La solicitud del Señor por los suyos

Mateo 26:31-32

La hora en que el Señor Jesús debía ser entregado se acercaba. En su alma y en su espíritu había, no un simple presentimiento de lo que sucedería, sino todo el peso de los indecibles sufrimientos que debía soportar en las próximas horas de lo cual era perfectamente consciente. Hijo eterno de Dios, conocía absolutamente todo de antemano. Hombre perfecto, sentía todo con la sensibilidad de su alma santa.

En esos momentos de gran angustia lo vemos preocuparse con amor de sus discípulos: “Entonces Jesús les dijo: Todos vosotros os escandalizaréis de mí esta noche...”. No quiere que atraviesen las horas en que serán privados de Él sin estar preparados. Es cierto que ya les había hablado varias veces de sus sufrimientos futuros, de su muerte y de su resurrección, pero no habían comprendido estas cosas; “esta palabra les era encubierta” (Lucas 18:34).

En el pasaje que tenemos delante de nosotros, Jesús no habla de lo que harán los hombres, judíos o gentiles, sino de lo que hará Dios. Recuerda esta palabra de Zacarías: “Hiere al pastor, y serán dispersadas las ovejas” (Zacarías 13:7). Es el lado de Dios, su consejo. Pedro dirá a los judíos: “A este, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole” (Hechos 2:23). No podemos disociar estos dos lados de la muerte de nuestro Salvador: la soberanía de Dios y la responsabilidad de los hombres. Pero es imposible para la mente humana comprender cómo se concilian estas dos cosas.

Sin embargo, el Señor Jesús no se detiene aquí en lo que la espada de Dios significa para él según Zacarías 13:7. Llegará el momento —en el huerto de Getsemaní— en que conocerá la agonía y recibirá de la mano del Padre, en completa sumisión, la copa que deberá beber durante las tres horas de tinieblas. Ahora está preocupado por los sufrimientos que habrán de soportar sus discípulos cuando estas cosas sucedan. ¡Qué amor y qué abnegación!

David habla proféticamente de esto en el Salmo 69, cuando pone en boca del Mesías sufriente la siguiente oración: “No sean avergonzados por causa mía los que en ti confían, oh Señor Jehová de los ejércitos” (v. 6). El juicio que caería sobre el Señor Jesús podía hacer tambalear la fe de los discípulos y su confianza en Dios. Si Dios actuaba de esta manera con Jesús, el hombre perfecto, ¿en quién podrían ellos encontrar ayuda y refugio?

Lo que sucedió cuando Cristo fue crucificado es, desde todo punto de vista, un acontecimiento único en la historia del mundo. Puede parecer que en ese momento Dios no se preocupó del único hombre justo que la tierra conoció, y que no intervino a su favor. El profeta Isaías expresa esto cuando dice: “Y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido” (53:4). Sabemos muy bien que esto sucedió a causa de nosotros. Pero, para los discípulos, era una conmoción. ¿Qué habría sido de ellos si el Señor no hubiese orado por ellos, según esta oración del Salmo 69?

Sin embargo, el Señor no les habla solamente del juicio que va a caer sobre él, les anuncia también su resurrección. ¡Qué perspectiva! Seguramente que los discípulos no estuvieron atentos cuando el Maestro les habló de su muerte inminente y de lo que seguiría después de ella. ¿No hacemos a menudo lo mismo? Si perdemos de vista lo que debe seguir, lo que viene después, nos equivocaremos siempre. Es lo que sucedió con los discípulos. Se habían preocupado solo por ellos y por sus circunstancias, de manera que los acontecimientos que siguieron pusieron en evidencia su incapacidad y sus faltas. Pedro, quién tenía la mayor confianza en sí mismo, es quien cayó más bajo. Pero el Señor en su gracia había orado especialmente por él, para que su fe no falte (Lucas 22:32).

Escuchemos al Señor y confiemos en él. Él tiene cuidado de nosotros. Si nuestros corazones estuviesen más ocupados en Él, si fuésemos más sensibles a la manera en que nos abre su corazón en su Palabra, estaríamos menos imbuidos de nosotros mismos, y las experiencias amargas que hacemos con nuestra vieja naturaleza serían menos frecuentes. ¡Que el Señor nos infunda un sentimiento más profundo de su amor y de sus cuidados hacia nosotros, de manera que podamos descansar en Él en toda circunstancia!