Una mujer para Isaac

Génesis 24

El significado figurado de este capítulo es de mucho interés para todos aquellos que conocen y aman al Señor. La esposa que se buscó y se llevó a Isaac, el hijo de Abraham, es una de las figuras más hermosas del llamamiento de la Iglesia como esposa de Cristo.

Pero nuestro propósito es hacer resaltar las instrucciones prácticas que podemos sacar de este capítulo, considerando la fe y la conducta de las personas que están descritas en él. Debe quedar claro para todos que los hechos presentados en este relato no pueden transponerse literalmente a nuestras condiciones de vida, ya que corresponden a los usos y costumbres orientales de antaño. Pero este capítulo nos enseña por los principios morales que contiene, cuya validez es absolutamente independiente de la época.

Con tal que sea en el Señor

Abraham está decidido a buscar una mujer para su hijo en su país de origen. Con ese propósito, envía allí al siervo que gobierna su casa y le da una misión claramente definida. Con la mayor insistencia, le pide que sea una mujer de su parentela; en ningún caso debe ser una mujer “de las hijas de los cananeos”, entre las cuales él habita. Ella debe proceder de una familia que conoce a Dios. Esto es tan importante para él que hace jurar a su siervo “por Jehová, Dios de los cielos y Dios de la tierra” (v. 3, 9).

Encontramos aquí un principio esencial, y para todas las épocas. Hablando del matrimonio, en 1 Corintios 7, el apóstol Pablo utiliza la expresión: “con tal que sea en el Señor”. Este paso importante, cuyas consecuencias afectan toda la vida, debe ser dado con la aprobación del Señor y de acuerdo con la Palabra de Dios. No solo hay parentelas terrenales, sino también una parentela en el sentido espiritual: «la familia de la fe». Para recorrer de a dos todo el camino de la vida, la armonía en la fe es una condición indispensable. Si la fe es el lazo profundo que une los corazones, es el fundamento de la unidad práctica y del amor entre los esposos. En las cuestiones decisivas de la vida, la fe conduce a convicciones y decisiones comunes.

A este respecto, podemos recordar un hecho que concierne a los padres de Moisés. En Éxodo 2, leemos que su madre no cumplió el mandato de Faraón, que quería la muerte de todos los niños recién nacidos. Ella escondió al niño. Era un valiente acto de fe. Y en Hebreos 11, se nos presenta este hecho como el resultado de la fe de los padres. Estaban unidos en un mismo pensamiento para realizar un mismo acto de fe. “Mejores son dos que uno” (Eclesiastés 4:9) siempre es verdadero.

El papel de la oración (v. 12, 26, 52)

Cuando leemos este relato, nos llama la atención ver al siervo orar varias veces. Ora antes de su encuentro, durante la ejecución de su misión y al final de esta. Esto nos recuerda la importancia primordial de la oración en las decisiones importantes de la vida, particularmente en la elección de un cónyuge. Primero, el siervo ora cerca del pozo. Aquí podemos ver la estrecha relación entre la oración y la Palabra de Dios, de la cual el agua es generalmente imagen. Pide a Dios que le muestre cuál es la mujer que Él ha destinado a Isaac. Es la oración que debe hacer un joven creyente, con relación a su propio matrimonio. Podemos contar con Dios para que responda a tales solicitudes, pero también debemos esperar pacientemente el momento que Él ha escogido, lo que a menudo nos cuesta. También debemos estar dispuestos a someternos a la voluntad de Dios si sus planes son diferentes de lo que nosotros mismos habíamos previsto o pedido.

El tiempo de espera (v. 21)

El siervo oró y esperó la respuesta. Y lo que podía ser la respuesta no tardó. Una doncella llegó. Era Rebeca, de la cual la Escritura dice que era de “aspecto muy hermoso”, “virgen”. Pero lo que más llamó la atención del siervo, fue la belleza moral que se expresó en la actitud de la doncella. Ella bajó varias veces a la fuente para sacar agua, dio de beber al siervo y no escatimó esfuerzos para sacar agua también para los camellos, hasta que acaben de beber. Ahora bien, era precisamente la señal que él había pedido a Dios (v. 14). La solicitud de Rebeca era un testimonio de su disposición para ayudar y servir. Estas son las cualidades interiores que constituyen las virtudes de la mujer, y que son “de grande estima delante de Dios” (Proverbios 31; 1 Pedro 3:4). Son las que subsisten con el tiempo.

Lo que pasa aquí cerca del pozo nos muestra que Dios a menudo conduce a los suyos a través de circunstancias, a través de puertas que se abren o se cierran. Él es soberano y se sirve de los medios que considera buenos. Pero es muy útil observar que durante toda esta escena, el siervo permanece aún en posición de espera. “Y el hombre estaba maravillado de ella, callando, para saber si Jehová había prosperado su viaje, o no”. ¿Qué esperaba, pues?

Certeza interior (v. 23-27)

Llega el momento en que el siervo le hace a Rebeca la pregunta determinante: “¿De quién eres hija?” (v. 23). La orden de Abraham está en su corazón: “irás… a mi parentela”. Esta bella muchacha, ¿es de la parentela de Abraham? La respuesta de Rebeca lo conduce a derramar su corazón delante de Dios con agradecimiento. Se inclina delante de Dios y se prosterna ante Él. Puede decir con verdad: “Guiándome Jehová en el camino a casa de los hermanos de mi amo”. Había progresado paso a paso en la dependencia de su Dios y en una completa confianza en Él. Ahora, Dios le da la convicción de que todo marcha bien en el camino que Él quiere para Isaac y para Rebeca.

Es una necesidad absoluta, para un joven y una muchacha, comprometerse en el matrimonio con la convicción de que han sido conducidos el uno hacia el otro por Dios. Así las tormentas de la vida —que son inevitables— podrán ser atravesadas, podremos ayudarnos y animarnos mutuamente en las pruebas, y también perdonarnos si es necesario.

El consentimiento de los padres

El siervo está convencido de que Dios lo ha conducido en el buen camino (v. 27). Lo vemos entonces en la casa de Betuel, padre de Rebeca. Delante de la familia de la muchacha, hace un informe detallado de lo que ha vivido en el momento de su encuentro con ella. Él mismo tenía la certeza de que era la mujer que Dios había destinado a Isaac, pero aún le faltaba tener el consentimiento de los padres de la muchacha. La descripción detallada de lo que acaba de pasar en la fuente les lleva a decir: “De Jehová ha salido esto” (v. 50).

Y ¿qué dirá Rebeca? “Llamemos a la doncella y preguntémosle” (v. 57). Seguramente, Dios también había obrado en el corazón de Rebeca. Así su decisión de ir con el siervo puede expresarse sin vacilación.

El consentimiento de los padres en lo que concierne a la determinación de los hijos tiene un valor inestimable. Los hijos jamás deberían tenerlo en poco. En cuanto a ellos, los padres no deberían impedir su aprobación sin motivos que lo justifiquen. El elemento determinante que motivó la decisión de Rebeca y el consentimiento de sus padres, fue el cuidado del siervo en fijar la atención en Dios y en la manera con la que había respondido a aquel que se apoyaba completamente en él en todo este asunto.

El libro de los Proverbios nos describe, entre las cosas que son demasiado maravillosas para nosotros, “el rastro del hombre en la doncella” (30:19). Dios hace nacer en el corazón del hombre y de la mujer afectos, de manera que se sientan conducidos el uno hacia el otro. ¿No dijo: “No es bueno que el hombre esté solo” (Génesis 2:18)? Es verdad que, desde la caída de Adán, el magnífico designio de Dios ya no puede discernirse en su belleza original. Muchos hijos de Dios deben recorrer su camino solos. Pero si, a los ojos humanos, persisten dudas, no obstante queda todavía la consoladora certidumbre de la bondad de un Dios compasivo que obra con sabiduría.

El relato de esta visita en Mesopotamia termina con palabras notables: “Entonces dejaron ir a Rebeca… y bendijeron a Rebeca” (v. 59-60). Los padres no podían retener a su hija. Rebeca tenía que salir de su entorno habitual, dejar a sus padres y su patria. No sabemos lo que pasó en su corazón. Pero quizá no fue tan simple, como también hoy en día no siempre es fácil para una muchacha dejar la casa paterna. También hay «un aprendizaje» para los padres; deben dejar que sus hijos se vayan, lo que, según las circunstancias, puede ser doloroso. Pero, ya sea que se trate de los padres o de los hijos, es de gran consuelo saber que Dios lo ha querido así. “Dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer” para ser uno con ella (2:24).

El matrimonio

Entonces, el siervo emprende el viaje de regreso en compañía de Rebeca. Después de un viaje largo y agotador, llega el momento en el que Rebeca ve por primera vez a su prometido. Para nosotros es una cosa poco habitual. Se dirá: ¿cómo una muchacha podía unirse con un hombre que nunca había visto y que no conocía en absoluto? Podemos ser agradecidos de que hoy día haya generalmente un tiempo de noviazgo durante el cual los futuros esposos tienen tiempo y ocasión de aprender a conocerse —teniendo en cuenta los límites determinados por Dios— y de profundizar la confianza, la estima y el amor mutuos. No obstante, pensemos que, para nosotros también, un matrimonio es en cierta medida una unión con un desconocido. ¿Quién podría decir que conoce verdaderamente a su cónyuge? Incluso en las mejores condiciones posibles, jamás hemos terminado de aprender a conocernos. Es una razón más para que dejemos intervenir a Dios, quien conoce perfectamente todas las cosas, en todo el proceso que conduce al matrimonio.

El encuentro entre Rebeca y su prometido está impregnado de respeto y de sensibilización mutuos. Al ver al hombre que venía al encuentro de la caravana, Rebeca podía haber presentido quién era. Se dirige al siervo para preguntarle a ese respecto. Y efectivamente la respuesta es: “Este es mi señor”. Entonces ella toma su velo y se cubre. ¡Momento emocionante en la vida de este joven y de esta muchacha!

Isaac conduce a su prometida a la tienda de su difunta madre. Vemos cómo toma la iniciativa y conduce a Rebeca, lo que ciertamente no carece de significado para nosotros. Luego llega la boda misma, descrita simplemente con estas palabras: “y tomó a Rebeca por mujer, y la amó” (v. 67).