No es nuestro propósito meditar sobre el significado profético de este pasaje ni sobre el contenido de cada versículo, sino solamente hacer resaltar cuatro puntos que pueden fortalecernos en las tormentas de la vida.
Jesús envía a sus discípulos al lago
El Señor mismo envió a sus discípulos al lago. Los obligó a subir a la barca. Puede suceder que encontremos dificultades de las cuales somos nosotros mismos responsables, porque vamos por un mal camino. Cosechamos lo que hemos sembrado. Pero aquí vemos que también podemos encontrarnos en situaciones difíciles, en las cuales nuestra fe es probada al extremo, en un camino por el cual el Señor nos envió adrede. Pero, de todos modos, podremos constatar que el Señor controla todo constantemente. Nada de lo que nos sucede es debido al azar. Tiene sus propósitos y los ejecuta por los medios que estima oportuno.
Después de muchos años de grandes pruebas, José, mirando hacia atrás, pudo decir a sus hermanos: “Así, pues, no me enviasteis acá vosotros, sino Dios” (Génesis 45:8). ¡Qué visión de las cosas y qué lección para nosotros! En nuestra vida, no ocurre nada que el Señor no haya mandado y que no sea para nuestro bien (véase Lamentaciones de Jeremías 3:37).
El Señor ora en el monte y los ve remar con gran fatiga
El Señor Jesús nos sigue con sus ojos en la angustia y nos acompaña por la oración. La situación de los discípulos no lo dejaba indiferente. Aunque se había alejado de ellos por un momento, nada de lo que les sucedía le era desconocido. Había subido al monte para orar. De allí veía a sus discípulos y sus circunstancias adversas.
Hoy el Señor Jesús está en el cielo. Está allí como nuestro misericordioso y fiel gran sumo sacerdote cerca de Dios. Está lleno de compasión por nosotros. Se ocupa de nosotros. Nada le es ajeno. Su mirada se dirige hacia nosotros. Es lo que expresa el salmista: “Los ojos de Jehová están sobre los justos, y atentos sus oídos al clamor de ellos” (Salmo 34:15).
El Señor ve desde el cielo:
- cada dificultad que encontramos,
- cada lágrima que derramamos,
- cada sentimiento de nuestro corazón, aunque sea desconocido por aquellos que nos rodean,
- cada momento de soledad que nos oprime,
- cada injusticia de que podríamos ser víctimas,
- cada asunto acerca del cual no encontramos respuesta aquí abajo.
Delante de Él todas las cosas están desnudas y abiertas; somos enteramente transparentes. Desde el cielo no nos pierde jamás de vista. Conoce nuestros sentimientos en cada situación.
El Señor viene hacia sus discípulos en el momento oportuno
Jesús no se contenta con mirarnos y compadecerse de nosotros, sino que viene a nosotros en medio de las dificultades. No se presentó solamente a sus discípulos en la barca, sino que caminó sobre las olas, esas olas que hablan de las circunstancias difíciles que a veces afrontamos. Y justamente allí es donde podemos experimentar su presencia y socorro.
Cuando los tres amigos de Daniel estaban en el horno, el Señor vino y estuvo con ellos en el fuego ardiente (Daniel 3:25). Cuando Pablo estaba solo en la cárcel, el Señor estuvo a su lado (2 Timoteo 4:17). Es lo que podemos experimentar también.
En Isaías leemos: “En toda angustia de ellos él fue angustiado, y el ángel de su faz los salvó” (63:9). Y en otro pasaje del mismo profeta, encontramos: “Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo, oh Jacob, y Formador tuyo, oh Israel: No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú. Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti. Porque yo Jehová, Dios tuyo, el Santo de Israel, soy tu Salvador... Porque a mis ojos fuiste de gran estima,... y yo te amé... No temas, porque yo estoy contigo” (43:1-5).
¡Qué apoyo tenemos con la presencia de nuestro Dios en las circunstancias difíciles!
El Señor se da a conocer a sus discípulos
Al principio, los discípulos no reconocieron a su Maestro. A menudo nos sucede lo mismo. Viéndolo andar sobre el mar, creyeron que era un fantasma y gritaron de miedo. Pero enseguida les habló. Les dirige palabras de consuelo, palabras que los alentaron, palabras por medio de las cuales todo se transformó. Lo que entonces dijo a sus discípulos es también para nosotros.
“Tened ánimo”. No tenemos que quedar resignados, cansados y sin ánimo. El Señor nos habla para animarnos. Escuchémoslo. Quiere darnos las fuerzas necesarias para soportar la prueba que él mismo envió.
“No temáis”. Las circunstancias de la vida a menudo nos hacen tener miedo y estar preocupados en cuanto al futuro. ¿Qué va a suceder? Pero ¿de qué sirve tener miedo de lo que podría ocurrir? El apóstol Pedro nos exhorta: “Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” (1 Pedro 5:7).
“Yo soy”. Él es el eterno YO SOY (Éxodo 3:14), el Inmutable, la Roca de los siglos. En el último libro del Antiguo Testamento, leemos: “Porque yo Jehová no cambio” (Malaquías 3:6). En un mundo en donde todo cambia constantemente, podemos entregarnos completamente al Señor. Nada puede sacudirlo.
En el momento en que el Señor subió a la barca, los discípulos vieron calmarse el viento y las olas. En lo que concierne a nosotros, no siempre es así. Pero una cosa es segura: si el Señor está a bordo, el barco jamás puede naufragar. Y viene el momento en que llegaremos al puerto sanos y salvos.
“Entonces claman a Jehová en su angustia, y los libra de sus aflicciones. Cambia la tempestad en sosiego, y se apaciguan sus ondas. Luego se alegran, porque se apaciguaron; y así los guía al puerto que deseaban. Alaben la misericordia de Jehová, y sus maravillas para con los hijos de los hombres” (Salmo 107:28-31).