Booz, una figura de Cristo

Rut

El libro de Rut es como un rayo de luz después de las sombrías páginas del libro de los Jueces. Nos presenta la fe de una extranjera que se apega a Dios y a su pueblo, y pone delante de nosotros a “un hombre poderoso y rico” (Rut 2 :1; versión francesa J.N.D.), una imagen del Señor Jesús.

El primer capítulo muestra que el corazón natural del hombre está siempre dispuesto a hacer lo que bien le parece. Elimelec se aleja de Dios, del lugar de la bendición, aquí Belén de Judá. A causa de una época de hambre deja la heredad que Dios había dado a los hijos de Israel.

Con su familia, Elimelec se dirige a la tierra de Moab, muy cerca. Sin duda, pensaba permanecer allí poco tiempo, pero se establece allí y muere.

De esto resultan consecuencias desastrosas para su familia: muchas lágrimas, miseria, alianzas con el mundo sin Dios y amargura para su esposa. Los dos hijos, casados con moabitas también mueren, sin descendencia. Noemí queda sola con sus dos nueras (1:1-5).

La vuelta a Belén

Noemí oye que Dios había visitado a su pueblo para darles pan (v. 6). Se levanta y toma el camino del país natal, como el hijo pródigo (Lucas 15:17-18). ¿Un triste regreso? Sí, pero un feliz regreso para aquel o aquella que, después de haber agotado todos sus recursos, vuelve a su Dios. Para Noemí, el cariño que le manifiesta Rut es un aliento particular. Esta joven mujer observó el comportamiento de su suegra durante esta larga prueba y la fe brotó en su corazón. Ya es bastante fuerte para resistir a la exhortación repetida de Noemí, quien le incita a volver a su pueblo y a sus dioses, como lo hace su cuñada Orfa. Contesta: “Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios” (Rut 1:16).

Las dos mujeres caminan juntas hasta Belén, la casa del pan, el abrigo por excelencia contra el hambre espiritual. Toda la ciudad se conmueve por causa de ellas, y Noemí confiesa: “Jehová me ha vuelto con las manos vacías” (v. 21). Luego, cuando ya pasó el primer movimiento de simpatía, la vida vuelve a su curso habitual. Las pruebas y los sufrimientos de los demás se olvidan pronto, desgraciadamente. A vista humana ¿qué les queda a estas dos pobres viudas? ¡Una gran miseria!

Dios, en su gracia, volvió a bendecir a Israel. Es el comienzo de la siega de la cebada, justo después de la Pascua, en el mes de Abib, el primero en el año judío. Rut, valiente pero sumisa, obtiene de su suegra el permiso de ir a espigar “en pos de aquel a cuyos ojos hallare gracia” (2:2). Se funda, tal vez sin saberlo, en las disposiciones tomadas por Dios a favor del pobre, del extranjero y de la viuda (Levítico 19:9-10; Deuteronomio 24:19-21). ¡Ella tenía precisamente este triple carácter!

En el campo de Booz

Dirigida por la mano segura de un Dios de amor, Rut tuvo primero que ver con hombres acogedores, formados por un amo piadoso, Booz. Este se junta con sus segadores y les dirige este saludo: “Jehová sea con vosotros”. Es estimado de sus siervos quienes le contestan, gustosos: “Jehová te bendiga” (Rut 2:4). Él les da sus instrucciones y se ocupa de su bienestar.

En adelante, es Booz quien está colocado más particularmente delante de nuestros corazones en este libro. Se discierne en él una hermosa figura de Cristo, aunque incompleta como también sucede con las demás figuras del Señor en las Escrituras. El nombre de Booz está mencionado unas diez veces en este capítulo 2, y otras diez veces más en los dos capítulos siguientes.

Booz nota en seguida la presencia de esta pobre espigadora. Se informa respecto de ella: “¿De quién es esta joven?” (v. 5). “El criado, mayordomo de los segadores”, da entonces un buen testimonio. Esta joven moabita, firmemente decidida a juntarse con Noemí cuando regresó a Israel, pidió humildemente la autorización para espigar. “Entró, pues, y está desde por la mañana hasta ahora, sin descansar ni aun por un momento” (v. 7). ¿Cuál es nuestro celo para recoger nuestro alimento espiritual?

Entonces, es la ocasión para que Rut entre en contacto con Booz, este “hombre poderoso y rico” (v. 1), una figura del Amigo supremo, manso y compasivo, de Aquel de quien Dios puede decir: “He puesto el socorro sobre uno que es poderoso” (Salmo 89:19). Booz le da buenos consejos que ella sigue. Le dice: “Oye, hija mía, no vayas a espigar a otro campo, ni pases de aquí; y aquí estarás junto a mis criadas” (v. 8). El Señor está contristado si nos ve errar en “otro campo” que no sea el suyo, donde no se reconoce su autoridad. Él puede y quiere satisfacer sobreabundantemente todas nuestras necesidades, pero quisiera hallar en nuestros corazones un ferviente deseo de andar cerca de Él.

Booz precisa a Rut qué compañía tiene que buscar, aun en sus propios campos. Desgraciadamente no todos muestran el mismo apego a su Amo. ¿Podemos decir en verdad: “Compañero soy yo de todos los que te temen y guardan tus mandamientos” (Salmo 119:63; véase 2 Timoteo 2:22)?

Booz también recomienda a Rut: “Mira bien el campo que sieguen, y síguelas; porque yo he mandado a los criados que no te molesten. Y cuando tengas sed, ve a las vasijas, y bebe del agua que sacan los criados” (Rut 2:9).

El amo tuvo cuidado de que sus criados trajeran un agua refrescante. Todo aquel que tenía sed, aun una pobre extranjera, podía venir para apagar su sed en aquellas vasijas, una figura de la Palabra. Cuidémonos de beber a menudo de esta.

Profundamente conmovida por tanta bondad, Rut se inclina ante Booz: “¿Por qué he hallado gracia en tus ojos para que me reconozcas, siendo yo extranjera?” (v. 10). A menudo no estamos bien preparados para recibir las compasiones del Señor, para disfrutar de los efectos de su misericordia.

Cada uno tiene que darse cuenta de que el Hijo de Dios le amó y se entregó a sí mismo por él (Gálatas 2:20). Es incomparablemente mayor y más rico que Booz. En su divino amor, hecho semejante a los hombres, se humilló a sí mismo. Por amor a nosotros se hizo pobre, para que con su pobreza fuésemos enriquecidos (2 Corintios 8:9). Fue hasta la cruz infame para sufrir por nosotros el juicio de un Dios santo quien debía juzgar el pecado.

Booz responde a Rut: “He sabido todo lo que has hecho con tu suegra después de la muerte de tu marido, y que dejando a tu padre y a tu madre y la tierra donde naciste, has venido a un pueblo que no conociste antes” (Rut 2:11). Booz conoce algo del pasado de Rut. El Señor está al tanto de todos nuestros pensamientos, de todas nuestras palabras y de todos nuestros hechos. Solo Él aprecia justamente la conducta de cada uno (Hebreos 4:13).

Booz agrega: “Jehová recompense tu obra, y tu remuneración sea cumplida de parte de Jehová Dios de Israel, bajo cuyas alas has venido a refugiarte” (v. 12). No somos nosotros los que hemos de hablar de nuestro trabajo, sin embargo, el Señor aprecia y recompensa lo que es hecho para él fielmente. Las palabras de Booz tuvieron el poder de fortalecer la fe de Rut. El Señor siempre estará cerca de un redimido solitario, en peligro de desalentarse, para dirigir sus pasos y fortalecerle (Hechos 23:11).

La bondad y la delicadeza de Booz conmueven profundamente el corazón de Rut. Ella le dice: “Señor mío, halle yo gracia delante de tus ojos; porque me has consolado, y porque has hablado al corazón de tu sierva, aunque no soy ni como una de tus criadas” (v. 13). Acordémonos que nosotros mismos, gentiles, estábamos en otro tiempo “sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo”. Pero hemos “sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz” (Efesios 2:11-14). La humildad y el agradecimiento deberían llenar nuestros corazones constantemente.

La gracia abunda para con la joven moabita: “Booz le dijo a la hora de comer: Ven aquí, y come del pan, y moja tu bocado en el vinagre. Y ella se sentó junto a los segadores, y él le dio del potaje, y comió hasta que se sació, y le sobró” (v. 14; véase Salmo 22:26). Rut no rehúsa con el pretexto de su pobreza o su indignidad. El secreto de la bendición es obedecer y recibir con gozo lo que el Señor nos da.

Después de la comida, el dueño de la siega manda a sus criados que dejen a Rut espigar entre las gavillas y aun dejen caer algo de los manojos, a su alcance. El deseo del Señor es que los suyos hallen manojos de espigas para restaurar sus almas. En las reuniones, pensemos en los recién convertidos, en los jóvenes, en los débiles, y presentemos alimento espiritual a su alcance (véase Mateo 14:16-21).

Rut espiga valientemente hasta la noche, luego desgrana lo que ha recogido. Vuelve a casa de Noemí con una carga enorme: un efa de cebada. Además le trae lo que le ha sobrado de su comida después de haber quedado saciada. Al amor le place compartir.

Su suegra, al ver todo lo que trae, le pregunta inmediatamente: “¿Dónde has espigado hoy? ¿y dónde has trabajado? Bendito sea el que te ha reconocido” (v. 19). Rut solo podía estar feliz y agradecida; al espigar había experimentado desde el primer día que confiar en Dios es el secreto de la bendición: “Jehová vuestro Dios… no hace acepción de personas… hace justicia al huérfano y a la viuda… ama también al extranjero dándole pan y vestido” (Deuteronomio 10:17-18). Dios recomendaba a los hijos de Israel acordarse que ellos también fueron extranjeros en Egipto: “No angustiarás al extranjero; porque vosotros sabéis cómo es el alma del extranjero” (Éxodo 23:9).

Rut cuenta con gozo los detalles de este hermoso encuentro y dice: “El nombre del varón con quien hoy he trabajado es Booz” (v. 19). Este nombre despierta una esperanza en Noemí. La respuesta a sus urgentes necesidades ¿no vendría de parte de este pariente cercano, de este hombre poderoso y rico? ¿No dispondría Dios a este para redimir la heredad perdida por la muerte de Elimelec y de sus dos hijos? Booz tiene los derechos necesarios para hacerlo, pero ¿estará dispuesto a comprometer sus propios bienes en un objetivo redentor? La amargura que había llenado el corazón de esta viuda desaparece; ahora está dispuesta a confiar y esperar en Dios, y en los medios que le placerá usar (Salmo 34:8-10). La alabanza se alza de su corazón: “Sea él bendito de Jehová, pues que no ha rehusado a los vivos la benevolencia que tuvo para con los que han muerto” (v. 20).

Por medio de Noemí, Rut se entera de que Booz forma parte de los que tienen el derecho de redimirlas. Bien aconsejada y sumisa a su suegra, permanecerá cerca de las criadas de Booz, hasta que se terminen la siega de la cebada y la del trigo. Y la Palabra agrega: “Vivía con su suegra” (v. 23).

En la era de Booz

Noemí piensa en el descanso y en la felicidad de su nuera. ¿Dónde hallarlos, si no a los pies de Booz, figura de uno mayor que él? ¿Nos gusta sentarnos a los pies de Jesús, como María, dejando que pasen las horas en esta maravillosa compañía? (Lucas 10:39). ¡Cuántos vinieron allí, trabajados y cargados, y hallaron descanso para sus almas (Mateo 11:28-29)!

Noemí sabe que esta noche Booz avienta la parva de las cebadas en la era (3:2). Incita a Rut a que se prepare, que descienda a la era hacia Booz y se acueste a sus pies. El plan de Noemí se basa en las ordenanzas divinas (Levítico 25:25-27; Deuteronomio 25:5-6). Cree firmemente que Booz, quien ya ha demostrado que vive en el temor de Dios, no dudará en aceptar la responsabilidad de redimir la heredad y se casará con Rut.

Después de la cena, Booz se acuesta, teniendo en su corazón la alegría que se siente después de la siega (Isaías 9:3). Su satisfacción evoca aquella que el Señor tendrá muy pronto al ver todo el fruto de la aflicción de su alma (Isaías 53:11).

Para su bendición, Rut obedece también esta vez (v. 5). Entra a la era sin hacer ruido, y cuando Booz se despierta durante la noche, queda sorprendido de constatar su presencia a sus pies. Le pregunta: “¿Quién eres? Y ella responde: Yo soy Rut tu sierva”. Luego presenta su petición: “Extiende el borde de tu capa sobre tu sierva, por cuanto eres pariente cercano” (v. 9). Desea que él mismo sea su redentor, con todas las consecuencias gloriosas que seguramente resultarán de su amor para con ella, acompañado de su poder. Sin duda se acuerda aún de las palabras de Booz en su primer encuentro (2:12). Booz es aquel a quien Dios puede utilizar en su favor para recompensarla.

La respuesta de Booz no se deja esperar: “Bendita seas tú de Jehová, hija mía; has hecho mejor tu postrera bondad que la primera, no yendo en busca de los jóvenes, sean pobres o ricos. Ahora pues, no temas, hija mía; yo haré contigo lo que tú digas, pues toda la gente de mi pueblo sabe que eres mujer virtuosa. Y ahora, aunque es cierto que yo soy pariente cercano, con todo eso hay pariente más cercano que yo… si él no te quisiere redimir, yo te redimiré, vive Jehová” (3:10-13).

Con su corazón lleno del temor de Dios, Booz escuchó atentamente la petición de la pobre viuda desprovista de todo. Ciertamente, es Dios quien la sacó de Moab, la condujo a Belén, y la llevó ahora a esta era. Rut recibirá ahora la recompensa de su “virtud”. Esta recompensa será mayor que lo que ella podía esperar, consciente de su profunda miseria.

En Booz tenemos una figura del Señor Jesús manifestando su gracia para con los suyos. ¿Puede el Señor decir de su esposa que es “virtuosa”? (véase Proverbios 31:10-11). El período actual es para nosotros, los cristianos, el período del compromiso matrimonial, es el momento de prepararse para ir hacia el Señor (Apocalipsis 19:7). El apóstol Pablo declara que a los ojos de los hombres, lo ha perdido todo; y su única meta es ahora ganar, no una recompensa, sino a Cristo mismo (Filipenses 3:4-8).

Es el alba; es preciso pensar en salir de la era y cuidarse de no dar al adversario ninguna ocasión de maledicencia (Rut 3:14; 1 Timoteo 5:14). Siempre tan generoso, Booz vierte en el manto de Rut seis medidas de cebada (Lucas 6:38). Nuestro Señor nunca es estrecho de corazón para con los suyos, y hemos de actuar como él.

Rut regresa a Noemí y le describe el comportamiento lleno de respeto del hombre hacia ella; muestra que también ha pensado en Noemí con delicadeza: “Que no vayas a tu suegra con las manos vacías” (v. 17).

Una vez más, Noemí prodiga a su nuera un sabio consejo que tendrá que seguir durante este período de espera: “Espérate, hija mía, hasta que sepas cómo se resuelve el asunto; porque aquel hombre no descansará hasta que concluya el asunto hoy” (v. 18). Para nosotros siempre es difícil permanecer tranquilos, apoyados en el Señor. Con plena confianza, sepamos esperar la bendición que tiene reservada para dispensárnosla en el momento conveniente (Salmo 37:7).

El papel del «goel» —el que redimía, el pariente cercano (Rut 2:20; 3:9; 4:1, 8, 14)— era doble. Booz primeramente tenía que redimir la parte de las tierras que Noemí estaba poniendo en venta (4:3). De esta manera iba a evitar que ella estuviera cortada de la heredad recibida por la tribu en la repartición del país conquistado bajo Josué. Pero también tenía que casarse con Rut para asegurar una posteridad a Elimelec. Booz tenía suficientes derechos para redimir, y estaba resuelto en hacerlo porque tenía los medios para esto. Todo esto recuerda a nuestros corazones a uno mayor que él, y su obra maravillosa de redención a favor de los hombres en perdición.

En la puerta de Belén

Booz sube a la puerta de la ciudad donde se trataban todos los asuntos importantes en presencia de los ancianos. Sucede que pasa el pariente más cercano, de quien Booz había hablado a Rut (3:12). Se le ruega que se siente y Booz le dice en presencia de todos: “No hay otro que redima sino tú, y yo después de ti” (4:4). Este hombre, que primero estaba dispuesto a redimir las tierras, luego se da cuenta de que también debe redimir a Rut y casarse con ella. Entonces desiste, temiendo dañar su heredad. Es una figura llamativa de la ley de Moisés, totalmente incapaz de redimir al hombre de su perdición, ya que este es incapaz de cumplir los mandamientos.

En su gracia sobreabundante, Dios saca de este fracaso el medio para salvar a Rut. Booz se compromete solemnemente a tomar a Rut, la moabita, por su mujer. Por mucho que las formas sean distintas hoy en día, el principio del compromiso legal del matrimonio ante testigos no ha variado, cuales quiera que sean las costumbres del mundo disoluto en el cual estamos.

Booz dice a los ancianos y a todo el pueblo: “Vosotros sois testigos hoy, de que he adquirido de mano de Noemí todo lo que fue de Elimelec, y todo lo que fue de Quelión y de Mahlón. Y que también tomo por mi mujer a Rut la moabita… Vosotros sois testigos hoy” (v. 9-10).

Según la ley, Rut nunca hubiera debido entrar en la congregación de Israel (Deuteronomio 23:3). En su providencia, Dios condujo todo para que al venir a espigar ella encontrara a Booz, a aquel que podía redimirla.

Con gozo, todos piden la bendición divina sobre esta pareja. Dios responde a estas oraciones; de este matrimonio aprobado por Dios iba a nacer Obed que significa: “el que sirve”. Este será un antepasado de David (v. 17) y por consiguiente, del Hijo de David, Jesucristo, venido en carne sobre la tierra. Así Rut toma sitio, junto con Rahab y Tamar —estas son otros objetos de una gracia muy particular— en la genealogía del Señor (véase Mateo 1:1-16).