡es un evento inminente! Ninguna señal profética debe cumplirse previamente; pero el día del Señor no puede llegar sin que las señales relacionadas con él se hayan cumplido previamente.
Primero, es preciso que llegue la apostasía. La apostasía significa el abandono total de la verdad que algún día se sostuvo. Ciertamente, hubo apostasía durante toda la historia de la Iglesia en la tierra, pero las Escrituras hablan de un colapso que afectará a toda la cristiandad. Durante el arrebatamiento, todos los creyentes dejarán atrás esta tierra, pero la cristiandad quedará. Seguirá habiendo iglesias y servicios religiosos, pero serán iglesias apóstatas: rechazarán enteramente los fundamentos de la fe cristiana y adorarán a un hombre que se presentará a sí mismo como Dios.
El día del Señor no puede llegar antes que el que “al presente lo detiene… sea quitado de en medio” (v. 7). El que “detiene” muy probablemente sea el Espíritu Santo que “mora” en la Iglesia (1 Corintios 3:16). Cuando la Iglesia sea arrebatada, el Espíritu Santo se irá con ella. Entonces, vendrá una era de tribulación sin igual, “cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora” (Mateo 24:21).
Mientras esperamos la venida del Señor, somos llamados a ser “la sal de la tierra” (Mateo 5:13), refrenando la corrupción y la inexorable decadencia moral.